Después del número de prestidigitación pandémico, los usos y las costumbres tecnológicas se dieron a las maravillas de la magia moderna. Gracias a ese manual práctico y a cierto ilusionismo, Max Richter hace acto de presencia en una pantalla de trece pulgadas. Con gafas y recostado, saluda desde un sillón visiblemente desgastado al que respalda una librería de títulos también arrellanados. Adivino y después confirmo, que el reposabrazos derecho seguro ha perecido entre James Joyce y George Elliot; el izquierdo está más hecho al codo, a sostener sien y, quizás por eso intuyo que ahí es donde se ritualizan sus ritmos circadianos de escucha y silencio.
Recibe Max como si acabara de escuchar de seguido las ocho horas de música que ya compuso para dormir. Pero no es ese tipo de calma la que transmite, sino la que procura la satisfacción por un gran trabajo que, desde hoy, va a movilizar la litosfera musical y aseguro provocará un movimiento súbito en las placas tectónicas del pensamiento contemporáneo.
Max Richter ha explorado los límites de la música clásica desde el asombro y su estrecha relación con la música del pasado. Ha transitado las claves del sueño y la vigilia mutando hacia la electrónica sin perder a un solista de violín por el camino y ganándole profundidad al remix. Sigue manteniendo viva la relectura viváldica como raíz primaria de su inquietud experimental. Y acaba de tomar una decisión de primero de geofísica instrumental: poner al revés a la orquesta para interpretar el mundo actual que, por cierto, según su criterio, está dado la vuelta.
Esto se consigue siendo y teniendo genio e ingenio, sabiendo qué componer exactamente para unos cellos e involucrando a un inmenso equipo que ha entendido el concepto en el que Max lleva trabajando, sigilosamente, casi una década. Podría decirse entonces que, en su versión más proustiana, Richter fue en busca del tiempo necesario para gestar esta obra, y en busca de un lugar de autoreflexión al que, después, nos ha invitado de forma universal.
Le preceden otros compositores clásicos que también proporcionaron pasajes de reflexión en sus sinfonías. Es cierto. Pero 'Voices' se acerca más al espacio que da tiempo a la interpretación simultánea, como consigue el maestro Pärt. La voz humana se convierte así, en una onda amplificada que se coraliza en un espacio instrumental, una transmisión práctica que recuerda, a través de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que las soluciones a las grandes crisis también pueden emanar de los seres que las padecen o las crean.
Pensar en voz alta
Elevar el diálogo interior a una conversación coloquial de las de ahora, mascarilla mediante, donde los interlocutores sean capaces de llegar a recrear un ambiente con suficiente distancia social y cercanía visual. Considerando que, al conversar en condiciones previas a la nueva normalidad, se liberaban 700 virus por minuto, y que ahora se prescinde de la lectura labiofacial y del murmurar, nos quedan para filosofar algunas opciones: el arco Giocondiano de cejas, la escleróticopatía, la lectura de prolongación de patas de gallo o una Max coherente: La Música.
"La música es una narración, un medio para contar historias".- Comienza a pensar en voz alta Max Richter. "Ya sabes cómo se dice: La música empieza donde las palabras se frenan. Y este momento nos ha dejado sin palabras. Pero también nos ha hecho darnos cuenta de cuánto nos necesitamos los unos a los otros".
En 'Voices' se produce un reencuentro tan necesario como los vividos en los últimos dos meses. "Creo que vivimos en un entorno psicológicamente muy desafiante. Vivimos tiempos propicios para la histeria. Mucha de la comunicación es irreflexiva y muy rápida. No da tiempo a profundizar. Y encontrar un espacio para generar pensamientos, reflexiones, es algo que sencillamente requiere de un esfuerzo deliberado. Y esto es lo que convierte este momento en un verdadero reto para todos".
A través de un texto tan representativo como el de la Declaración Universal, Max vuelve a releer los artículos y nos reformula el preámbulo. "Es una de las razones por las que me convencí de que la voz humana, la voz real, es capaz de materializar lo importante, de hacernos tomar conciencia y prestar atención ante tanta distracción. Porque recibimos más saturación de sonidos que escucha esencial, esta composición pretende fomentar un espacio donde replantearnos las verdaderas preguntas y verbalizar las preocupaciones".
El seísmo: la era de la hipocognición
El efecto del lenguaje en el pensamiento, el ponerle palabra a aquello que se vive o se siente. El hecho de que un idioma no tenga una palabra para describir una experiencia se denomina hipocognición, y así, supersticiosamente, nombra Max a la pieza n.13 de 'Voices'.
