OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Maza no era el inquisidor antidemocrático que sus críticos pretendieron"

Todos sabemos que es así. Aunque no salgamos de casa pensando cada día en ello, naturalmente. ¿En qué? En la muerte.

En esa circunstancia, casi siempre ajena a nuestra voluntad, que se nos cruza de pronto y pone fin a nuestra existencia. Quién no ha recibido alguna vez esa llamada que te informa de que alguien a quien conocías ha fallecido; "de repente", sí, como morimos la mayoría de las personas, de repente y sin que nadie lo esperara.

Cuando es una persona conocida la que muere, alguien que estaba presente cada día en la crónica de la actualidad —de quien les hablábamos aquí cada día— en la plenitud de su ejercicio profesional, es inevitable recordarnos a nosotros mismos esto que todos sabemos: que ignoramos cómo terminará el día que ahora comienza. Que vivimos haciendo a planes a sabiendas de que no está en nuestra mano, no únicamente en nuestra mano, que los planes se cumplan. Porque está todo eso que no depende de nosotros. Por ejemplo, una infección. Por ejemplo, una septicemia. La reacción desproporcionada de nuestro cuerpo que, en su afán por combatir la infección, provoca el colapso de nuestros órganos.

Posiblemente a usted también le causó perplejidad saber que el fiscal general del Estado había muerto —este sábado en Buenos Aires— menos de veinticuatro horas después de haber sido hospitalizado. Salvo que usted mismo haya conocido algún caso de septicemia cercano a usted, en cuyo caso la perplejidad no habrá sido tal. Diecisiete mil personas fallecen cada año en España por la sepsis. Diecisiete mil. Cuarenta y cinco cada día.

José Manuel Maza iba a cumplir su primer año como fiscal general del Estado esta semana. La opinión pública le conoció por eso, porque le hicieron fiscal general y entró a formar parte del debate público que tenemos los medios, los políticos y ustedes mismos (los ciudadanos) cada día. Así quedará para la historia, ¿no?, el fiscal general que marcó la línea de la acusación pública contra los promotores de la insurrección catalana y falleció cuando nadie lo esperaba. Esto también forma parte de nuestro día a día: que personas que han dedicado la mayor parte de su vida a otra cosa, quedan en la memoria colectiva sólo por lo último, lo más sonado, y quizá lo más efímero, que hicieron.

Antes de llegar al cargo de fiscal general, Maza fue quince años magistrado del Tribunal Supremo. La cima de la carrera judicial. El tribunal reservado a quienes más experiencia, méritos y conocimiento han acreditado. A un profesional que ha llegado hasta ahí se le podrán discutir las decisiones, la oportunidad de sus declaraciones, se le podrá discutir (y se le discutió, y a él no le pareció mal que se discutieran) sus criterios. Pero no sus méritos. Maza estaba lejos de ser el loco peligroso que pretendieron hacer de él algunos de sus críticos,, mucho menos el político frustrado que encontró en el procés su oportunidad para quitarse la careta, aún menos el inquisidor antidemocrático en que han querido convertirle los líderes del independentismo.

Cuando uno se presta a ser fiscal general queda sometido, y lo sabe, al escrutinio diario de la opinión pública, que es tanto como decir de los medios de comunicación, los opinadores, los dirigentes políticos y los usuarios de las redes sociales que también opinan. O dicen lo primero que se les pasa por la cabeza retratándose, a menudo, a sí mismos. Y estar sometido a ese escrutinio significa que aunque lleves quince años jugando en la primera división de la judicatura, has de encajar con deportividad que te atribuyan falta de aptitud tipos que no aguantarían diez minutos en un partido de solteros contra casados. Que te discuta una decisión yo mismo.

Y has de aceptar, también, que los mismos comentaristas que un día denuncian la injerencia del gobierno en la fiscalía —quién le ha dicho al gobierno que el fiscal general tenga que estar a su servicio— denuncien luego que este Maza vaya por libre y desoiga las indicaciones del gobierno para mantener fuera de prisión a los dirigentes políticos en vísperas de unas elecciones autonómicas. Dónde esta va este fiscal, con tan escasa finura para la cosa política. Mire, ¿en qué quedamos? ¿El fiscal general debe actuar con arreglo a sus criterios, independientes, o debe ser un instrumento más del gobierno?

No todos los juristas españoles, sólo faltaba, compartían el criterio de Maza respecto del delito de rebelión. No todos los fiscales, sólo faltaba, habrían pedido prisión incondicional para Junqueras y los ex consejeros. El ministro de Justicia, de haber estado en su mano,habría sido el primero en no pedirla. Pero el fiscal general, sabiendo que había otros criterios y valorándolos, llegaba a sus propias conclusiones, tomaba sus propias decisiones y, una vez tomadas, las mantenía. Este hombre no vivía en Marte. Era muy consciente de que si el independentismo arrollaba en las urnas del 21 de diciembre, media España le culparía a él. Por haber dado mártires a la causa.

Pero a veces tener principios consiste en eso. En hacer lo que crees que es justo aun sabiendo que, en términos políticos, puede resultar inconveniente. Aun sabiendo que hay personas muy razonables, y tan documentadas como tú, que habrían hecho algo distinto. Aun sabiendo que, tú también, puedes estar equivocado. Que el derecho, y su interpretación, nunca fueron matemáticas. Y que la España de 2017, donde los partidos aplican sus reglas de la competición partidista a casi cualquier ámbito, puedes acabar reprobado por el Parlamento. Por no hacer lo que la oposición desearía que hubieses hecho con la Púnica o con la Lezo. El legislativo censurando al ministerio fiscal. La novedad, poco discutida, que nos trajo esta legislatura convulsa.

De este hombre que se murió el sábado han subrayado quienes tuvieron con él trato frecuente su bonhomía y su buen talante. Firme en sus posiciones, dialogante y abierto al debate. Pueden dar cuenta de ello los diputados que le recibieron en la comisión de Justicia del Congreso. Pueden dar cuenta de ello —podemos— los periodistas que alguna vez le entrevistamos. Nunca se le ocurrió decirle a un periodista, por mucho que éste le rebatiera sus respuestas, aquí el jurista soy yo, a diferencia de otros que exhibe sus títulos para mirar a los demás por encima del hombro.

El Gobierno busca nuevo fiscal general. De momento, asume la tarea el segundo de la casa, Luis Navajas, otro jurista con cuarenta años de vuelo a sus espaldas.

El Estado, naturalmente, está por encima de las personas que desempeñan puestos de responsabilidad durante un tiempo. Las personas, por definición biológica, somos todas interinas.

Pero las personas dejan su impronta. Y este fiscal general que no llegó a estar un año en el cargo cabe poca duda de que la ha dejado.