Obviamente, a los jugadores no se les puede exigir la clasificación como tampoco permitir que vayan de turismo al Metropolitano con sus iphones y androids. Como este pasado lunes me decía Josico, si nos ganan que sea porque realmente son mejores. Entonces tocará tender la mano al rival y salir del coliseo colchonero con la cabeza alta. Eso no lo deben olvidar unos futbolistas que se verán arropados en las gradas por cerca de 1.500 aficionados que sueñan con aparcar la pesadilla en que parece haberse convertido todo lo que rodea al Elche en los últimos tiempos y ver al menos un atisbo de luz al final del túnel.
En el mundo del fútbol hay muchos ejemplos de que el pequeño puede ganar al grande. Aquella Grecia campeona de Europa en 2004, mismo año en el que Oporto y Mónaco disputaron la final de Champions contra todo pronóstico. El Alcorcón de Anquela, el Numancia de los años 90, el Mirandés de Pablo Infante, las selecciones galesa e islandesa en la última Eurocopa o aquella Dinamarca que casi de vacaciones se llevó un trofeo en el verano del 92.
Y no se crean que en la historia franjiverde no hay motivos para soñar. Uno puede coger la hemeroteca o a algún aficionado de avanzada edad y darse cuenta de que hay pasajes preciosos que merecen una actualización con una heroicidad en el Wanda. La Copa del 69. La goleada al Sevilla en 1963 (8-1). El doblete de Quirant, lesionado, también contra el conjunto hispalense. La remontada al Barça en 1966 (de 1-3 a 4-3).
Recuerdos en blanco y negro de una etapa que muchos no hemos vivido. Romero, Vavá, Lezcano, Quirant y compañía sabían lo que era visitar al Atlético y crearles inquietud, aunque no ganaran nunca allí. En esta ocasión, la actual plantilla tiene la oportunidad de pintar con colores la ilusión de niños (y no tan niños) que sueñan con machadas pretéritas. Cuando salten al césped del Metropolitano y dirijan su mirada a la zona blanca y verde verán la magia de la ilusión en los ojos de unos aficionados que esa noche o en el mismo bus del viaje habrán soñado con una escaramuza de Sory entre los centrales del Atlético, una falta de Albacar a la escuadra o el penúltimo gol de un veterano con alma de juvenil como Nino. Porque eso es el fútbol: no dejar nunca de soñar.