El otro día descubrí, seguramente tarde porque son vídeos de hace dos y tres años, un canal de Youtube donde un chico americano graba su reacción al escuchar por primera vez canciones españolas que la gente le recomienda. Lewis, que así se llama, habla español y es músico y productor, por lo que sus reacciones cuentan con una parte técnica más allá de “esto me gusta o no me gusta”.
En uno de estos análisis emplea un concepto que él llama referencia residual. Se trata de que en una mezcla de piano y guitarra, hay un momento en que la guitarra baja el volumen con el que empezó a tocar, pero tú sigues oyéndola con la misma intensidad porque ya se ha quedado en tu mente.
Tengo la sensación de que el domingo en la segunda parte la grada del Martínez Valero vivió una referencia residual. Estábamos en el Elche–Leganés, aunque nuestra mente veía al Racing Club de Santander. Porque si los cántabros nos empataron tras una primera parte donde debimos meter dos o tres goles, ¿qué iban a hacer los pepineros en la segunda mitad después de nuestra gran primera parte en la que, sin embargo, no sentenciamos? Nuestra mente lo tenía claro. Clarísimo.
Pero el cerebro es un gran mentiroso. Un especialista en coger atajos. Un ilusionista del que no te puedes fiar. Porque una cosa es la percepción, subjetiva y condicionada por múltiples factores, y otra la realidad. Y la realidad es que estoy seguro de que si vemos la segunda parte en diferido el lunes por la noche nuestra percepción sería muy diferente. Sin la referencia residual comprobaríamos que sólo hubo una ocasión rival en 45 minutos y que la sensación de peligro estaba más en nuestra cabeza, y seguramente en la de los jugadores del Elche (que no están exentos de tener también esa referencia residual que seguro influye en el juego). Pero el domingo, en vivo, se sufrió.
Dejó una perla Beccacece en rueda de prensa: “Sufrir forma parte del juego”. Porque creer que el Elche o cualquier equipo de Segunda División puede dominar sin apuros un partido entero, o incluso tres cuartas partes del mismo, es vivir de espaldas a la realidad y no saber en qué categoría se está jugando. Una categoría en la que todos los equipos cuentan con jugadores y recursos para crear peligro a cualquiera. El equipo tiene que saber sufrir cuando toque. El ideal sería que llegue hasta a “disfrutar defendiendo” que decía el cadista Fali en una pausa de hidratación.
Y me atrevería a decir que como afición también nos podemos aplicar eso. Podemos no entender que un equipo nos domine. Enfadarnos, ponernos nerviosos, empezar con el runrún cada vez que se acerquen al área y pitar cuando nos crean una ocasión. O podemos asumir que defender cerca del área es una fase más del juego en la que hay que animar incluso más que después de dos buenas ocasiones o un córner a favor. Saber sufrir.
Más allá del partido del domingo es habitual el mismo análisis sobre el arranque del equipo. Que ataca mucho, que tiene mucha posesión, que juega muy bien con balón… pero que eso provoca dejar muchos huecos atrás, mucho peligro en transiciones de uno para uno y una endeblez defensiva sobre la que se pone el foco. Pues bien, ante lo segundo la realidad dice que hemos encajado cinco goles en seis partidos. Que hemos dejado la puerta a cero en dos ocasiones. Y que sólo cuatro equipos han encajado menos que nosotros.
No sabemos si a partir de ahora encajaremos lo mismo, menos o mucho más, pero si se hace balance de lo que llevamos, diría que esos números defensivos compensan de sobra el planteamiento del entrenador y las virtudes del equipo. Y que nuestro mayor defecto es no haber metido más de un gol en ningún partido. El no convertir.
Suelen decir los que saben de esto que el gol tiene mucho de mental. Esperemos que tras revertir el pésimo inicio con este ocho de doce, las cabezas se hayan limpiado de miedos y presiones. Y que la referencia residual que vayamos construyendo sea música para nuestros oídos.