SALUD

Por qué tenemos más gripe en invierno: esto dice la ciencia

La sensación de que encadenamos una infección respiratoria con otra es frecuente durante los meses de frío . Una de las explicaciones podría estar en cómo afectan las temperaturas invernales a nuestro sistema inmune y a la propagación de virus.

Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, Universidad de Granada

Madrid | 22.02.2023 09:58

Resfriados en invierno
Resfriados en invierno | Pexels / Andrea Piacquadio

Durante los meses fríos del invierno es habitual encadenar infecciones, generalmente respiratorias, una tras otra, y es inevitable hacernos la pregunta de si tendremos un sistema inmunitario potente o si, por el contrario, tanta infección es consecuencia de su mal funcionamiento.

Puede que sí o puede que no. No hay una respuesta única y podemos encontrarnos ante varias explicaciones a tanta infección.

La facilidad de transmisión

Si un patógeno encuentra las condiciones idóneas para su supervivencia y propagación, es evidente que va a tener mayor facilidad para infectarnos. La temperatura y la humedad contribuyen notablemente a la transmisión, aunque no de igual manera para todos los patógenos.

Así, si un virus se transmite por gotículas (que son de tamaño grande, pesadas y con tendencia a caer pronto al suelo), una elevada humedad evitará que se deshidraten, sean por tanto más pesadas y caigan pronto al suelo, teniendo menos oportunidades para infectarnos. Pero como, aunque parezca lo contrario, el aire es más seco en invierno, estas gotículas se deshidratarán pronto, pesarán menos y permanecerán más tiempo en el aire, favoreciendo así la infección.

A esto se le suma que las temperaturas elevadas inhiben la capacidad de transmisión de algunos virus, con independencia de la humedad. Sin olvidar que en los meses fríos pasamos más tiempo en interiores, muchas veces con mala renovación del aire, muy expuestos por lo tanto a la infección por aerosoles. Argumentos de sobra para entender por qué muchas enfermedades respiratorias son más frecuentes en invierno.

Y todo lo anterior no tiene nada que ver con un sistema inmunitario que no funciona bien, sino con una elevada capacidad de infección del patógeno.

Sí, puede que estemos inmunodeprimidos

Las inmunodeficiencias son enfermedades que se caracterizan por la incapacidad del sistema inmunitario para montar una respuesta eficaz frente a los antígenos. Como consecuencia, los pacientes sufren frecuentes infecciones. Pueden ser de nacimiento (inmunodeficiencias primarias, generalmente graves) o bien adquiridas (inmunodeficiencias secundarias).

Entre estas últimas, la más frecuente y grave ha sido el SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), producido por la infección con el VIH, con las consecuencias por todos conocidas. Pero no es la única. Ciertos tratamientos médicos, como es el caso de la quimioterapia, producen una depresión importante del sistema inmunitario. También es el caso de las personas trasplantadas, que deben tomar inmunosupresores de por vida para evitar el rechazo, o de muchos pacientes con enfermedades autoinmunes, que también deben seguir este tipo de tratamientos.

Además, el sistema inmunitario también se ve alterado con el paso de los años, en un proceso llamado inmunosenescencia. Debido a ello, las personas mayores no son capaces de montar respuestas inmunitarias potentes, y por ello son susceptibles a sufrir infecciones que habitualmente no causan patología grave en personas adultas.

Un ejemplo de las consecuencias que tiene este proceso de inmunosenescencia y de las respuestas alteradas en mayores lo hemos visto en la COVID-19, en la que el principal factor de riesgo de mortalidad era la edad avanzada.

Una infección nos lleva a otra

Incluso si nuestro sistema inmunitario es robusto, puede que unos días después de sufrir una infección nos venga otra (superinfección). No debe sorprendernos. Desde hace muchos años sabemos que sufrir una enfermedad viral aumenta la probabilidad de sufrir otra producida por bacterias.

Esto lo hemos visto, por ejemplo, en las sucesivas epidemias de gripe en la que muchas muertes fueron debidas a complicaciones por neumonías bacterianas, incluyendo la llamada Gripe Española de 1918 que causó unos 50 millones de fallecimientos.

¿Pero por qué? La explicación no ha empezado a ser entendida hasta hace muy poco. Por un lado, está relacionado con el hecho de que los virus pueden facilitar directamente la adhesión de ciertas bacterias a los epitelios respiratorios, a través de la inducción de moléculas de adhesión o de receptores que favorecen esa unión. Por otra parte, el virus respiratorio sincitial, que afecta especialmente a los niños, suele unirse a bacterias que provocan neumonía, y les hace aumentar su capacidad de infección.

Hay otro grupo de causas relacionado con los daños que ciertos virus causan en las estructuras respiratorias. Por ejemplo, el virus de la gripe A causa múltiples daños en los epitelios respiratorios que son aprovechados por las bacterias para infectarnos con mayor eficacia.

Y no acaba ahí la cosa. La infección en sí misma puede aumentar la disponibilidad de nutrientes para otros microbios. ¿Cómo? Muy sencillo: al modificar las estructuras epiteliales libera elementos como carbono, nitrógeno o hierro, necesarios para el crecimiento de muchas bacterias.

Un sistema inmunitario “tocado”

Que una infección lleve a otra tiene que ver también con las alteraciones que provoca el virus en el sistema inmunitario. Por ejemplo, tras la infección por gripe se producen mediadores antiinflamatorios durante semanas, además de reducir la capacidad de las células innatas para eliminar bacterias. El virus respiratorio sincitial, por su parte, inhibe la interacción entre las células presentadoras de antígeno y las respondedoras, lo que deja al sistema inmunitario vulnerable ante nuevos ataques. La infección por el virus del sarampión disminuye sustancialmente la memoria inmunológica, con lo que perdemos la protección frente a infecciones pasadas.

Como colofón, también hay infecciones causadas por la alteración de la microbiota respiratoria, es decir, el conjunto de bacterias no patógenas que residen en nuestras mucosas y que son esenciales para mantenerlas sanas teniendo, además, un efecto beneficioso sobre nuestro organismo. Estas bacterias hacen de escudo al ocupar toda la mucosa, evitando la infección por patógenos. Además, modulan la respuesta inmunitaria innata y la producción de citocinas antivirales. Cuando algo las destruye o las desequilibra, nos volvemos presa fácil de la infección por patógenos.

La relación entre esta microbiota, respiratoria e intestinal y una salud adecuada es actualmente un excitante campo científico.

Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, Catedrático de Inmunología, Centro de Investigación Biomédica, Universidad de Granada

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation