Los 760 monumentos de arte efímero, reivindicativo, colorista y evocador de las Fallas de Valencia, valorados este año en siete millones de euros, arden esta madrugada en la Cremà tras horas de lluvia intermitente y con el anhelo de que las fiestas de 2017 luzcan ya como Patrimonio de la Humanidad.
La Unesco deberá decidir a finales de este año si las fiestas de las fallas merecen ser catalogadas como Patrimonio Cultural Inmaterial, y por ello las Fallas de 2016, junto a administraciones públicas y organismos culturales, han sacado músculo ante los embajadores que han venido a comprobarlo. Cinco años después de la primera petición formal del Ayuntamiento, la candidatura ante la Unesco ha logrado el empuje político y cultural de todos los sectores y actores implicados en estas fiestas, esperanzados en lograr finalmente un objetivo que daría aún mayor proyección internacional a una de las citas clave del calendario turístico español.
El fuego que da sentido cada año a esta tradición ha comenzado a iluminar Valencia a las diez de la noche, primero con las fallas infantiles y dos horas después con las "grandes", sin olvidar las premiadas -entre ellas la de Cuba-Literato Azorín, elegida como la mejor de 2016- y, sobre todo, la gran protagonista un año más de todas ellas, la municipal de la plaza del Ayuntamiento, punto neurálgico del turismo más fallero y festivo.
El gigantesco artesano fallero sin rostro, obra del ya habitual en este enclave Manolo García -suyos fueron los imponentes Moisés (2014) y león del Congreso (2015)-, ha sucumbido también a las llamas purificadoras de la tradición valenciana, enfundada en fuegos artificiales, aderezada por las lágrimas de la fallera mayor y empujada por el ahínco que dará paso a las fallas del próximo año. Sus veintitrés metros de altura han ardido en un gran espectáculo pirotécnico tras la última orden lanzada por Alicia Moreno desde el balcón consistorial, acompañada por el alcalde, Joan Ribó, y el president de la Generalitat, Ximo Puig, entre otras autoridades autonómicas y locales junto a representantes de la cultura, la política, la diplomacia y el periodismo.
Se han librado de las llamas los ninots de un labrador valenciano tocando la guitarra, acompañado de un niño y un perro (obra del artista Manuel Algarra para la falla Almirante Cadarso-Conde Altea) y de un payaso del circo ruso pintando un león de trapo, mientras es observado por una niña vestida con ropa de ballet (Sergio Gómez Ferrer para la falla infantil de Sueca-Literato Azorín).
Ambos fueron indultados con los votos de los aficionados en la Exposición del Ninot, celebrada este año por primera vez y con gran éxito de público en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. La última jornada grande de las fiestas ha estado marcada por el tiempo inestable y la gran afluencia de gente. Una marea incesante de paraguas, capuchas y chubasqueros ha puesto el color al centro de la ciudad y los barrios con los monumentos más mediáticos en un sábado especialmente populoso, al coincidir en fin de semana y con el inicio de las vacaciones de Semana Santa.
La lluvia ha obligado a desconvocar la ya tradicional Cabalgata del Fuego por el centro de la ciudad, cuya suspensión, anunciada al mediodía, ha tenido que ser voceada desde coches policiales apenas unos minutos antes de su inicio oficial ante el desconocimiento de miles de turistas y curiosos que la esperaban en plena calle Colón.
Quedan atrás ya unas Fallas marcadas por la política y la justicia, ya que su desarrollo ha ido paralelo al proceso judicial contra el grupo municipal popular por posible blanqueo, la ofensiva política contra la exalcaldesa y actual senadora Rita Barberá y la visita de los líderes del PSOE y C's, Pedro Sánchez y Albert Rivera, enfrascados en plena negociación postelectoral. Precisamente Barberá, durante 24 años gran protagonista de estas fiestas -y que siguen satirizando los artistas en sus fallas-, ha sido la gran ausente no solo del balcón consistorial, vacío de invitados gubernamentales y del PP, sino de la propia vida festiva valenciana.
Por contra, Joan Ribó, como alcalde, y Pere Fuset, como concejal de Fiestas (ambos de Compromís), han tomado el mando de la vida josefina y este último se ha erigido como el gran e inesperado actor principal de unas fiestas que también han tenido toros, conciertos y la tradicional y masiva Ofrenda a la Virgen de los Desamparados. Valencia, ajena este año a la Hora del Planeta por motivos obvios, vivirá este domingo aún con la resaca fallera, mejor tiempo, la jornada final de su feria taurina, el trabajo incesante de las brigadas de limpieza y la explosión de los últimos petardos cuyo ruido incesante y atronador ha sido, un año más, la banda sonora de toda la ciudad.