'El barro'
✍️ Por Román Pérez González
No es matemático, pero perdiendo en Sevilla la UD tiene su futuro en los pies y en la capacidad de los jugadores del Valencia de ganar mañana su partido ante el Alavés en Vitoria. No es matemático, pero todo el partido anduvo en el campo ese olor a ciénaga, ese olor a barro, a herida nauseabunda, ese olor putrefacto, ese silencio en el alma que es un descenso. Un descenso, además, que no va a traer el ansiadísimo paso al costado de un Consejo de Administración dirigido por Miguel Ángel Ramírez, un descenso que se venderá como una reválida, como un nuevo intento de éxito en pos de blanquear una relación absolutamente tóxica. Una relación ya acabada que el dueño se empeña en alargar simplemente porque es el que tiene las acciones de la empresa que todos amamos.
El partido fue un quiero y no puedo que define perfectamente a la UD de Diego Martínez, el Sevilla lo afrontó como lo que era, como debía haber afrontado la UD sus partidos en casa de las dos semanas anteriores, con razón o sin razón, ganar sí o sí, sin florituras, sacar los tres puntos aunque diez minutos después no recuerdes casi nada del partido. Un encuentro clásico de dos equipos al final de temporada que se juegan la vida, con casi nada de juego desde que marcó el Sevilla y una UD cuyo único argumento era la cabeza de McBurnie.
Sería humillante que alguien se agarrara al gol anulado, por supuesto. La UD ha llegado a estas circunstancias por sus propios y escasísimos méritos; creo que Nyland hace por caerse y el árbitro está por la labor, pero que no hay mucho más. Lo puede pitar, pero agarrarse a esto a estas alturas es ridículo. Diez puntos en la segunda vuelta son la respuesta a cualquier cuestión. El equipo en caída libre desde hace meses y la decisión de descender es pura negligencia. Entiendo que se hicieron números y no daba para hacer el tercer cambio en el banquillo, pero cualquier déficit era mejor que este irse desangrando paulatino; es cierto que nada te aseguraba que cambiando iría la cosa a mejor, pero era seguro que al estilo Martínez soñar con permanecer, en el bucle destructivo, era una quimera.
Se acabó.