Madrid | (Publicado 05.04.2019 19:31 )
Esta es la historia de un médico que no se llamaba pediatra, sino de niños y que no quería ser ese médico al que nadie quiere volver a ver. Quería seguir preguntándose cada día cuántas veces había dicho gracias. Al que los demás veían como un médico humilde de mirada infantil, que se descubrió un bulto que no dolía siendo residente y al que un sarcoma avanzado se llevaba el martes dejando huérfanos a los niños de Albacete. Antonio Javier Cepillo, que defendía que humanizar es una revolución que no tiene prisa y que crece con pequeños gestos.
Llevaba con orgullo el nombre de capitán optimista, título apadrinado por los guachis, un movimiento nacido en oncohematología pediátrica de su hospital para sacar a sus jovencísimos pacientes de la rutina de enfermedad con actuaciones musicales. Se convirtió en el flautista de los guachis y hace solo un año, con la voz dolorida ya por el cáncer, recibió el premio a la responsabilidad Social
Transformadora como dedicar el importe de ese premio para dibujar su hospital de colores para los niños, llenando pasillos y salas pediátricas con personajes de cuentos. Y dejando para todos el lema que ha terminado convirtiéndose en el de su vida.