Fue primero francesa, luego española y de nuevo francesa, hasta que Napoleón vendió la Luisiana a Estados Unidos. Es una ciudad singular, tan singular, que este próximo mes de julio celebra la fiesta nacional de Estados Unidos, la fiesta nacional de Francia y los sanfermines, unos sanfermines en los que hay encierros, pero sin toros: han sido sustituidos por patinadores profesionales que persiguen con bates de plástico y cascos con cuernos a los corredores, mozos y mozas que corren vestidos de blanco con pañuelos rojos al cuello. Hay chupinazo, concurso de dobles de Hemingway, tres días de encierros y un fin de fiesta en el que todos entonan el Pobre de mí, en español.
Así es esta ciudad, orgullosa de su pasado, y muy, muy, amiga de las fiestas y las celebraciones. Nueva Orleans. Fue fundada por los franceses, en 1718, al lado de un lago salado abierto al mar, en una planicie del delta del Misisipi, donde el río traza una curva muy pronunciada, que le ha dado a la ciudad forma de media luna, Conectada al Golfo de México por el río y por el lago, y al mismo tiempo protegida de casi, casi, todas las furias del océano, porque no da directamente al mar, la ciudad emergió cuando fue capital de la Luisiana española y disparó su crecimiento, bajo gobierno estadounidense, durante la primera mitad del siglo XIX. El desarrollo de las plantaciones en la región del Delta, apoyado en una muy fuerte presencia de esclavos, y el auge de la navegación por el Misisipi con barcos de vapor convirtieron a Nueva Orleans en la ciudad más rica de Estados Unidos, y en una ciudad multicultural, que lo sigue siendo, con especial influencia africana, europea, caribeña y centroamericana, una ciudad única por sus celebraciones, su historia, su cocina, y por su música. En Nueva Orleans nació el jazz, y en Nueva Orleans cobraron forma y se expandieron el blues, el rhythm’ blues, el gospel y el zydeco, la música de los expatriados canadienses que llevaron al sur del Misisipi la cultura cajún.

Es la ciudad más musical y más festiva de los Estados Unidos
En Nueva Orleans es imposible no sentirse atraído, desde el primer minuto, por su barrio francés, donde se concentran los principales iconos de la ciudad. El corazón de este barrio, junto al rio, es una plaza, Jackson Square, donde se encuentran la catedral de San Luis, el Cabildo y el Presbiterio. Todos estos monumentos, su arquitectura, y la propia plaza son herencia española. Francia cedió el control de Luisiana a España, para pagar una deuda de guerra, desde 1762 hasta 1803. Parte de la ciudad estaba entonces destruida, víctima de los incendios. Los gobernadores españoles se encargaron de su reconstrucción. Fue en esos años de dominio español cuando llegaron a Nueva Orleans los edificios con techos altos, que favorecían la ventilación, el estuco y los ladrillos para sustituir a la madera y los balcones y galerías con barandales de hierro, que permitían seguir desde casa lo que pasaba en las calles y eran señal de elegancia y buen gusto. La ciudad, hoy, reconoce esa herencia española con placas de cerámica que indican cuál era el nombre del lugar en la época del gobierno español. Jackson Square era la plaza de armas, el Cabildo fue la sede del gobierno español, el Presbiterio, la casa curial.
Hay que dedicar al menos una mañana a pasear este barrio, por sus calles más famosas, Bourbon, Frenchman, Royal Street, visitar el Mercado Francés y tomar luego el tranvía que nos acerca a otro barrio, el Garden District, donde se instalaron los dueños de las plantaciones. Después de ver sus elegantes mansiones, regresamos al barrio francés, paseamos por los barrios vecinos de Marigny o de Tremé, disfrutamos de una buena comida cajún, con arroz caldoso y nos preparamos, para la noche, que es cuando la ciudad estalla y despliega toda la enorme oferta que posee de música en bares y locales con grupos o solistas y en las calles con infinitos músicos callejeros.

La ruta que más llama la atención es la de los fantasmas
Nueva Orleans es, como decía, la cuna del jazz. Los historiadores sitúan el origen de esta música en el siglo XIX. Hacia 1840, Nueva Orleans sumaba casi 60 salas de baile y era la única ciudad de Estados Unidos que autorizaba reuniones de esclavos en un espacio público, una plaza que sería conocida como Congo Square, donde se reunían los domingos por la tarde para tocar tambores y bailar. Hoy el espacio que ocupaba Congo Square es parte de una plaza que lleva el nombre de Louis Armstrong, hijo predilecto de Nueva Orleans. Hay rutas guiadas, que llevan por los lugares de nacimiento del jazz, el humilde barrio de Tremé, los muelles, el área donde estuvo el barrio rojo, con los mejores clubs, el parque Louis Armstrong, y el museo dedicado al jazz, en el barrio francés. La ruta del cine nos lleva a lugares vinculados a algunas de las muchas películas que se han rodado en Nueva Orleans, entre ellas Un tranvía llamado deseo, Django desencadenado, Entrevista con un vampiro, o Vive o deja morir, de James Bond. Hay propuestas para visitar plantaciones históricas, a las afueras de la ciudad y excursiones en deslizadores por los bayous, las ramas pantanosas del río, donde hay caimanes.
Con todo, la ruta que más turistas atrae, es la ruta de los fantasmas que recorre el cementerio de St Louis, donde está enterrada Marie Laveau, reina del vudú y el cementerio de Lafayette, que sirvió de inspiración a la escritora Anne Rice para sus crónicas vampíricas. No podemos perdernos la navegación en el único barco movido de verdad con motores de vapor, con la clásica rueda de paletas en su popa, el Steamboat Natchez, que parte del muelle más próximo a Jackson Square, navega durante dos horas y ofrece preciosas vistas de la ciudad y del Misisipi.