“En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza”. Génesis 2:25.
Esa felicidad nudista en el Paraíso duró bien poco. Después del pecado original, Eva y Adán se dieron cuenta –oh, sorpresa– de que estaban desnudos. Y aunque intentaron cubrirse, ya era demasiado tarde; acababan de descubrir la culpa y la vergüenza.
La historia de la relación entre el desnudo y la religión es profunda y compleja. No obstante, el cuerpo femenino –oh, sorpresa– siempre ha sido especialmente problematizado. Desde aquí yo me conformaré con señalar que no es lo mismo estar desnudo que desnudarse. En la acción de desvestirse hay muchas más cosas implícitas, hay consciencia de desnudez, y dependiendo del modo de proceder podemos diferenciar entre un acto cotidiano y banal, o un intento de seducción: un estriptis de toda vida. Pero, ojo, no todo está en la intención, en ocasiones es exclusivamente la mirada del otro la que genera la lectura viciosa.
Hemos alcanzado el cuarenta de mayo, faltan apenas dos semanas para la llegada del verano, y este año la mascarilla nos cubrirá la cara, pero pronto habrá que empezar a enseñar el resto de la piel.
Texto: Tatiana Tereshkova