Algunos países más a la izquierda, como Francia o Italia que han mostrado una cierta comprensión hacia las aspiraciones sociales de Syriza han empezado a ver los límites de su empatía al trabajar con ellos y percibir lo lejos que están de la realidad. Más aún: cualquier empatía se evapora cuando se valora la exposición económica que cada país tiene a la deuda griega. Todo el mundo ha puesto dinero en tiempos muy difíciles y cada euro cuenta. Por eso nadie está por una reestructuración de la deuda. Esa promesa electoral de la izquierda radical griega está más que aparcada, incluso por el propio gobierno heleno, aunque de vez en cuando Varoufakis la desempolve para consumo interno.
¿Qué queda entonces? Hay margen de maniobra para redefinir algunas reformas… siempre y cuando haya un compromiso renovado y completo con el programa. Y aquí, las diferencias ideológicas que puedan existir entre las familias políticas que gobiernan en las 18 capitales de la zona euro -sin Grecia- se difuminan para hablar con una sola voz.
El resumen es que Syriza está sola. Que el tiempo se está acabando. Y que hay que avanzar.
Según parece el Primer Ministro griego recibió este mensaje en la mini cumbre con Francia y Alemania que el mismo forzó en Bruselas en la madrugada del jueves al viernes la semana pasada. Y por si acaso, Ángela Merkel se habrá esforzado en repetírselo con mucho cuidado este lunes al recibir a Alexis Tsipras en Berlín, un encuentro en el que se han guardado en público las formas más exquisitas y se han pronunciado las palabras más conciliadoras. Allí el Primer Ministro griego ha quemado sus últimos cartuchos.
¿Podría haber un accidente? ¿Un Grexident como se dice ahora? Por un lado se sugiere que es posible si no hay más transparencia y sinceridad en las negociaciones… Pero al mismo tiempo todo el mundo niega un plan B en caso de no acuerdo. Porque –se explica- sugerir un plan B significaría no creer por principio en el plan A. La respuesta, le hagas a quien le hagas la pregunta, siempre suele ser así de esquizofrénica.
Hasta ayer.
Preguntado el Presidente del BCE, Mario Draghi, sobre si la institución estudia todos los riesgos y escenarios, incluida la salida del euro de Grecia, éste apuntó que la entidad bancaria europea “está vigilando de cerca cualquier potencial riesgo para la estabilidad de la zona euro”. “Tenemos gestores de riesgo que constantemente analizan toda una serie de hipótesis, es una práctica normal en el BCE”. Así que planes B existen.
Pero por principio nadie quiere que Grecia abandone la moneda única. En Atenas el primer motivo es la pura necesidad, aunque haya otros. Los demás piensan que su salida sería una catástrofe, puede que no financiera pero si política, ya que si ocurre la gente empezaría a preguntarse “quien es el siguiente”.
Por eso, en el fondo, se espera que haya acuerdo. El único temor está en la posibilidad de accidente, difícil de descartar por completo. En Teoría de Probabilidades una “probabilidad matemática de cero” describe un hecho no imposible.
Mucho va a depender de la actitud de Atenas. Volver a recordar la Segunda Guerra Mundial no ayudaría. Además, a veces los griegos dan la impresión de actuar como si todo el mundo fuera a mantenerlos en la zona euro a cualquier precio. Y lo que es más ilusorio. Actúan como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Pero no lo tienen.
De momento la pelota está en su campo. Hace falta un saque de córner. Y que sea ya, esta semana.