Hace poco los peques tuvieron a los cuatro abuelos en casa. Ellos son muy pequeños para saberlo, pero algún día se darán cuenta de que fue una fecha de las que cuesta repetir. Podríamos llamarlo uno de esos días con muchas pequeñas cosas extraordinarias, de las que pueden ocurrir en cualquier momento, pero que rara vez ocurren.
Las pequeñas cosas extraordinarias no tienen un escenario fijo, suceden cuando y donde menos te lo esperas. No puedes planear que esa camarera que te está dando conversación será tu pareja, ni tampoco que el curso de yoga para iniciados que haces por aburrimiento cambiará por completo tu vida.
Pero hay una pequeña mentira en esto, lo extraordinario sí tiene escenarios propicios y uno de ellos es el fútbol. En esta época de desinformación, falsedad y cadenas de WhatsApp que curiosamente siempre te reafirman en lo que tú ya pensabas, sigue quedando un terreno virgen para lo impredecible, lo auténtico y lo extraordinario: el fútbol.
Y en Elche, donde llevábamos décadas sin relatos extraordinarios sobre el verde, se nos empieza a amontonar la épica, como si nos estuviésemos cobrando con muchos intereses, como las eléctricas, todo lo que nos deben (lo cual es otra mentira, porque el fútbol no le debe nada a nadie).
Y ahí estamos. Por si fuese poco haber vivido un Deportivo–Fuenlabrada inverosímil, un Girona–Elche con gol en el minuto noventa y Milla, o una permanencia en Primera a contrapelo, ahora viene el dueño y nos monta un equipo que dan ganas de decirle “pero oye, que somos el Elche, calmate un poco”.
El dueño (o ‘la propiedad’, que suena más etéreo e inalcanzable), ha comprado a precio de saldo a un Mojica que desayuna, come y cena laterales derechos. Ha traído a Benedetto para situar al Elche en el mapa y luego ha fichado a Pastore para romper directamente el mapa. Y todo esto para nada, porque quien la va a romper este año es Lucas Boyé. Eso sí, con permiso del otro Lucas, que apenas necesitó diez minutos para explicarle a Jorge Cuenca qué significa ser un jugador de élite.
Dejaremos para otro día los comentarios sobre Fidel, Mascarell, Guti, Marcone, Roco y compañía, que esta columna tiene las palabras contadas.
Vamos, que por primera vez en mucho tiempo estamos todos como los peques que tienen un día a sus cuatro abuelos en casa, sin saber a qué diversión mirar primero. Sólo que nosotros, a diferencia de esos peques, sí somos conscientes de las pequeñas cosas extraordinarias que podemos ver a partir de ahora en el Martínez Valero.
José Manuel Noguera es profesor de Periodismo en la UCAM
