OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Es muy extraño que Florentino no haya hablado aún con Cristiano"

Como diría Florentino Pérez, todo esto es muy extraño, oiga. Es muy extraño que el presidente del Real Madrid, sabiendo que su jugador más destacado, el más conocido en el planeta, el que acumula balones de oro, el que más camisetas vende, sabiendo que un activo tan relevante del club está lo bastante disgustado con Hacienda, con la fiscalía, con los medios de comunicación, quién sabe si con España, como para amagar con buscarse la vida en otro país donde no gobierne Montoro no haya levantado aún el teléfono para hablar directamente con él. Cinco minutos. Suficientes para conocer de primera mano lo que pasa y no tener que responder a las preguntas de José Ramón de la Morena como si fuera un observador externo, un lector de periódicos, alguien que sólo sabe lo que otros le van contando.

"Todo esto es muy extraño, oiga". El presidente dice no conocer muy bien el asunto de las declaraciones fiscales de Ronaldo pero a la vez pone la mano en el fuego por él porque es un buen tío que nunca ha ocultado sus ingresos a nadie. Lo que toque pagar, hay que pagarlo. No se mete Florentino en si tiene razón, o no, en el criterio que aplica a los derechos de imagen la Agencia Tributaria. No se mete pero un poco sí, porque da por hecho que al no haber habido ocultación no puede haber delito. Mucho menos los cuatro delitos, uno por ejercicio, que la fiscalía presume que ha podido cometer Ronaldo.

En rigor, al futbolista del Madrid no le ha pasado nada distinto que a cientos de contribuyentes que han estado tributando a través de sociedades con criterios que ahora la Agencia Tributaria considera incorrectos. No le ha pasado nada distinto que a otros profesionales de otros ámbitos a los que Hacienda ha reclamado que declaren como renta personal lo que antes declaraban como ingresos de la sociedad que tienen creada. Lo que ocurre con personas como Cristiano es que tienen unos ingresos tan galácticos que a poco que Hacienda entienda que han dejado de declarar una parte de sus rentas superan con creces los 120.000 euros por ejercicio fiscal que suponen la comisión, presunta, de un delito. Y habiendo posible delito el contribuyente se convierte en presunto delincuente.

Ronaldo no es un caso excepcional. Como contribuyente fiscalizado por los hombres de negro de Montoro, digo. Y que se ve en los papeles, en los periódicos, en las televisiones, como presunto infractor de la ley, presunto delincuente. Excepcional es como futbolista. Hace bien él, hace bien el presidente del Real Madrid, en recordar que uno no es delincuente mientras un tribunal no lo establezca. Y que eso vale para Cristiano y para cualquier otro contribuyente que esté en su misma situación. Aunque no sea galáctico. Y aunque no pueda cambiar de empresa, y de país, para poder pagar menos impuestos que en la España de Montoro.

Es muy extraño, también, ser Puigdemont y pasar un día entero sin decir algo sobre la independencia de Cataluña.

Puigdemont es un hombre sin mucho fondo al que el destino, la CUP y Artur Mas, colocaron en un sillón (casi un trono) que él nunca sospechó que llegara a ser suyo. Puigdemont es un gobernante escaso de talla que vive obsesionado con la misión histórica que él cree tener encomendada: celebrar el referéndum de autodeterminación como sea. Aunque no sea un referéndum y aunque no sirva para determinar a nadie.

La obsesión casi patológica de un gobernante monocultivo se manifiesta en sus intervenciones públicas. Da igual el acto en el que hable, el público para el que hable o el asunto que inspire el acto en cuestión: Puigdemont siempre acaba hablando de su criatura. Si habla del tiempo que hace, encontrará la forma de relacionar el sol con la independencia y las tormentas con la fiscalía general del Estado. Si habla de fútbol, encontrará en el Barça la viva imagen del frente soberanista. Si habla de los bosques, se verá a sí mismo como el sufrido leñador que va eliminando obstáculos para abrir un camino. Si habla del aniversario de la matanza de HipercorSi habla de la matanza que ETA cometió en Barcelona encontrará también la manera de empezar la frase con los muertos y terminarla con el referéndum.

Aquí un pensador, el hombre de Estado Puigdemont. Así como la sociedad persistió en la lucha contra ETA y acabó ganando, así el independentismo catalán acabará ganando porque persiste en la lucha. Ave María madre de dios. Éste es el cerebro que dirige los destinos de Cataluña.

