En las últimas décadas, no han sido pocos los vecinos que han tirado la toalla y se han mudado de piso huyendo de las largas noches sin pegar ojo por el jaleo callejero que suponen miles de personas concentradas en zonas de marcha como El Rollo, Zumalacárregui, Fita, Dato y, sobre todo, el Casco Histórico.
Otros han resistido, llegando a necesitar tratamiento psicológico para paliar los efectos nocivos del ruido continuado y la falta de descanso, además de sufrir vandalismo en sus portales o amenazas de aquellos propietarios a los que se atrevían a denunciar. El portavoz de la Asociación Stop Ruido Casco Histórico, Miguel Morte destaca los graves efectos reconocidos por las autoridades sanitarias por convivir con el ruido, tanto físicos como psicológicos.
En el Día de la concienciación sobre el ruido, Morte señala que cuando se vuelva a la normalidad habrá que hablar de asuntos como los horarios de las terrazas o la densidad de público. Cree que está bien que cierren a las diez, pero no más tarde, y sugiere pide que cualquiera se ponga en el lugar de una familia que no pueda abrir la ventana en verano a las doce de la noche por el bullicio de una terraza debajo de casa.