Hoy se cumplen cinco años de la explosión en el puerto de Beirut que, el 4 de agosto de 2020, provocó una de las mayores tragedias no nucleares de la historia moderna. Al estallar 2.750 toneladas de nitrato de amonio mal almacenadas, la detonación arrasó barrios enteros, dejó 218 muertos, más de 7.000 heridos y desplazó a unas 300.000 personas.
La onda expansiva destruyó infraestructuras valoradas en más de 15.000 millones de dólares y dejó una huella imborrable en la memoria de los beirutíes.
La lucha por la justicia sigue bloqueada
Desde el primer momento, el grito de "Justicia" resonó en las calles del Líbano. Sin embargo, cinco años después, nadie ha rendido cuentas. El juez Tarek Bitar, a cargo de la investigación, logró reactivar el proceso tras meses de bloqueo político y judicial. De hecho, se espera que el auto de acusación se publique a finales de este año.
El nuevo ejecutivo, encabezado por el presidente Joseph Aoun y el primer ministro Nawaf Salam, ha prometido independencia judicial y rendición de cuentas. Desde su llegada, se han reactivado diligencias y han comparecido varios exfuncionarios portuarios. “La justicia llegará”, ha asegurado Salam.
Entre los señalados se encuentran altos cargos de aduanas, seguridad y autoridades portuarias, pero ninguno ha sido juzgado aún.
La causa de la explosión quedó clara desde los primeros informes: el nitrato de amonio llevaba seis años almacenado de forma precaria, pese a repetidas advertencias de inspectores y técnicos. Además, documentos oficiales revelaron graves omisiones y ausencia de protocolos de seguridad.
Bloqueo judicial
Desde el inicio, la investigación ha estado entorpecida por presiones de grupos parlamentarios y por el uso de inmunidades legales para frenar imputaciones. El grupo Hezbollah acusó al juez Bitar de parcialidad y promovió protestas que impidieron que se citara a testigos clave durante meses.
Ahora parece que avanza la situación, pero es inevitable que siga presente el escepticismo de la población.
Aunque la reconstrucción urbana avanza, impulsada sobre todo por ONGs y la diáspora libanesa, muchas familias consideran que eso no basta.
Mientras tanto, Beirut conserva cicatrices visibles: fachadas perforadas, silos convertidos en memorial y grúas que aún trabajan en la reconstrucción del puerto.

