La RAE no me parece desacertada al definir esta nueva acción a la que dedico hoy nuestro NMHA, pues Discutir es contender y alegar razones, aunque nos pese, contra el parecer de alguien.
Por ello, opino que toda ley debería conformarse tras examinar atenta y particularmente la materia, o sea discutirla productivamente. Entre nuestros políticos desafortunadamente no es ejemplar la agilidad del Parlamento Británico, así como entre los tertulianos mucho menos la capacidad de oratoria de grandes pensadores.
Según Pedro Tomás Pedreño, de la Sociedad de Debate Complutense TJ, básicamente «Una discusión no es dos o más personas encontradas. Lo que se contraponen son ideas, mientras los humanos solamente las representan. Para que exista una discusión no hace falta que hayan dos con opiniones diferentes, sino que defiendan asuntos opuestos, total o parcialmente». Para el joven orador, discutir (o debatir) es interpretar o representar cómo se defienden ideas, con las mejores habilidades, pero sin estar necesariamente representadas por ellas.
La discusión se acaba cuando en vez de hablar sobre ideas, pasa a ser un asunto interpersonal. Pues ya no se estará discutiendo, sino utilizando un tipo de falacia informal conocida en lógica como argumento ad hominem -o sea, atacar a la otra parte-. Pero ojo con no caer en el también falaz razonamiento o argumento ad logicam.
Tampoco vale tirar de dialéctica erística -o el arte de tener razón según Schopenhauer- pues si bien sus 38 estratagemas retóricas engañosas pueden facilitar el éxito en una discusión, sus argumentaciones no sirven a la verdad.
El jeque y poeta persa Muslih-Ud-Din Saadi parece ser que apuntó el aforismo «Si discutes mucho para probar tu sabiduría, pronto probarás tu ignorancia».