El acoso escolar afecta casi en la misma proporción a chicos y chicas, pero en el llamado ciberbullying la problemática cambia. Hasta el punto de que el 70,2% de los adolescentes que lo sufren son chicas, mientras que el 29,8% son chicos. El director de Programas de la Fundación ANAR, Benjamín Ballesteros, explica en Onda Cero que esta realidad tiene que ver con el tipo de violencia que se ejerce: “principalmente se trata de agresiones a mujeres, bien en grupos numerosos de más de cinco miembros o en grupos mixtos”. Detrás de este hecho se encuentran algunos motivos, como el “deseo de venganza” o la agresividad que padece el propio agresor. La edad media de los afectados es de 13,6 años, ligeramente superior a la del acoso en general (11,6 años).
Hablamos, sobre todo, de insultos y ofensas, que suponen hasta el 62,6% de los casos de ciberacoso. También se profieren amenazas y hasta se difunden fotografías y vídeos comprometidos. El estudio apunta que el teléfono móvil es el medio más habitual para ejercer el ciberbullying y que la aplicación más utilizada es el Whatsapp (representa el 80,9% de los casos). El acoso a través de redes sociales se limita a una de cada tres agresiones. Prácticas que provocan secuelas al 92% de las víctimas, sobre todo ansiedad, tristeza, soledad y baja autoestima. Según Ballesteros, en las situaciones más graves y extremas –que ya suponen el 10%- también aparecen autolesiones, ideaciones suicidas e incluso intentos de acabar con su vida.
En contra de lo que pudiera parecer, más del 90% de los casos de ciberacoso suceden dentro de los centros escolares: durante las propias clases, en el recreo, en la entrada al colegio, en los lavabos, a veces hasta en el autobús de la ruta. Benjamín Ballesteros explica que sólo algunos casos, minoritarios, se producen también dentro de la esfera del hogar, pero precisamente éstos son los más graves: “Les siguen acosando de forma permanente, incluso en la intimidad de su casa, lo que produce que esa sensación de impotencia y de frustración sea todavía mayor”.
Como en el acoso escolar en general, el gran reto sigue siendo contar el problema. Las chicas y chicos suelen pasar nueve meses de calvario hasta que se atreven a contarlo. Sólo piden ayuda cuando el acoso es reiterativo, se alarga en el tiempo y se ha convertido ya en costumbre. A pesar de esto, denunciar es la vía para acabar con estas situaciones. Según el estudio, el 75% de los profesores toman algún tipo de iniciativa en cuanto conocen algún caso. El informe señala que no se debería depender tanto de los reglamentos de los centros y que sería “esencial” un protocolo de actuación homogéneo para toda España, en el que se contemplen medidas concretas para que los colegios y la sociedad puedan acabar con esta lacra.