Hoy con Leleman venia pensando en… Pablo Andújar. Porque victorias como la suya ayer ante Roger Federer no se consiguen todos los días.
Vale, que no es un open 250, 500 ni 1000 ni un Grand Slam pero es una de esas victorias que dan la vuelta al mundo y que un tenista no olvidará jamás: derrotar a Federer en su casa, Ginebra, y en su regreso a las pistas dos meses después. Habrá quien diga que al suizo le falta ritmo de competición, y tendrán razón pero Roger es Roger y su calidad no se discute con o sin ritmo de competición. A los que dicen eso, que se pongan delante a ver si consiguen siquiera hacerle no ya un set sino un punto.
Escuchaba anoche a Pablo en El Transistor y estaba exultante. Con 35 años reflejaba la ilusión de un niño. No es para menos. Dijo que no quería que se acabara el día, ese día que recordará siempre incluso más que aquellos en los que ganó sus cuatro torneos ATP. Siempre podrá decirle a sus nietos que él ganó a Federer en su casa. Y eso pocos lo pueden decir.
Porque Pablo Andújar es de esos tipos que valen la pena. Quienes le conocemos sabemos que lo de ayer no es futo de la casualidad sino del trabajo y sacrificio que siempre le han acompañado. Tuvo que sufrir un calvario con las lesiones que casi le hacen abandonar el tenis. Y tal vez si no hubiera sido por aquello habría llegado aún más lejos que en ese puesto 35 del ranking mundial en el que llegó a estar. Otro quizá hubiera tirado la toalla. Él no y gracias a eso ha podido vivir un día como el de ayer.
Levantinista de corazón y valenciano de adopción. Porque sí, nació en Cuenca pero a los tres años se vino para acá y esta es su tierra. Los valencianos podemos sentirnos orgullosos de lo que hizo ayer en Ginebra. Así que amigos de todo el mundo… dejad de decir el tenista conquense que él es más valenciano que la propia paella…