Cuando uno está obsesionado por una única causa, la suya, todo lo acaba viendo en función de esa obsesión. Y cuanto más habla más claro va quedando lo endeble de sus razonamientos, la flojera intelectual que le adorna y hasta qué punto este ciudadano ha perdido el norte. Otra vez. Con referéndum o sin referéndum, el antiguo periodista y hoy profeta de la ruptura Carles Puigdemont ha logrado convertirse en un chiste de mal gusto.

Pregunta pertinente en esta mañana de martes es también ésta: quién asume la responsabilidad, y cómo, cuando un mal trabajo de la UCO arruina un proceso judicial.

Los treinta procesados en el caso Guateque se van a su casa absueltos de todos los cargos por la mala práctica de los investigadores de la guardia civil. La prueba sobre la que se fundamentó todo el procedimiento judicial, una grabación en la que uno de los acusados contaba la corrupción entre funcionarios del ayuntamiento de Madrid, se obtuvo de manera ilegal. La UCO utilizó a un paisano para obtener una grabación. ¿Cómo? Dándole una grabadora para que fuera a registrar, como si fuera cosa suya, una conversación incriminatoria.

Nadie había denunciado nada, no existía diligencia judicial alguna, no se pidió autorización judicial. Los agentes no tenían nada sólido pero salieron de pesca. A ver si induciendo una conversación entre el tal Hernández y el tal Sanz Escribano sacaban algo con lo que poder ir al juez a decirle: tenemos caso.

Diez años después, todo se viene abajo porque la Audiencia de Madrid —la justicia, que diría Podemos— establece:

• Primero, que la UCO no es quien para andar grabando a nadie por su cuenta, tampoco recurriendo a un señor al que le dan una grabadora.

• Segundo, que una conversación destinada a obtener una especie de confesión no tiene valor alguno porque al tipo se le extrae torticeramente lo que se busca, no hay nada espontáneo.

• Y tercero, y principal, que una presunta prueba obtenida ilegalmente deja de serlo y vicia todo el procedimiento.

El tribunal le da un repaso a la UCO por actuar de mala fe y al juez de instrucción Torres y las acusaciones por haberse hecho los locos al respecto. ¿Conclusión? Que diez años después los procesados quedan absueltos. Había caso hasta que forzaron la mano para poder probar el caso y lo arruinaron.

Y ésta es la pregunta: cuando es la policía judicial —la UCO en este caso— la que abusa de su poder y echa a perder un procedimiento, ¿quién asume la responsabilidad? Ante la opinión pública, nadie. Ni siquiera hay escándalo al respecto.

La señora May no es la única que se pega tiros en los pies.

La nueva dirección del PSOE ha logrado que su primer día de desempeño —el pedrismo vencedor— se vea engullido por el debate que ella misma ha generado. En torno a la plurinacionalidad y la nación de naciones.

Ni lo de la oposición de estado que se ha inventado Sánchez como nuevo eslogan, ni lo de somos la izquierda de gobierno, ni lo de ya veremos cuánto dura la legislatura. La plurinacionalidad, como asunto prioritario en una España que, a decir del propio PSOE, vive una etapa negra de corrupciones, injusticias y desigualdades. El país es un desastre, en opinión de Sánchez, pero aquí sólo se habla de la plurinacionalidad. Un éxito de táctica política, quién lo duda.

Otro éxito: el de Podemos y su prédica sobre la transparencia y la dignidad del oficio periodístico.

Podemos montó ayer una kedada con periodistas para que se familiaricen con encargados de diversas materias en el partido y aprovechó para desquitarse por el amparo que un grupo de informadores pidió a la Asociación de la Prensa de Madrid. La vendetta. Los redactores de unos medios fueron convocados, los de otros medios no. Alegando que se trata de convivir en un clima de confianza, o traducido, que hay redactores de los que Podemos no se fía. Pues hace bien en no fiarse de la prensa, para eso estamos, pero andar discriminando entre periodistas buenos y periodistas malos revela el mismo afán de control del trabajo periodistico que Podemos lleva en sus señas de identidad, desde que ha nacido.

Y le hace un flaco favor a los convocados.

Harán bien los redactores en no fiarse tampoco de Podemos. No son colegas, no son amigos. Son políticos tan insaciables en su trato con la prensa como el resto de la fauna.