El calor extremo ya no es una amenaza lejana; se ha convertido en una cruda realidad que azota nuestro continente con una fuerza devastadora. Solo en Europa, entre mayo y septiembre de 2022, el exceso de muertes se disparó hasta alcanzar la cifra de 61.000, un sombrío testimonio de la vulnerabilidad de la población ante las altas temperaturas. España, en particular, se vio inmersa en esta ola de calor, con jornadas en las que las temperaturas superaron en 5 °C el umbral de lo que se considera un golpe de calor durante un significativo 6% de los días estivales.
A nivel global, la situación es igualmente alarmante. Las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud y los datos recopilados desde 1998 sugieren que entre 166.000 y 489.000 personas fallecen cada año a causa de enfermedades directamente relacionadas con las olas de calor. España no es ajena a esta tragedia: entre 1990 y 2016, se registraron 285 muertes directas por golpe de calor, coincidiendo con días en los que las temperaturas medias se elevaron aproximadamente 5 °C por encima de lo habitual. Expertos advierten que, si no se adoptan medidas urgentes, las muertes por golpe de calor podrían multiplicarse por 2,5 para el año 2050.
Esta catástrofe se infiltra en la vida cotidiana de formas insidiosas. Los hospitales ven un aumento en los ingresos de pacientes con confusión, mareos y desmayos, mientras las insolaciones y los calambres nocturnos se vuelven más frecuentes. La mortalidad asociada al golpe de calor no tratado puede alcanzar un escalofriante 65%; sin embargo, si se actúa a tiempo, ese porcentaje puede descender drásticamente, situándose por debajo del 5%.
Las señales neurológicas y sensoriales que pasamos por alto
Cuando pensamos en un golpe de calor, la imagen de alguien colapsando bajo el sol abrasador es recurrente. Sin embargo, antes de ese punto crítico, el cuerpo lanza advertencias que, por su naturaleza insospechada, suelen ser ignoradas. "Hay alteraciones neurológicas tempranas y sutiles que a menudo se subestiman", explica el Dr. Javier Mateos Delgado, especialista en Medicina de Familia y Comunitaria, y coordinador de la unidad de emergencias del Hospital de Medina del Campo, en Valladolid. Señales como un habla entrecortada o incoherente, una ligera confusión, irritabilidad o incluso agitación pueden ser los primeros indicios de que el sistema nervioso central está empezando a resentirse.
Pero la lista de manifestaciones insólitas no termina ahí. La ataxia, una sutil pérdida de equilibrio que puede hacer que una persona parezca torpe o mareada, la visión borrosa o una temprana desorientación espacial son también indicadores de que algo no va bien. En los casos más graves, antes de que se produzca un colapso total, se pueden presentar delirios, alucinaciones o convulsiones, lo que subraya la rapidez con la que el golpe de calor puede deteriorar las funciones cerebrales.
La piel, el órgano más grande del cuerpo, también envía señales atípicas. Además de la clásica piel caliente y seca, que suele asociarse a un golpe de calor avanzado, es posible que aparezcan erupciones, ampollas o incluso un "flushing unilateral", un enrojecimiento de solo la mitad del rostro o el cuello. Esto último, una peculiar disfunción del sistema nervioso autónomo, es una de esas "rarezas" que deben ponernos en alerta. En las fases iniciales, conocidas como agotamiento por calor, la piel puede estar pálida y húmeda, una sudoración excesiva que precede a la sustracción total del sudor y la sequedad absoluta.
Mensajes urgentes de un cuerpo al límite
Los sistemas cardiovascular y muscular también gritan auxilio de formas poco esperadas. El síncope de calor, un breve desmayo al incorporarse, es un síntoma que muchos pueden atribuir a un simple mareo. Sin embargo, este se debe a una vasodilatación periférica y una caída de la tensión, acompañada de pulso acelerado, náuseas, piel pálida y sudor frío.
Los calambres musculares, especialmente si son nocturnos o aparecen después de un esfuerzo, incluso tras haberse hidratado solo con agua, son una señal crucial. Además, Mateos Delgado insiste en la importancia de escuchar al cuerpo: "Los primeros síntomas suelen ser sensación de calor intenso, mareo y debilidad. Hay que aprender a escuchar al cuerpo. En este momento hay que buscar la sombra, descansar y tomar abundantes líquidos. Si no mejoramos, perdemos el conocimiento o aparece fiebre (más de 39º) hay que llamar a emergencias sanitarias".
La forma en que respiramos también puede ser un indicio de peligro inminente. Una respiración rápida, superficial o jadeos, a menudo acompañados de una curiosa sensación de hormigueo en las manos, pueden preceder a un colapso neurológico. Además, la persistencia de síntomas como mareos, debilidad extrema, palpitaciones, náuseas, un dolor de cabeza fuerte o inusualmente persistente, y orina oscura y muy concentrada son típicos incluso antes de que el golpe de calor se manifieste por completo. Estos signos, a menudo confundidos con el cansancio o la deshidratación leve, son, en realidad, llamadas de atención del cuerpo que no deben ser ignoradas.
¿Quiénes son los más vulnerables?
Los datos son tan contundentes como alarmantes: cada año, el golpe de calor cobra la vida de cerca de 500.000 personas en todo el mundo. Solo en Estados Unidos, se registran más de 1.300 muertes anuales por esta causa. En su forma más letal -el golpe de calor clásico, no asociado al esfuerzo físico- la mortalidad puede alcanzar un escalofriante 65 %. Cuando el origen es el ejercicio intenso, las cifras descienden al 3–5 %, siempre que se actúe con rapidez aplicando medidas de enfriamiento.
