Mari Mar Blanco: "El dolor y el recuerdo no pasan y tampoco queremos que pasen"
Mari Mar Blanco recuerda una a una las horas que su hermano Miguel Ángel Blanco permaneció en manos de ETA, manos que le asesinaron hace 20 años. Ella tenía 22 años y él era su "fuerza". Nunca le olvidará, "el dolor y el recuerdo no pasan y tampoco queremos que pasen".
En una entrevista con EFE, Blanco asegura que en esos recuerdos tiene grabada aquella "marea humana" que invadía las calles, la imagen del País Vasco gritando "libertad" y lo que finalmente simbolizó su hermano: "Que las víctimas eran, son y serán siempre inocentes y que el verdugo, el terrorista, era, es y será el único culpable".
"Recuerdo el cariño y la solidaridad, el hartazgo y cómo la gente se quitó ese velo de miedo que invadía a los ciudadanos y les impedía dar la cara para defender la libertad, la paz y la convivencia democrática", rememora Mari Mar Blanco, que resume con el grito de "aquí tienes mi nuca" el final de ese miedo.
Fue lo "positivo" de la tragedia "tan terrible" que vivió su familia, encerrada durante casi dos días en su casa de Ermua, que se llenó de policías y guardias civiles, y la calle de decenas de vecinos y medios de comunicación.
"No pensé en mi hermano, sino en mi padre que era albañil"
La última vez que ella abrazó a su hermano fue el 9 de marzo de ese año en el aeropuerto de Bilbao antes de partir hacia Escocia para perfeccionar su inglés, aunque aquel 10 de julio estaba en Londres y fue en la residencia donde se alojaba donde recibió la llamada cuando estaba preparada para salir con unas amigas.
"En ningún momento pensé en mi hermano, sino en mi padre, que era albañil y podía haberse caído. Me pasaron a mi madre rota de dolor y me dijo que ETA había secuestrado a mi hermano. No me lo podía creer", relata Blanco, a quien no le dijeron el plazo de 48 horas marcado por la banda.
Todo lo contrario. Un tío le tranquilizó y pidió que no tuviera demasiada prisa por volver porque se preveía un secuestro largo. Pero ella solo quería llegar a su casa y cuando lo hizo se abrazó a sus padres y les dijo: "Tranquilos que ya estoy aquí".
No perdió en ningún momento la esperanza, aun a sabiendas de que el secuestro "no era un chantaje como tal, era una pena de muerte anunciada", porque lo que pedían era "imposible de cumplir", ya que el Gobierno del PP no iba a ceder a ningún chantaje.
A pesar de ese convencimiento, esa chica de 22 años solo tenía un objetivo: encontrar a su hermano. Rogó a la Policía y a la Guardia Civil que "invadieran" el País Vasco para que los etarras que retenían a Miguel Ángel no hicieran ningún movimiento y le rescataran.
[[DEST:"Le estaban esperando ya el 9 de julio para secuestrarle"]]
Su hermano nunca dijo en casa que se sentía amenazado; de hecho Ermua no era un municipio especialmente conflictivo. Pero tras el asesinato de Gregorio Ordóñez dos años antes, su madre, "quizá por ese sexto sentido que tienen las madres", le advirtió de que cambiara horarios, que no cogiera siempre el tranvía para ir a trabajar a Eibar, pero él decía siempre: "Ama pero a mí quién me conoce, no me conoce nadie".
Y sí le conocían, porque los etarras ya le estaban esperando el día anterior para secuestrarle. Pero Miguel Ángel no cogió el tranvía sino que viajó a Elgoibar en su coche para dar la señal de otro que quería comprarse.
"Cuando esta gentuza se pone un objetivo lo cumple", lamenta la hermana de un joven de 29 años que se convirtió en un símbolo "no solo por el calvario que tuvo que pasar y sufrir hasta morir, sino porque a partir de ese momento "la sociedad vasca dejó de justificar el asesinato de seres humanos", de policías, de guardias civiles, de militares, periodistas, políticos...
"Sólo espero y deseo que cumplan hasta el último día sus penas"
El dolor por el crimen permanece vivo en Marimar, que aunque respeta los encuentros que otras víctimas han tenido con terroristas, ella lo tiene claro respecto a los asesinos de Miguel Ángel: "No merecen que les diga absolutamente nada".
Plenamente convencida de que "nunca jamás" van a pedirle perdón, a Marimar solo le sale de su boca el calificativo de "bestias" cuando se refiere a los verdugos de su hermano, a los que no nombra y que, según ella, están incluso en contra del fin de la violencia.
"No tengo nada que preguntarles, porque además sé que no voy a tener la respuesta que me tranquilice (...) No les diría nada porque no se merecen ninguna palabra por parte de la víctima. Lo mejor es la ignorancia. Y eso sí, espero y deseo que cumplan hasta el último día de sus penas; eso es lo único que me tranquilizaría: el cumplimiento íntegro de la condena".
Marimar ha ido contando poco a poco a sus hijas, aun menores, lo que hicieron con su tío, pero también saben lo que se consiguió, lo que supuso de punto de inflexión en la lucha contra ETA, en la conciencia social y en el cambio de discurso del PNV.
Pero lamentablemente, los nacionalistas no siguieron por ese camino. Si lo hubieran hecho, enfatiza Blanco, "se hubiera acabado con ETA muchísimo antes".
[[DEST:"No les dimos nada cuando mi hermano estaba en sus manos. Nada les debemos"]]
Tras veinte años de luces y algunas sombras en la batalla contra ETA, Mari Mar Blanco cree que aún queda una lucha por el relato, por la transmisión de una verdad que no puede dejar la puerta abierta para que los jóvenes puedan llegar a ver el más mínimo de justificación de la existencia de ETA.
Hay que seguir trabajando por la disolución de la banda y por la resolución de los crímenes aún sin esclarecer; y hacerlo sin darles nada a cambio. "Si no les dimos nada cuando la vida de un ser humano de 29 años estaba en sus manos, desde luego ahora que hemos conseguido vencerlos, el Estado de derecho no les va a dar nada. Nada les debemos".