Clotilde Cerdà siempre fue de la mano de su madre, Clotilde Bosch. La llevó por el mundo entero para que tocara el arpa, un instrumento que paseó por todas partes. A Clotilde Cerdà la aplaudieron en los más grandes auditorios del mundo. Otra persona importante para ella fue la Reina Isabel II, que se convirtió en su mecenas y que le puso un seudónimo como nombre artístico. A partir de entonces, Clotilde Cerdà se llamaría Esmeralda Cervantes. Y con ese nombre fue reconocida en el mundo de la música. Conoció a los mejores compositores, que alabaron su figura.
Una rebelde de la burguesía
Clotilde Cerdà fue arpista, música, pero también fue una avanzada a su tiempo y una rebelde del estrato social al que pertenecía. Creó la Academia de Ciencias, Artes y Oficios para la Mujer, ayudó a los más desfavorecidos y plantó cara al poder de la época. De hecho, ese poder le mandó avisos en alguna ocasión para que no siguiera con sus batallas políticas. Le sugerían que se dedicase únicamente a tocar su instrumento.
Una figura poco reconocida en su ciudad natal
Esta mujer no fue profeta en su tierra. De pequeña vivió en Madrid con su madre y ya de adulta decidió que su lugar en el mundo estaba en una isla. Concretamente, en Tenerife. Allí decidió pasar sus últimos años de vida. Este hecho tiene una conexión con esas islas interiores del Eixample barcelonés que diseñó su padre ilegítimo Ildefons Cerdà. En la capital catalana, Clotilde Cerdà solo tiene dedicada una plaza interior de un edificio.