ELCHE DESDE EL PIRULÍ

Aparadoras en negro

Antonio Parreño, periodista ilicitano de TVE, opina en Onda Cero sobre la realidad que vive un colectivo profesional tan importante en Elche como es el aparado

ondacero.es

Madrid | 27.04.2018 14:11

El ilicitano Antonio Parreño, periodista de TVE.
El ilicitano Antonio Parreño, periodista de TVE. | Onda Cero Elche

Las aparadoras de Elche han dicho basta. Un grupo de unas 70 trabajadoras han decidido asociarse para reclamar unas condiciones dignas para un colectivo que históricamente ha vivido una gran precariedad. Inspirándose en parte en las reivindicaciones de las ‘kellys’ y en la estela de las recientes manifestaciones masivas, la movilización de las aparadoras ilicitanas ha saltado a algunos medios nacionales, poniendo de manifiesto que una parte de la industria del calzado en Elche sigue viviendo del trabajo “en negro”.

Durante décadas, estas mujeres han trabajado en talleres clandestinos o en sus propias casas, haciendo “faena” con la Singer y pasando el cemen por los forros. Haciendo jornadas de 10 y 12 horas al mismo tiempo que atendían a los hijos y las tareas del hogar, mientras los maridos trabajaban en la fábrica. Mi madre empezó a trabajar de aparadora a los 9 años, y como ella cientos y cientos de mujeres ejercían este oficio de forma clandestina, con sueldos de miseria, aunque eso se considerara natural: la imagen de la aparadora con la máquina en casa rodeada de pieles era tan habitual como la de los encargados de la fábrica trayendo y llevándose la mercancía. Forma parte de los recuerdos de infancia de muchos ilicitanos.

El resultado de todo ello fue que, demasiadas veces, toda una vida trabajando acababa con pensiones de miseria al no tener, o tener muy pocos, años cotizados. Por no hablar de las enfermedades típicas derivadas del oficio, como los problemas de huesos o columna por pasar tantas horas en la misma posición, o los problemas producidos por la falta de ventilación de los talleres o la exposición incontrolada a determinados productos químicos.

Lo que estas mujeres han puesto de manifiesto con su iniciativa y su hartazgo es que esta realidad del desarrollismo versión ilicitana de los 60, 70 y 80 sigue siendo bastante habitual hoy en día, resistiéndose a cambiar. Da igual que la llegada del calzado asiático y la última crisis se llevara por delante a buena parte del sector tradicional, precisamente a los empresarios que no quisieron o no supieron apostar por otra cosa que por el calzado de baja calidad, sostenido con sueldos míseros y basado en la copia, en la clandestinidad y en cero innovación. Parece que algunos siguen pensando que las malas prácticas de toda la vida pueden seguir sosteniendo su negocio hoy en día.

Pero lo peor es lo interiorizada que seguimos teniendo esta realidad: Sorprende ver cómo, según un estudio que ha encargado el Ayuntamiento a la Universidad Miguel Hernández, el 86 por ciento de los ilicitanos lo considera algo normal. No es de extrañar, por tanto, que en el resto de España muchos sigan identificando Elche con un paraíso de la economía sumergida. Y que los intentos de convertir a la ciudad en motor de la nueva economía, las tecnologías y la innovación se vean con relativo escepticismo ante nuestra tolerancia ante la competencia desleal. ¿Queremos ser más parecidos a California o a Marruecos y Bangladesh?

La creencia de que pagando y cobrando en negro todos ganan sigue muy extendida en Elche, desgraciadamente. Como demuestra el caso de las aparadoras, esa cultura también tiene perdedores, o más bien, perdedoras.