El 7 de febrero de 2020, Donald Trump admitió a Bob “Watergate” Woodward que sabía que el Covid-19 se transmitía por el aire y que era mucho más grave que una gripe normal. "Simplemente respiras el aire y es así como te contagias", le contó al periodista. Durante las seis semanas siguientes, Trump negó la peligrosidad del virus, hasta que el 19 de marzo le dijo que Woodward que “no quería sembrar el pánico”.
El presidente de EEUU ha sido calificado como enemigo de las mascarillas, vistas como un signo de debilidad y de identificación política con el partido demócrata. El mismo Donald Trump se infectó y durante unos días se le administraron tratamientos experimentales y otros medicamentos que se suelen dar solo a enfermos graves. Recuperado, la imagen de Trump subiendo por las escaleras de la Casa Blanca, retirándose la mascarilla y saludando militarmente fue toda una declaración política de que Trump pasaba a actuar una vez más como si el SARS-CoV-2 no existiese.
La gestión de la pandemia en EEUU presenta números catastróficos. Supera los 225.000 muertos y el Covid 19 se ha cebado de forma desproporcionada entre negros e hispanos, generalmente en situación más precaria. Tanto es así que, por primera vez en la historia. The New England Journal of Medicine publicó un editorial en contra de Trump. Y no solo eso, Scientific American decidió pedir el voto para Biden.
Estados Unidos debía haber sido el país más preparado para contener al coronavirus. George W. Bush, después de leer en 2005, la Gran Influenza, en la que narraba la pandemia de la mal llamada gripe española de 1918, la cual mató entre 50 y 150 millones de personas y dejó una segunda ola más mortífera que la primera. El entonces presidente decidió actuar, financiando un plan para preparar al país ante amenazas como esta. Con una inversión de 7100 millones de dólares, Bush desarrolló un plan basado en la detección temprana, acumulación de equipamiento médico, la cooperación internacional y la educación de la población.
Donald Trump ha hecho justo lo contrario, una respuesta errática, tardía, repleta de declaraciones contradictorias sobre medicamentos milagrosos y al margen de la evidencia científica y desautorizando continuamente a las autoridades sanitarias, con Fauci a la cabeza.
Los EEUU de Trump suman más 100.000 contagios diarios, con un desastre económico para la población que, tras haber agotado los subsidios de la seguridad social de los primeros meses, provoca que en estados como Nueva York uno de cada cinco niños se vaya con hambre a la cama. Los bancos de alimentos, mientras tanto, tienen largas colas de personas que jamás lo habían pisado pues millones de empleos han desaparecido de un plumazo.
Un país más dividido que nunca
Los disturbios raciales han sido una constante en su mandato. Donald Trump ha sido un polarizador de la opinión pública. Cuando Colin Kaepernick se arrodilló en un partido de fútbol americano en protesta por la brutalidad policial contra los afroamericanos, la indignación de Trump hizo que Kaepernick, uno de los mejores en su puesto, no volviera a ser contratado por ningún equipo de la NFL.
La rodilla en tierra, sin embargo, se ha convertido en símbolo de la protesta ante la injusticia racial y la brutalidad policial. La muerte de George Floyd, sumada a la de Breonna Taylor y muchas otras, insufló vitalidad al movimiento Black Lives Matter y se produjeron disturbios en varias ciudades. Trump, obsesionado con “dominar”, llegó a hacer una salida desde la Casa Blanca a una iglesia cercana para hacerse una foto con una Biblia mientras los manifestantes pacíficos eran rociados con gases lacrimógenos. La propia alcaldesa de Washington, Muriel Bowser, protestó por la militarización de las calles. Y no fue el único, el alcalde de Portland, Mike Baker, tuvo que lidiar con el espray de pimienta y con fuerzas federales desplegadas en la zona entre las cuales, para sorpresa de muchos, se encontraban las del ICE, dedicadas en principio al control de fronteras y la inmigración.
Trump siempre ha coqueteado y enviado guiños a los grupos de ultraderecha no condenó con claridad las manifestaciones racistas de Charlottesville en agosto de 2017, convocadas para impedir la retirada del monumento al General Lee y que desembocaron en agrios enfrentamientos. Tras cuatro años, el actual presidente busca la reelección como el candidato de la ley y el orden, términos que han tenido tradicionalmente implicaciones discriminatorias para las minorías. En las elecciones más polarizadas que se recuerdan desde 1876, Trump confía en mantener el poder desde la división.