Trece, número espejo de treinta y uno. Es 31 de julio y todavía se discute por el artículo determinado que antecede a COVID-19. Pero el debate sobre definir el estado actual de la cuestión, este estado de 'rebrotada irrealidad', aún no se ha divulgado, sí vulgarizado en cambio, porque cada quien trata de improperiar esta época como buenamente puede. La extrema hipocognición solo conduce a un periodo de larga confusión, inconsciencia, letargo, ignorancia o sumisión.
Un momento. Quizás también lleve hacia silencios incómodos o hasta a un grado superior de aburrimiento y, en tal caso, no sería, ni mucho menos, lo peor. "Siempre mido mi trabajo a través de la intensidad del silencio. Las piezas de música van y vienen a través del silencio. Y cuando creo, busco y quiero sentir eso, precisamente ese dinamismo. El rol del silencio en nuestra vida actual es increíblemente importante. Creo que la gente necesita estar aburrida. En cambio, no hay tiempo para el aburrimiento y hemos perdido la capacidad de cultivar el silencio".
Del silencio al sonido tan solo hay una vibración al aire. Ser el desencadenante de esa vibración, es lo que convierte a esta nueva obra del maestro alemán, en una declaración de amor hacia la esperanza. Richter hace sus voces un reclamo de unión a escala universal.
Microseísmos: los orígenes
El sentido de la autopremonición en Max Richter es un acto en dos partes: la itinerante y la desencadenante. Hace 10 años comenzó a escuchar por primera vez la pieza 'Mercy'. Dedicación intinerante a una composición que acabó vertebrándose por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Covid-19 llegó para intensificar todas las motivaciones que habían desencadenado 'Voices'.
Dos generaciones después de la lectura de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en esta composición se reimagina el espíritu de un mundo más diverso, de plena igualdad. Un espíritu incluso más acertado que el que imaginaron los que redactaron el documento más traducido de la historia de la humanidad. "Ahora, hay que tener en cuenta que este texto tiene 70 años y, si tocara escribirla en este mismo instante, seguramente se cambiarían cosas. Algunos de esos cambios los he introducido en 'Voices' a propósito. Una pequeña adaptación que hice para la grabación, por ejemplo, en el primer artículo se habla de 'fraternidad' y lo sustituí por 'comunidad'. En el artículo sobre el matrimonio se habla solo de 'hombre/mujer' y lo reemplacé por 'todo el mundo'. Son pequeñas cosas que a mi me hacían conectar más con el presente y preservar ese sentimiento, para mi era primordial".
Asimismo, en el origen se puede hallar el futuro. "La sensación de posibilidades que representa hizo que esta idea me reclamase durante casi diez años. Un documento escrito en respuesta a los problemas humanos. No dejaba de pensar en lo inspirador que resultaba la existencia de una inquietud universal por dar solución a problemas que nosotros mismos creamos".- Silencio.
De vez en cuando hace silencios breves para después retomar la cuestión sobre la que necesita incidir: en este caso, nos habíamos quedado en el futuro. Continúa: "Por lo tanto, el texto habla sobre todo del futuro y tiene mucho potencial. Si uno se despoja de las influencias, las características políticas e históricas y se concentra en las palabras, todo el mundo estaría de acuerdo casi en la totalidad del texto. Porque la Declaración inclina la balanza hacia una justicia y dignidad natural. Un sentido de la decencia universal a la que nos debemos".
Pero más allá de la voz de uno mismo, de lo que le lleva a retomar una u otra idea, nos remontamos al origen del verdadero vínculo con la voz. El viaje conversacional vira sorprendentemente hacia la melodía de una nana y al susurro.
"Supongo que para todo el mundo la voz de una madre es fundamental. Quien te cantaba, quien te hablaba suavemente en la infancia, genera momentos enormemente emocionales que se quedan en nuestro recuerdo como una resiliencia natural, de adaptación al mundo con dulzura e inmunidad. La voz de una madre inmuniza. Pienso, en este sentido, que la voz melódica, especialmente la voz femenina, es universal. Es profundamente emocional y un vínculo afectivo que también es el origen de las bases de la música. La música es voz y vocación. Y la voz tiene una conexión con los sentimientos que resulta universal".
En cada etapa vital las voces de referencia cambian, mientras que la música consigue adaptarse, permanecer inalterable si así se desea. Y eso a lo que nos aferramos acaba por perpetuarse en un 'microseismo', en un leve temblor, que nos seguirá agitando o al que daremos importancia. Aclara Richter, en este punto, que la comunicación tiene varios niveles, por eso existen distintas voces con las que convivimos y explica que "la forma más brillante y esencial que tiene la música para hablar directamente y en un sentido emocional, es escuchar la voz humana" un lenguaje capaz de ayudarnos a percibir nítidamente ese ruido de fondo interior.
