Cada año, la misma pregunta resuena en el aire: ¿cuándo comienza la Semana Santa? Unos años en marzo, otros en abril... y siempre con la misma sensación de incertidumbre.
Pero detrás de este baile de fechas, hay un misterio milenario que fusiona la astronomía, la religión y la historia: la fecha de la Pascua cristiana no depende de un calendario fijo, sino del ritmo lunar y el equinoccio de primavera.
Ahora bien, ¿cómo logra el ciclo lunar marcar el destino de la Resurrección, y por qué los cristianos decidieron atar la festividad a la luna?
Lo primero que debemos entender es que la Semana Santa no está relacionada con un calendario solar como el que usamos en la vida cotidiana. El calendario gregoriano, que rige la vida moderna, tiene 365 días divididos en meses, pero la Pascua no sigue esta lógica. En lugar de estar atada a fechas fijas, la Semana Santa se ajusta al ciclo lunar, un antiguo sistema de medir el tiempo que se basa en la fase de la luna llena.
La clave radica en la primera luna llena después del equinoccio de primavera, que ocurre alrededor del 20 de marzo en el hemisferio norte. La fecha de la Resurrección de Cristo, que se celebra en el Domingo de Resurrección, se coloca en el primer domingo siguiente a esa luna llena. Y aquí es donde la magia del calendario se revela: como la luna llena ocurre cada 29,5 días, no siempre se ajusta perfectamente al calendario solar, lo que provoca que la Semana Santa cambie de año en año.
La relación entre la Semana Santa y la Pascua judía
Este vínculo con la luna tiene raíces profundas en la tradición judía. Jesús celebró la Última Cena durante la festividad de la Pascua judía (Pesaj), que también se basa en el calendario lunar. De hecho, la crucifixión de Cristo ocurrió durante esa misma celebración, lo que le dio un carácter especial a la Semana Santa cristiana, cuyo ciclo comenzó a seguir la misma regla lunar.
El Primer Concilio de Nicea en el año 325 d.C. fue crucial para fijar cómo debía celebrarse la Pascua cristiana. Decidieron que la festividad se celebrara siempre el primer domingo después de la primera luna llena de la primavera, para evitar que coincidiera con la Pascua judía, cuyo calendario estaba basado también en la luna. Así, la Iglesia Católica aseguró que la Resurrección de Cristo se celebrara siempre en domingo, aunque esta decisión no fue sencilla y ha sido tema de debate durante siglos.
El ciclo eterno: la danza del sol y la luna
Aunque el sol y la luna parecieran tener poco en común con las festividades religiosas, su influencia es más profunda de lo que parece. La variabilidad de la fecha de la Semana Santa nos recuerda cómo la humanidad, en su origen, dependía de los astros para organizar el tiempo. El hecho de que la Pascua cristiana caiga entre el 22 de marzo y el 25 de abril, un intervalo que se repite cíclicamente cada más de cinco millones de años, resalta la conexión de esta celebración con los grandes movimientos cósmicos.
La razón detrás de la elección de la luna llena no es solo simbólica, sino también práctica: los primeros cristianos seguían los evangelios y el calendario judío para determinar cuándo había sucedido la crucifixión, que tuvo lugar durante la luna llena de la Pascua judía. Esta referencia astronómica ha persistido a lo largo de los siglos, adaptándose a los cambios de la historia, pero sin perder su esencia. De ahí que la Semana Santa sea una fiesta tan inusual: no solo es un recordatorio de la Pasión de Cristo, sino también un recordatorio de nuestra conexión con los ciclos de la naturaleza.
El origen de la Semana Santa
La Semana Santa tiene sus raíces en la Pascua cristiana, la celebración más significativa del cristianismo, que conmemora la resurrección de Cristo. Según los evangelios, Jesús celebró su última cena con los discípulos antes de ser crucificado, lo que marca el inicio de esta festividad, que siempre se celebra en domingo.
El Domingo de Ramos marca el inicio de esta festividad, cuando Jesús entra en Jerusalén y es recibido por una multitud que lo aclama como rey. El lunes recuerda cómo Jesús desafía las prácticas comerciales del templo de Jerusalén, mientras que el martes se rememora la traición de Judas y Pedro. El jueves tiene lugar la Última Cena, donde Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, utilizando pan y vino como símbolos de su cuerpo y sangre.
Por su parte, el viernes es el día de la crucifixión, y el sábado se dedica al luto. Finalmente, el Domingo de Resurrección celebra el triunfo de la vida sobre la muerte, marcando el fin de la Cuaresma, un periodo de 40 días de penitencia y reflexión.
Con el paso del tiempo, la Semana Santa se fusionó con las celebraciones paganas de la primavera, dando lugar a tradiciones populares como la caza de huevos de Pascua y la figura del Conejo de Pascua, que simboliza la fertilidad y el renacer de la naturaleza. A pesar de sus raíces cristianas, las festividades de Pascua han trascendido culturas, adoptándose en muchas partes del mundo, como Estados Unidos y Reino Unido, donde la decoración de huevos y el consumo de dulces son parte fundamental de la celebración.
En España, los festivos están ligados a cada comunidad autónoma
Si bien el Domingo y Viernes Santo son festivos en todo el territorio nacional, el resto de la Semana Santa se considera una festividad de carácter autonómico, cuya celebración depende de cada comunidad autónoma.
Por ejemplo, el Jueves es festivo en todas las autonomías salvo en la Comunidad Valenciana y Cataluña, mientras el lunes de Pascua solo será inhábil en Baleares, Cantabria Castilla-La Mancha, Cataluña, Navarra, La Rioja, País Vasco y la Comunidad Valenciana.
No obstante, esta tradición milenaria de fijar la Semana Santa de acuerdo con el calendario lunar podría llegar a su fin. Esto se debe a que, en 2015, el Papa Francisco propuso establecer la segunda semana de abril como una fecha fija para celebrar cada año esta festividad, algo que, sin embargo, de momento no se ha llevado a cabo.

