Mañana se celebra el Día de los Derechos Humanos con el eslogan 'Todos humanos, todos iguales'.
Por ello hoy continuaremos con otra virtud, la intrínsecamente relativa al «documento histórico que proclama los derechos inalienables que corresponden a toda persona como ser humano, independientemente de su raza, color, religión, sexo, idioma, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición».
Durante la pasada festividad de La Constitución, el testimonio de Samia, una joven evacuada del Afganistán talibán por España, me hizo reflexionar sobre la paradoja de la mayoría de conflictos bélicos, en los que una (o ambas) partes cometen crímenes contra la humanidad, provocando una obvia crisis humanitaria. Seguidamente suelen ser los mismos ejércitos, o las fuerzas de paz de las Naciones Unidas, quienes emprenden operaciones de rescate humanitarias. Y, finalmente, son ciertas organizaciones no gubernamentales las que suelen aportar la ayuda humanitaria más eficaz. Teóricamente siempre siguiendo los principios humanitarios de humanidad (valga la redundancia), imparcialidad, neutralidad, e independencia operacional.
Resumiendo, el principio fundamental de humanidad quiere decir que «el ser humano debe ser tratado humanamente en toda circunstancia a través de la protección de su vida y aliviándole el sufrimiento, al mismo tiempo que se asegure el respeto del individuo».
La humanidad, como fortaleza, representa el conjunto de cualidades y caracteres propios de los seres humanos, o sea, su naturaleza y, por tanto, propia fragilidad. Además demuestra en quien la posee, sensibilidad, compasión ante las desgracias ajenas, benignidad, mansedumbre o afabilidad.
Texto: Miguel Tébar, periodista musical.