Movimiento épico: voces anticataclismo
"ALL HUMAN BEINGS..." Artículo uno: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse los unos con los otros como una comunidad.
La nueva obra de Max Richter arranca con la voz original de Eleanor Roosevelt, impulsora de la redacción y firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, leyendo el texto inspirador en 1949. Eleanor, según Max “una figura enormemente interesante. Un catalejo para el cambio. Ella fue una persona muy privilegiada e hizo que ese privilegio trascendiera a su propia vida. Un privilegio que potenció y sostuvo su activismo, pues ella estaba realmente concentrada en el borrador de la Declaración Universal de DDHH, supervisó la redacción, se puso al frente del comité de creación y, desde esa posición, sintió una vocación de servicio que, para mi, aún hoy es inspiradora”.
A ella le siguen voces actuales, de distintas edades, grabadas en varios idiomas y con una variedad de tonalidades con las que logra un efecto épico y 'universal' de la voz. Como si los derechos humanos tuvieran una propia voz de la conciencia en proyección. Un texto, sin duda armónica, que coge el máximo impulso a través del piano de Max. La cadencia de la composición de «Voices» va envuelta por una mente que no deja de aunar sonidos; a las voces se le unen el sonido del vaivén del mar, sonidos de la vida cotidiana, la calle, la naturaleza que cobra un sentido primario y el sonido del paso de las personas que nos acercan o alejan de la dirección hacia la que la defensa de los DDHH se conduce o la conducimos.
La DUDDHH fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Un ideal orientativo que no consiguió ser formalizado como tratado internacional por falta de consenso. Las piezas de Richter hacen que las preguntas ralenticen el diapasón: ¿Falta de consenso sobre la obligatoriedad de proteger y respetar los derechos humanos básicos? Tuvieron que pasar treinta años para alcanzar el consenso. En la actualidad, todos los Estados miembros de las Naciones Unidas han ratificado al menos uno de los nueve tratados internacionales básicos de derechos humanos, y el 80 % de ellos ha ratificado al menos cuatro de ellos, lo que constituye una expresión concreta de la universalidad de la DUDH y del conjunto de los derechos humanos internacionales.
La voz de Eleanor Roosevelt y el preámbulo de la DUDDHH a escala de 'Voices', podrían ser considerados movimientos sísmicos de magnitud épica, suceden una vez cada 20-30 años.
Movimiento legendario: Mr. Tambourine Max-Man
La arquitectura musical de Max Richter nunca defrauda. La geofísica de sus partituras son auténticas cartografías para la esperanza. Se encuentra en 'Voices' filigrana instrumental con la evocación constante desde 'MemoryHouse'.
El compositor más influyente de la música actual, líder mesiánico de las bandas sonoras en cine y series, nunca deja de hacer propuestas relevantes, acertadas y oportunas como esta. Ya nos regaló la mejor revisión de las cuatro estaciones de Vivaldi en 'Recomposed', rescató a Virginia Woolf en 'Three Worlds'. Tanta generosidad se merecía una explicación. ¿Qué pasa por una mente sonora como la de Max Richter? ¿Cuáles son los seísmos que le despiertan el instinto de creación? ¿Qué le hace reconectar consigo mismo?
Silencio. Sonrisa. Se ríe fuerte y a continuación confiesa: "Tarareo habitualmente un himno muy antiguo, es la canción más antigua registrada y no sé por que. Y de forma recurrente me viene mucho también la melodía de ‘Mr. Tambourine Man’ de Bob Dylan. Llegan sin justificación alguna, pero seguro que tiene su explicación".
Ojalá me equivoque pero ya es mucha casualidad que al compositor anónimo de la canción más antigua del mundo, el Himno de Ugarit que data de hace 3.400 años, le llamen el Dylan Mesopotámico. Coincidencia seguro también, que el primer instrumento musical de la historia fuera una flauta y que Max Richter naciera en Hamelín.
31-J: El día de la falla
A propósito de los seísmos y de aquello de la corteza terrestre, que se localiza en la falla, justo el punto del movimiento súbito que provoca un terremoto, fallar es el verbo en bucle que más veces utiliza Max Richter para referirse al estricto acto de avanzar: "fallar, para volver a fallar cada vez mejor".
Estimados tambourines hoy es el día del jingle-jangle. Un día para el fenómeno sismográfico de las voces que reescribirán el futuro a pie de paso de cebra.
Esta entrevista se concibe con el agradecimiento especial a quienes hicieron fácil lo difícil y de lo imposible un milagro: Óscar Escudero, Marcos Blanco, Mariam González y al equipo de Max Richter en su totalidad.