‘Vía líquida’, de Rubén Tortosa, es una obra-flujo, una obra-situación, una obra-acontecimiento. Lo que se nos da a ver es el siendo-ahí de un espacio en el que se gestionan flujos digitales, metabolizados en sutiles descargas de una sustancia material (agua). La velocidad (de la luz) de la corriente eléctrica se ralentiza aquí en la corriente descendente de unas gotas de agua. Los raudos impulsos digitales se demoran, metamorfoseados, en un corto viaje por la materia.
El flujo se revela expresión no solo de los procesos que dominan hoy nuestra vida en su dimensión económica, política o simbólica sino, sobre todo, de los modos de operación de nuestra psique. El tiempo largo de las palabras y de los lugares se asocia aquí con la impermanencia del flujo digital.