El sol cae con fuerza en la capital. El termómetro marca 38 grados a la sombra. El interior de un coche aparcado al sol, sin ventilación ni parasol, puede alcanzar los 60 o 70 grados en apenas media hora. Es una cifra difícil de imaginar… hasta que se vive. Y es ahí donde comienza un peligro que pocos calculan, pero que cada verano cobra víctimas y deja daños materiales, físicos y, a veces, irreparables.
Las autoridades insisten: un coche cerrado al sol no es solo incómodo. Es una trampa térmica. Un horno de acero y cristal que puede convertir objetos cotidianos -una botella de agua, un desodorante, un móvil, una crema- en auténticas bombas de relojería. Y sin embargo, cada año volvemos a verlos: vehículos con medicamentos olvidados en la guantera, aerosoles rodando por el suelo, mascotas esperando al dueño sin una rendija de aire, y bolsas de la compra abandonadas como si fueran inmunes al calor.
El problema es tan común como subestimado.
Un efecto invernadero con consecuencias reales
Para entender el peligro, hay que comprender el fenómeno: cuando un coche permanece estacionado bajo el sol, la radiación solar atraviesa las lunas y queda atrapada en el interior. Es lo que los expertos llaman “efecto invernadero”. El aire caliente no puede escapar. Las superficies metálicas, plásticas o tapizadas absorben calor y lo amplifican. En cuestión de minutos, la temperatura puede duplicarse respecto al exterior. Si fuera hace 30 grados, dentro del coche puede haber 50. Si fuera hay 38, el habitáculo puede alcanzar los 65.
La Dirección General de Tráfico (DGT) lo ha alertado este mismo verano: un coche expuesto al sol puede llegar a los 70 grados. Y eso, más allá de lo incómodo, es físicamente peligroso. No solo para el conductor o los pasajeros, sino para cualquier cosa viva o material que se quede dentro.
La trampa más cruel: personas y animales
Cada verano, los medios recogen noticias desgarradoras: un niño dormido que fue olvidado en el asiento trasero, un perro encerrado “solo cinco minutos” mientras su dueño hacía una compra rápida. Esos cinco minutos, con ese calor, pueden ser fatales.
El golpe de calor actúa deprisa. En un niño pequeño, la temperatura corporal puede elevarse hasta niveles letales en menos de diez minutos. Los síntomas -mareo, vómito, piel enrojecida, inconsciencia- a menudo aparecen cuando ya es demasiado tarde. En mascotas, especialmente perros y gatos, el efecto es igual o más agresivo: no transpiran como los humanos y se asfixian con facilidad.
Protección Civil y la Guardia Civil insisten cada año: dejar a un menor o a un animal en el coche, incluso con la ventanilla bajada, puede ser considerado negligencia grave o delito. Y, sin embargo, sigue ocurriendo.
Objetos que parecen inofensivos, pero no lo son
No hace falta que el coche explote para hablar de peligro. A veces basta con que un objeto aparentemente inocente se convierta en el origen de un incendio o en un foco de intoxicación. Una simple botella de agua de plástico puede actuar como lupa: concentra los rayos del sol y puede quemar el tapizado del coche o encender papeles cercanos. Esto no es una hipótesis: los bomberos de varias ciudades han replicado este efecto en simulacros y experimentos reales.
Las botellas, además, liberan sustancias como el bisfenol A (BPA) cuando se calientan. Esa agua que parecía fresca por la mañana puede volverse tóxica al final del día. Consumirla representa un riesgo para la salud, especialmente en niños, embarazadas o personas con sistemas inmunológicos debilitados.
Los productos presurizados, como los desodorantes en spray, ambientadores, lacas o incluso ciertos productos de limpieza, son otro riesgo común. Dentro de un coche al sol, la presión interna del bote se eleva, y si el envase no resiste, explota. Hay casos documentados de salpicaderos rotos, tapizados quemados e incluso fuegos iniciados por estos productos.
