Su nombre procede de unas palabras de la lengua xhona: dzimba dza mabwe, que significan “grandes casas de piedra”. Una expresión que ha nombrado durante siglos las construcciones más antiguas y misteriosas del corazón de África, los palacios y santuarios del lugar hoy conocido como Gran Zimbabue. Rodeado, por Zambia, Mozambique, Botsuana y Sudáfrica, Zimbabue tiene una extensión equivalente a las dos terceras partes de la de España y una población de solo 16 millones de habitantes. Su geografía la definen una cordillera, que atraviesa el país en diagonal; dos grandes mesetas, una a cada lado de esta cordillera; y dos grandes ríos: el Limpopo, que sirve de frontera, por el sur, con Sudáfrica, y el Zambeze, que marca al oeste la frontera con Zambia. En esta frontera, la de Zimbabue con Zambia, se encuentra, una de las grandes maravillas de África y del mundo: las cataratas Victoria. Que tienen su mejor mirador, el más amplio, en Zimbabue. Pero las cataratas no son el único tesoro de este país. En Zimbabue hay 233 zonas protegidas, casi el 30 por ciento de la superficie del país. Son reservas naturales, santuarios, bosques, y parques nacionales, 11 parques nacionales. Entre ellos, algunos que están declarados Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco.

Viajar por Zimbabue, África
La capital del país, Harare. Es la principal ciudad del país, su centro político y económico. En Harare tomamos la carretera principal que nos lleva hacia el sur, para alcanzar, unos 300 kilómetros después, la ciudad de Masvingo, situada al lado de las espléndidas, aún misteriosas, ruinas del Gran Zimbabue. Las ruinas corresponden a tres grandes grupos de construcciones levantadas entre los siglos XI y XIII, a las que se cree que solo tenían acceso los reyes y los sacerdotes. Había una ciudad fuera de los muros cerca de un lago, en la que llegaron a vivir más de 20.000 personas, hasta que el lago se secó y el pueblo xhona que habitaba el gran Zimbabue, lo abandonó. En 1871, un arqueólogo alemán, Carl Mauch, exploró las ruinas. Descubrió que en sus proximidades había cientos de minas de oro. Vio que sus muros estaban levantados sin argamasa, piedra sobre piedra, y que de algún modo, no conocido, sus creadores les habían dado formas cilíndricas, curvas, y rectangulares. Afirmó que esas ruinas correspondían al reino de Ofir, el que, según la Biblia, proporcionó al rey Salomón sus riquezas. De inmediato, el magnate del oro y los diamantes, Cecil Rhodes, envió desde Sudáfrica a sus propios arqueólogos. Extrajeron platos de cerámica china, fechados miles de años antes de Cristo, monedas árabes, objetos persas, una escultura de un faraón egipcio, y, entre otros tesoros, 8 águilas de piedra jabonosa, esteatita, que hoy están en el museo del Gran Zimbabue y son un símbolo del país. Las ruinas son el testimonio de una gran civilización, el pueblo gokomere, que llegó a establecer rutas comerciales que le conectaron con la costa de Mozambique, de Kenia y de Tanzania.

Un imperio en el corazón del África austral
La siguiente parada sería en Bulawayo, la segunda ciudad en importancia del país. Se encuentra a unos 300 kilómetros al oeste de Masvingo. Es una ciudad industrial que está situada muy cerca de un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: el Parque Nacional de Matobo. Un lugar al que se le llama “el hogar de las piedras danzantes”. Porque algunas de sus enormes formaciones rocosas parecen sostenerse sobre un solo punto, desafían a la gravedad. Es una zona famosa también por sus pinturas rupestres, huellas que señalan que algunas de sus cuevas fueron habitadas hace más de 35.000 años. Es un lugar sagrado para los Xhosa y los Ndebele, para quienes creen que en estas rocas viven los espíritus de sus ancestros junto al Mwari, la fuerza responsable de toda la Creación. Y de Matobo, viajamos al encuentro con otra maravilla, al parque Hwange, la mayor reserva de vida salvaje de Zimbabue.

Hwange es el mayor de los parques nacionales de Zimbabue
Tiene una extensión similar a la del Serengueti. Presume de tener más variedad de mamíferos que cualquier otra parque del mundo. Destaca por sus manadas de elefantes, por su población de licaones, perros salvajes y porque acoge 400 especies de aves, entre ellas el águila volatinera, símbolo del país. Y de Hwange, a las cataratas. 200 kilómetros al norte . Tres horas de carretera que nos llevan hasta el pueblo de Victoria Falls al lado de las cataratas que los kelolo llamaban mosi oa tunya, el humo que truena. Las cataratas rebautizadas por el explorador y misionero David Livingstone con el nombre de su reina, las cataratas Victoria.
Creo que al menos tres días, dos noches. Porque hay que dedicar una mañana a pasear, despacio, por el Parque frente a las cataratas. Por la tarde, hay que cruzar el puente de hierro sobre el Zambeze, unos minutos de paseo, para cruzar la frontera con Zambia y ver las cataratas desde el lado zambiano. Al día siguiente, estaría bien elegir al menos una de las actividades que proponen las empresas de aventura: el rafting por los primeros rápidos del río, el vuelo en ultraligero, en helicóptero, el desayuno al borde de las cataratas, el salto, bungee, desde el puente o el crucero por el río Zambeze para ver uno de los atardeceres más espectaculares del planeta. Y aún nos quedaría, para el último día, otro paseo por el Parque de Zimbabue para despedirnos de las cataratas. Luego, yo aún recomendaría viajar un poco más al norte, pasada la gran presa de Kariba: para visitar otra gran maravilla de este país: el Parque Nacional de Mana Pools, cuatro antiguos canales del Zambeze que han creado un paisaje extraordinario, con bosques de acacias, caobos, humedales, un paraíso para la vida salvaje, inscrito, por su belleza, en la lista del Patrimonio de la Humanidad.