OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Rajoy camina deprisa y gobierna despacio"

Es muy probable no haya tenido más vacaciones en Navidad que los días que son festivos. Es probable que la semana pasada trabajara usted de lunes a jueves. Es probable, en fin, que cuando escucha usted decir que hoy todo vuelve a la normalidad laboral se pregunte si es que acaso lo normal no es lo suyo.

Usted nos lo perdona: es una forma de hablar. Una cosa psicológica. Lo nuevo de hoy, en realidad, es que los chavales tienen colegio. Ahí sí se nota.

Terminaron las navidades y empieza esto de la cuesta de enero. O de enero, febrero y marzo, si se les hace a ustedes muy cuesta arriba el invierno. (Cinco grados bajo cero esta madrugada en Soria, Cuenca, Segovia, Ávila, Lugo, Albacete).

Llegó el 2017. Con todas aquellos cambios que iba a traer el nuevo año, ¿se acuerdan?, en la España sin mayorías absolutas que, al cabo de un año de parálisis, de incertidumbre, acumulaba tantas tareas pendientes. Y urgentes. El año tonto de 2016, que se les fue a los partidos viendo a ver si hacían presidente a alguien o lo dejaban para las elecciones siguientes. Por eso prometieron echar el resto en el Congreso para abordar cuenta antes todas las reformas pendientes, las leyes que la mayoría de los grupos creen que hay que rehacer, las medidas urgentes que estaban esperando todos esos ciudadanos que, según nos decían, sufrían en sus carnes cada día que pasaba sin gobierno nuevo. Cuánta prisa había para tantas cosas.

El verdadero gobierno iba a ser el Parlamento, ¿se acuerdan? Qué tiempo tan feliz. El Congreso en el centro mismo de nuestras vidas. Pues mucha actividad parlamentaria no crean ustedes que va a haber este mes. Harán un pleno extraordinario el último día para aprobar unos reales decretos y el resto se queda ya para febrero. Mejorando España, pero al tran tran. Habiendo congreso del PP el mes que viene, congreso de Podemos, congreso de Ciudadanos, congreso del PSOE algún año de estos, no les pidan a los partidos que distraigan su atención ocupándose de estas otras cosas nuestras.

Los presupuestos del Estado, que tanta prisa corrían para calmar la ansiedad de nuestros socios europeos, de los inversores, de los gobiernos autonómicos, empezarán su tramitación, si todo va bien, en mes y medio. Ya estamos con los anteriores prorrogados y hace tiempo que, para el gobierno, se esfumó la urgencia. Ahora es tiempo de ir haciendo concesiones al PNV sin hacer ruido y de dar bazas al PSOE para que pueda exhibir su eficacia en la oposición.

Rajoy es el hombre que camina deprisa y gobierna despacio.

Y no, no convocará elecciones en mayo. No hay botón nuclear porque hoy ya sabe que no necesitará utilizarlo. El PSOE celebrará su congreso en junio. Como pronto. La gestora susanista aún confía en que el pedrismo se marchite. Que Sánchez se quede sin combustible. Que se le agote la paga del Congreso y tenga que ponerse a buscar un trabajo. Un trabajo distinto del de secretario general del partido, se entiende.

Aquí nadie tiene prisa.

El cumpleaños de Carles Puigdemont. Tal día como hoy, hace un año, su nombre apareció por sorpresa como sucedáneo de Artur Mas como presidente independentista de la Generalitat de Cataluña. Qué sábado el de aquel año. Cuando se acababa el plazo para investir un presidente, la CUP —contra pronóstico— mantenía su tururú a Artur Mas y en Convergencia —entonces aún se llamaba Convergencia— asumían de golpe el fracaso de la operación pasteleo. Mas aceptó su sacrificio y buscó un discípulo medio desconocido, sin carisma y sin ambiciones, que pudiera guardarle el sillón para el día que se produjera su triunfal regreso. Creyó que el sacrificio le sería reconocido —y agradecido— de por vida y se encontró con que, a la vuelta de unos meses, su predicamento había menguado drásticamente y el tal Puigdemont se había ganado un hueco en el directorio que conduce (no se sabe a dónde) el proceso.

Un año de Puigdemont. Que es tanto como decir un año de mucho discurso, mucha parafernalia, mucha solemnidad impostada y mucho cierre de filas. Cambios reales para la vida de los gobernados, pocos. Avance real hacia la tierra prometida de la Cataluña independiente, ninguno.

Según las cuentas que entonces echaba Oriol Junqueras, ya sólo queda medio año para la proclamación de un nuevo estado europeo llamado República Catalana. Según las cuentas que echa hoy, quedan nueve meses para otra consulta de cartón —perfectamente inútil, como la última— o para unas nuevas elecciones autonómicas en las que el Junts pel Sí ya no sería ni pel Sí ni Junts.

Y es un año sin Artur Mas. Se le pasó el arroz.

Aquel paso al costado que daba para centrarse en el partido, para redefinirlo ideológicamente, ampliar su base social y convertirlo en una herramienta capaz de aportarle al independentismo esa mayoría de votos que hoy todavía no tiene, se quedó en lo que se quedó: el principio del ocaso del rey Artur. La mayoría de los votantes de su partido quieren que en las próximas elecciones el candidato sea Puigdemont. Muy por delante de los que esperan el regreso de Mas a la primera línea.

Eso, en lo que respecta a él como dirigente. En lo que respecta a su partido, que es el de Puigdemont, las encuestas son demoledoras. La última vez que concurrió en solitario obtuvo cincuenta escaños. Hoy sacaría 27, según la encuesta de La Vanguardia. La de El Periódico rebajaba aún más la cosecha: entre 15 y 17 diputados. De cincuenta a la mitad (o menos de la mitad) en sólo tres años.

Él se quitaba de en medio pero, a cambio, aseguraba la fidelidad de la CUP al gobierno independentista: la estabilidad, garantizada; su cabeza…a cambio de que los cuperos bajaran la suya y dejaran de amenazar todo el tiempo con la desbandada.

Nada de eso pasó.

La CUP sigue teniendo preso al gobierno autonómico. Hasta el último sábado de enero no despejará su decisión sobre los Presupuestos.

Y en el Partido Demócrata Catalán no hay horizonte de victoria electoral.

No hay candidato.

Y no hay referéndum.

Encuesta de La Vanguardia: el porcentaje de catalanes que cree que el actual proceso acabará en la independencia es del 16 %. Dieciséis de cada cien creen, por tanto, en la promesa de los Puigdemont y los Junqueras. ¿Y el resto que cree? Pues el 28 % —opinion más extendida— que todo esto del procés desembocará en una reforma de la Constitución. Y el resto que o nueva financiación o sin cambio alguno.

¿Cuál es la mejor solución a esto que los encuestadores llaman el conflicto? Pues una reforma de la constitución para el 42 %. La independencia para el 24 %. Y un cambio en la financiación para el 18 %.

Referéndum para votar independencia o permanencia lo desea la amplia mayoría de los encuestados. Pero un referéndum por las bravas y, por tanto, sin efecto alguno sólo le vale al 37 %. La mayoría, un 59 %, quiere un referéndum pactado con el gobierno central. El problema es que un referéndum de autodeterminación no hay gobierno central que pueda pactarlo sin saltarse la Constitución por las bravas.