La destrucción provocada por un incendio forestal no se limita a árboles y arbustos quemados. El impacto en la biodiversidad de la zona es devastador. Desaparece gran cantidad de fauna porque los animales mueren al no poder huir de las llamas o porque el monte se convierte en un entorno inhabitable cuando las llamas se han sofocado. Además, cambia la bioquímica del suelo porque se altera el PH y aumenta su conductividad, lo que significa que el esfuerzo de la planta para absorber nutrientes es mucho mayor.
La ingeniera de montes y profesora de la Universidad Internacional de La Rioja, Susana Domínguez, explica que hay muchos factores que complican la regeneración natural de las zonas que han sido pasto del fuego. Si ha afectado a enclaves con una pendiente pronunciada, las primeras lluvias provocarán una gran pérdida de suelo, ya que se generan escorrentías que arrastran no sólo la ceniza de la superficie, sino gran parte de la tierra fijada al terreno por las raíces plantas y arbustos que han desaparecido.
Domínguez ha puntualizado que el terreno se va recuperando en un proceso muy lento, que puede prolongarse décadas. Especies acostumbradas a sobrevivir en condiciones inhóspitas serán las primeras en colonizar el terreno perdido. A la vegetación autóctona, sin embargo, le costará más volver a formar parte del paisaje, sobre todo si el cambio climático trae épocas de sequías largas.
Una vez que el fuego haya sido extinguido, habrá que evaluar el estado en el que ha quedado el terreno y las posibilidades de regeneración natural que ofrece, gracias, por ejemplo, a bancos de semillas que no hayan resultado afectados o brotes de especies que hayan sobrevivido al fuego. Para acelerar este proceso se deberá reforestar la zona con plantaciones masivas y proteger el terreno con estructuras que eviten las escorrentías, aunque la ingeniera de montes advierte de que se trata de intervenciones muy costosas económicamente.