OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El gobierno Sánchez consigue eficazmente el doble objetivo de aprovechar la confianza y no asustar a nadie"

Hace veinte años, Pedro Duque estaba en el espacio. 1998, Odisea en el Espacio. El Discovery. Y recibió una llamada de la Moncloa. Gobernaba José María Aznar. Pero quien le llamó, rodeada de niños muy curiosos y en comunicación a través de Houston Houston, la ministra de Educación del momento. Minister Aguirre.

@carlos__alsina

Madrid | 07.06.2018 08:07

Minister Aguirre conversaba con el comandante Curtis Brown. Jefe de la expedición del Discovery de la que formaba parte un señor de 77 años, el mítico astronauta John Glenn, y un joven español, ingeniero, 35 años, recién convertido en una celebridad en nuestro país porque era, con permiso de Andrés Pajares, el primer astronauta español de verdad.

Los chavales invitados a la Moncloa le preguntaron al joven astronauta patrio cómo se veía la Tierra desde el espacio. Y él les contó lo poco relevantes que resultan, allí arriba, las fronteras. Muy poco nacionalista, digamos, aquel mensaje espacial.

Un crío (que hoy será treintañero) le preguntó a Duque si no costaba demasiado dinero aquel viaje habiendo tanta gente que se muere de hambre en la Tierra. Y el astronauta regañó un poco al niño, dijeron las crónicas, por no tener la perspectiva suficiente para entender lo relevante que es la investigación científica para el desarrollo. Fue entonces cuando Pedro Duque, futuro ministro sin saberlo, reclamó al gobierno de Aznar y minister Aguirre más inversión en Innovación y Ciencia.

Llegarán las curvas. Por supuesto que llegarán. No hay gobierno que se libre de ellas. Las previsibles y las que llegarán sin avisar.

Surgirán. Pero no todavía.

Ahora estamos en el momento dulce de que disfrutan los gobiernos. El del recién llegado. Cuando aún no ha empezado a gobernar.

Y en el caso de estas diecisiete personas —las diecisiete de Pedro Sánchez— el recibi-miento, en términos generales, no ha podido ser más positivo. Si acaso, le han pitado falta nada más saltar al césped a Maxim Huerta, nuevo ministro de Cultura y Deportes. Por un tuit que publicó hace tiempo proclamando su odio al deporte. ‘¡Qué manera de sobrevalorar lo físico!’, decía Maxim. Qué remedio tener que asumir ahora los mensajes que uno escribió cuando no podía ni imaginar que llegaría a ser el responsable de la cosa. Deportiva. Encargado de lidiar con la Federación Española de Fútbol, nada menos. Gajes del oficio, como bien sabe el escritor y periodista. Ojalá sea Maxim Huerta quien rompa esta tradición tan nuestra de que el periodista que llega al gobierno nunca sale de allí contento.

Lo siguiente que tiene que fichar Sánchez es un escritor de discursos. Que ahí todavía flojea.

Hay nuevo gobierno y le toca empezar a gobernar.

La opinión más generalizada en la prensa es de una cierta admiración por el puzzle que ha logrado confeccionar este presidente imprevisto. Como si lo que se esperara de él, o se temiera de él, fuera un gobierno endeble, más de activistas que de profesionales solventes, más de partidarios a muerte de Pedro que de partidarios a muerte de la Unión Europea, o del cumplimiento de los objetivos económicos, o de la integridad territorial de España o de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.

La primera impresión es buena.

El jueves les decía que el nuevo presidente —el presidente inesperado— era consciente de que hay una parte de la sociedad que está entusiasmada sólo porque ha caído el PP —a esa parte la tiene ganada—, hay otra parte preocupada por la forma en que ha llegado al poder y quiénes le han apoyado, y hay una tercera —seguramente la mayoritaria— que no bebiendo los vientos por él está dispuesta a darle una oportunidad. El margen de confianza a ver cómo se comporta, como actúa, cómo selecciona.

Los nombres que ha reunido —Grande Marlaska, Dolores Delgado, Nadia Calviño, Pedro Duque— cumplen con eficacia este doble objetivo: aprovechar ese margen de confianza que hoy tiene el presidente inesperado y aplacar inquietudes, preocupaciones y temores. Lo principal de este gobierno es que no ha asustado a nadie. Un gobierno que no ha provocado temblores o sudores fríos ni en Bruselas, ni en el Banco de España, ni en el Supremo, ni en el Ibex. Ni en el PSOE, sector ‘vieja guardia’ o sector barones regionales. Un gobierno socialdemócrata, ortodoxo y europeísta. En España se acaba de producir una sacudida política y un escenario tan inédito como el de Italia, pero el gobierno que echa a andar en España no se parece en nada al italiano.

