El 18 de marzo, víctima de un ataque al corazón, murió en Los Ángeles, Henry Bromell, escritor, guionista y director de cine y televisión nacido en 1947 en Nueva York. Con una extensa carrera a sus espaldas, Bromell trabajó, ya fuese como productor, como guionista o en ambos cargos, en series como Doctor en Alaska, las incomprendidas Cárnivale y Rubicón o la que le sirvió para hacerse con un Emmy póstumo al Mejor Guión, Homeland gracias a su magnífico trabajo en el episodio Q & A. A pesar de que podemos encontrar su nombre en los créditos finales de algunos episodios de la recientemente emitida tercera temporada, el último de ellos el tercero, a la vista del resultado final, su ausencia se ha notado quizá más de lo debido. Cierto es que cuando supimos de su muerte fuimos muchos los que nos preguntamos cómo repercutiría en la ficción su ausencia, pero sinceramente yo era de las optimistas, quizá porque desconocía el poder de su creatividad y de su pluma. A la vista de la última entrega, quizá Bromell se llevo consigo tramas y giros argumentales algo más jugosos que lo que finalmente hemos visto en la pantalla… Nunca lo sabremos.
Tres meses después, el 19 de junio, fallecía camino del Festival de Cine de Taormina el inolvidable James Gandolfini. A la temprana edad de 51 años nos decía adiós un actor tan poderoso como entrañable que, como recordaba Carlos Alsina en su monólogo de "La Brújula"el día después, para muchos siempre fue y será Tony Soprano. Pero había mucho más allá del temible mafioso que el dio a conocer, y precisamente en estos días podemos comprobarlo en el cine, con su último trabajo, Sobran las palabras, junto a la también televisiva Julia Louis Dreyfus. El destino nos arrebató la posibilidad de verle en la esperada versión norteamericana de Criminal Justice, o de simplemente disfrutar de su trabajo, mientras la vejez se establecía en él como en cualquier otro, ya fuese en la pantalla pequeña o en la grande. A modo de homenaje la cadena HBO, que tanto le debe, para qué negarlo, emitió el pasado 22 de diciembre el especial James Gandolfini: Tribute to a friend, treinta cinco minutos de homenaje, en los que sus compañeros de delante y detrás de las cámaras comparten sus experiencias con él y nos descubren secretos del rodaje. Además, en el reportaje disfrutamos de algunas de tomas falsas y descubrimos que, bajo ese despreciable ser, siempre hubo un hombre genial que disfrutaba haciendo sentir bien a los demás.
El 29 de septiembre la pena también la traía la tele, aunque en este caso era otro tipo de pena: programada, necesaria, deseada a la vez que temida. Y aunque muchos nos quedamos huérfanos cuando la pantalla se fue a negro y sonaba Baby Blue, poniendo punto y final a Breaking Bad. En los minutos previos, mientras asumíamos que el final había llegado, que los últimos segundos de nuestra serie favorita eran eso, los últimos segundos, decíamos adiós a Jesse Pinkman y a Walter White, agradecidos por tantos buenos momentos de genialidad televisiva, tristes por saber que no habría más. Y somos muchos los que la añoramos, y muchos los que buscan “algo como Breaking Bad” sin saber que eso es imposible.
Sé que las tres pérdidas no son comparables, como sé que ha habido muchas más. Pero la primera por la repercusión que, a mi modo de ver, ha tenido en Homeland, y las dos últimas, por la que tuvieron en mi misma, merecen estar juntas, como aquello que 2013 nos robó e hizo que nos quedásemos un poco más sólos, televisivamente hablando.