Lo mismo ocurre con los encendedores. Un mechero olvidado en el coche no solo puede explotar, sino que libera gas inflamable que puede convertirse en detonante si alguien enciende un cigarrillo al subir de nuevo al vehículo.
La amenaza de los medicamentos
Otro error frecuente es dejar en el coche medicamentos de uso diario: desde antibióticos hasta insulina, desde antiinflamatorios hasta inhaladores para el asma. La mayoría de los fármacos pierden efectividad si se exponen a temperaturas superiores a los 25-30 grados. Y en un coche al sol, se pueden superar los 60. Eso significa que, en caso de necesitarlos, esos medicamentos no solo serán inútiles: podrían incluso generar efectos adversos.
Tampoco resisten el calor los cosméticos, los protectores solares, ni los geles o cremas que muchas personas dejan en la guantera como recurso práctico. La mayoría se degradan, se separan sus componentes o pierden propiedades. Un protector solar expuesto al calor deja de proteger. Una crema hidratante puede convertirse en un caldo de cultivo para bacterias.
Tecnología al borde del colapso
La era digital nos ha vuelto dependientes de la electrónica portátil: móviles, tablets, power banks, portátiles... y todos estos dispositivos tienen algo en común: baterías de litio. Este tipo de batería es especialmente sensible al calor. Si se sobrecalienta, se hincha, se daña internamente y, en casos extremos, explota.
Dejar un teléfono móvil en la consola del coche bajo el sol es una de las causas más comunes de sobrecalentamiento. Muchos terminales ya incluyen advertencias automáticas: se apagan cuando detectan calor extremo. Pero eso no evita los daños internos. Además, el calor puede afectar también al rendimiento, la duración de la batería o incluso borrar datos si la memoria se ve comprometida.
Alimentos
Otra escena habitual: dejar la compra en el coche mientras se hace una segunda gestión. Ese queso, ese yogur, esa carne envasada… pueden entrar en un rango de temperatura crítica en solo media hora. A más de 40 grados, los alimentos comienzan a degradarse. Se multiplican las bacterias. Se pierden nutrientes. Y el riesgo de intoxicación alimentaria crece.
Incluso los alimentos no perecederos pueden sufrir daños: las bebidas carbonatadas pueden explotar por presión; los chocolates se derriten; las frutas fermentan. Lo mismo ocurre con otros productos de uso diario como chicles, ceras, barras de labios o crayones: pueden manchar, derretirse o dañar el interior del vehículo de forma irreversible.
Las gafas y otros olvidos comunes
Unas simples gafas de sol, si quedan sobre el salpicadero, pueden deformarse por el calor. Sus lentes pueden perder el tratamiento antirreflejo o incluso agrietarse. Además, si están fabricadas con cristales convexos, pueden actuar como lupa y concentrar el calor sobre el asiento o un objeto cercano. Lo mismo ocurre con lupas, cristales decorativos o linternas de lectura.
Otros objetos cotidianos como baterías sueltas, monedas grandes, auriculares, cargadores portátiles o tarjetas bancarias pueden deformarse, fundirse o dejar residuos en el interior del coche si se exponen al calor.
En definitiva, no hay una sola razón válida para dejar un ser vivo o un objeto delicado dentro del coche a pleno sol. La costumbre, la prisa o la simple pereza pueden salir muy caras. Más allá de los daños materiales, que pueden ascender a cientos o miles de euros, está el daño invisible: el de la salud, la seguridad, o incluso la vida.
Proteger el coche con parasoles, aparcar en sombra, ventilar antes de entrar y, sobre todo, revisar el interior antes de bajar, deberían ser gestos automáticos. Como ponerse el cinturón o mirar por el retrovisor.
Cada verano, el calor nos recuerda que la desidia puede ser letal. A veces basta con no dejar nada atrás. Ni a nadie.