En Europa, el verano de 2022 marcó un hito trágico con más de 61.000 muertes atribuibles al calor. España fue uno de los países más afectados, con más de 11.300 fallecimientos. El promedio europeo fue de 114 muertes por millón de habitantes, pero en nuestro país la cifra se duplicó hasta alcanzar 237 por millón. Los expertos advierten que, si no se adoptan medidas contundentes, la mortalidad asociada al calor podría multiplicarse por 2,5 antes de 2050.
La tendencia, lejos de revertirse, se intensifica. En 2023, España contabilizó 8.352 muertes relacionadas con el calor, situándose de nuevo entre los países más castigados del continente. El verano de 2024 mantuvo esa línea ascendente: solo en agosto se registraron 1.386 fallecimientos, un 47 % más que en el mismo mes del año anterior, con picos de más de 600 muertes semanales. Las cifras de 2025 son aún provisionales, pero los expertos ya alertan de las llamadas “noches criminales”, con temperaturas mínimas que no bajan de los 28 °C en zonas como Extremadura, Andalucía o el centro peninsular. Este calor persistente impide el descanso, agrava patologías preexistentes y multiplica el riesgo de descompensaciones graves.
No obstante lo anterior, más allá de la mortalidad inmediata, el golpe de calor deja un rastro silencioso: daño cerebral, renal, hepático, respiratorio y cardiovascular. Incluso personas jóvenes y aparentemente sanas pueden quedar marcadas por secuelas que alteran su calidad de vida de forma permanente.
Los grupos más vulnerables son también los más expuestos: bebés, niños pequeños, embarazadas y personas mayores. Los primeros tienen un mayor porcentaje de agua corporal y aún no son capaces de expresar la sed con claridad. Los mayores, por su parte, pierden progresivamente la sensación de sed, lo que dificulta su autorregulación térmica. A todo esto se suma el agravamiento de enfermedades crónicas como la diabetes, las patologías cardíacas, respiratorias o renales, que encuentran en las altas temperaturas un desencadenante silencioso pero letal.
El papel de las enfermedades endocrinas
La relación entre el calor extremo y ciertas condiciones médicas preexistentes, particularmente las endocrinas, es un factor de riesgo que a menudo se pasa por alto. El Dr. Jorge Gabriel Ruiz Sánchez, miembro del Área de Neuroendocrinología y coordinador del Grupo del Metabolismo del Agua de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), subraya que, si bien ninguna enfermedad endocrinológica es causada directamente por el calor, "un ambiente caluroso puede ser peor tolerado en aquellas personas que sufren algunas de ellas".
Entre las condiciones que pueden verse afectadas, el Dr. Ruiz Sánchez menciona el déficit o resistencia a la hormona antidiurética (diabetes insípida), insuficiencia suprarrenal, el síndrome de Cushing, hipertiroidismo, acromegalia, feocromocitoma, paraganglioma e hipoaldosteronismo. Los síntomas en estos pacientes pueden variar, desde un incremento de la sudoración habitual y sed insaciable hasta mareos, lipotimias e hipotensión arterial severa.
El experto de la SEEN advierte que en casos críticos, un control inadecuado de estas enfermedades en el contexto de un exceso de calor puede "condicionar un riesgo vital". Por ello, insiste en que las personas con estas condiciones deben estar educadas sobre la importancia de la hidratación adecuada, evitar la exposición prolongada a altas temperaturas, conocer el estado de control de su enfermedad, y saber cuándo es necesario ajustar su medicación o qué hacer ante la inminencia de un golpe de calor.
La clave para protegerte: la prevención
Ante la creciente amenaza de las olas de calor, la prevención se convierte en la herramienta más poderosa. El Dr. Mateos Delgado enfatiza que las recomendaciones no son nuevas, pero su cumplimiento es fundamental: "El problema no suele ser que no los conozcamos, sino que no los realizamos. Evitar ejercicio o exposición en los momentos de más insolación, toma de líquidos, buscar lugares frescos". Además, aconseja "refrescar" las casas abriendo y creando corriente cuando hace menos calor y "encuevarse" cuando la temperatura exterior es muy alta.
La hidratación es, sin duda, la piedra angular de la prevención. "Es necesario ofrecer con frecuencia líquidos a los niños y a los ancianos. También llevar líquido si se realiza ejercicio o se va a la playa", apunta el especialista. En casos de sudoración profusa, el consumo de bebidas isotónicas que aporten sales minerales, o incluso la tradicional limonada casera con agua, zumo de limón, azúcar y una pizca de sal y bicarbonato, puede ser muy beneficioso para reponer los electrolitos perdidos. Esto, según el experto, ayuda a evitar síntomas habituales de deshidratación como debilidad, mareo y cefalea, además de ayudar a controlar la temperatura corporal.
Si una persona muestra signos de golpe de calor, los primeros auxilios son cruciales antes de la llegada de ayuda médica. "Lo primero es llevarlo a una zona fresca, no insolada. Ofrecerle líquidos (mejor frescos), refrescarle mojándole o poniéndole frío en axilas, ingles o cuello (con sentido común, claro). Y pedir ayuda", concluye Mateos Delgado.