@Ruben_Amon | Rubén Amón
Madrid | 30.05.2017 09:59
De hecho, hay clientes a los que se le ha caducado el visado turístico dentro. Y embarazadas que han dado a luz. Chicos que se hicieron mayores de edad. Difuntos que salieron, ellos sí, con los pies por delante.
Piranesi nunca hubiera imaginado un lugar tan inhóspito. Y puede que Dante, de haberlo conocido, hubiera planteado en el Primark el anillo de su infierno. Personas vagando, secuestradas en las ofertas. Y provistas de tanta ropa superflua que podrían uniformar a un ejército hipster.
Escher tenía razones. Existen las escaleras por las que subes y bajas a la vez. El Primark parece Babelia de tantas lenguas que lo habitan. Y parece esa cárcel panóptica de la que hablaba Foucault: los clientes vigilados sin saber que los vigilan. E incitados en la psicosis de las rebajas de las rebajas de las rebajas de las rebajas.
Los turistas venían antes al Prado y al Bernabéu. Un poco al Reina Sofía. y un poco menos al Thyssen, pero el Primark se ha convertido en el símbolo totémico de Madrid. Es la prioridad jerárquica del programa de los touroperadores, así es que Madrid no tiene un Priamark, el Primark tiene a Madrid, en todo caso.
Diría Umberto Eco que es el sueño del capitalismo perverso, personas consumiendo y controladas a la vez, como los atascos, una jaula de humanos, un rito masoquista que origina colas en los probadores, colas en las cajas y una histeria compulsiva que convierte nuestra especie, como decía Erich Fromm, en el homo consumens.