Si acaso, ha molestado al independentismo catalán y a Bildu, cuya incomodidad de hoy es lo mejor que le puede pasar al presidente imprevisto. Este Torra diciendo “empezamos mal”. Este Bildu al que le han puesto de ministro del Interior a uno de los jueces que más combatió, y sufrió, a la izquierda abertzale.

El Partido Popular va a tener que cambiar algo más que los nombres, y las caras, de sus dirigentes. Va a tener que cambiar su argumentario contra el gobierno recién llegado.

Si el nuevo presidente prometió algo a Bildu a cambio de su voto, lo ha disimulado de cine nombrando a Grande Marlaska.

Sánchez ya es el primer presidente que nombra más ministras que ministros.

Dijo que el suyo sería un gobierno paritario pero le salió al final con doble de mujeres que de hombres. Éste es el hecho que le procura hoy parabienes. Él no se marcó como objetivo tener un número concreto de señoras. Ha ido llamando a las personas con las que él quería contar, unas le han dicho que sí, otras que no, y el resultado es un gobierno templado, experimentado, alejado de extremismos y rupturas.

La novedad no es la presencia de en ministerios de gran peso. España ha tenido antes de ahora vicepresidenta de gobierno, ministra de Economía, de Exteriores, de Justicia y de Defensa. Y estos comentaristas con exceso de celo que reprochan a los presidentes anteriores haber relegado a las mujeres a carteras secundarias debe de ser porque ellos consideran secundaria la Educación, el Empleo, la Cultura o la Ciencia. Por que también ha habido ministras antes en esas carteras.

Lo que Sánchez ha sido el primero en hacer es tener ministra de Economía, de Justicia, de Educación, de Empleo, de Industria, de Defensa, de Trabajo, de Igualdad todo a la vez.

Su gobierno Sánchez no es provisional. No es un parche. No es un gobierno para andar tirando.

Ha formado un gobierno para ganarse el apoyo de esa parte de la sociedad, receptiva al cambio, que hasta ahora miraba más a Ciudadanos, y un poco a Podemos, al madurar su voto.

¿Tanto hay que sorprenderse de que Pedro Sánchez haya construido un gobierno tem-plado, profesional, socialdemócrata?

En realidad, no.

Pedro Sánchez ha ido encontrado siempre la manera de llegar a donde él pretendía —incluyendo el meritorio proceso de resucitar después de amortajado— detectando cuál era la ola buena y aprovechándola. No es poca cosa para quien aspira a conducir el país sin naufragar —y hacerle naufragar— en el empeño.

Cuando concurrió la primera vez a las primarias de su partido, 2014, Sánchez era percibido como el socialdemócrata moderado de aquella carrera, el centrista, el que decía no ‘la izquierda’ sino ‘el centroizquierda’. En aquella época (no han pasado cuatro años) el izquierdista era Madina. Y el más izquierdista, Pérez Tapias. Aquel perfil de moderado le procuró la primera victoria. Ganó la secretaría general del PSOE.

Luego llegaron las elecciones. 2015. La competición electoral con Podemos. Populistas radicales, los llamaba entonces. Pablo Iglesias enarbolaba la bandera contra la casta, contra el biopartidismo, contra el régimen del 78, contra el PSOE. Sánchez quedó segundo en aquellas elecciones, con un resultado muy pobre para la historia de su partido pero salvando el temido sorpasso de los populistas radicales. Cuando Rajoy le dijo al rey que no intentaría formar gobierno, Sánchez intentó gobernar con Ciudadanos. El pacto aquel de las fuerzas del cambio. Tuvo a su lado a una buena parte de la prensa, pero naufragó por escasez de diputados. Hace dos años aún se presentaba Pedro Sánchez como el socialdemócrata clásico que buscaba en el centro su base parlamentaria.

Se repitieron las elecciones. Y lejos de mejorar sus resultados, los dos partidos que habían intentado gobernar el país empeoraron la cosecha. Ciudadanos perdió ocho escaños de cuarenta y PSOE, cinco de los noventa.

El nuevo Sánchez detectó que yéndose hacia el centro no triunfaba. Y se movió. Llegó lo de la investidura frustrada de Rajoy, el atasco nacional, la presión de los barones. La segunda oportunidad de intentar la investidura cambiando de socios. Y la guerra civil en el PSOE. Sánchez perdió aquella batalla, la más cruenta, pero detectó los dos factores que hicieron posible que regresara de entre los muertos: un izquierdismo más acusado que gustaba en la militancia y la lucha contra el aparato, el desterrado frente a los poderosos. Diagnosticó bien lo que esperaba de él el afiliado socialista y dejó de decir el “centroizquierda” para decir “izquierda” a secas. Ciudadanos se convirtió en la derecha bis y Podemos en el aliado necesario para recuperar el gobierno de España.

Sánchez ha ido encontrando en cada momento —detectándola— la vía que conducía a donde él quería llegar. Y ahora que ya ha llegado, al gobierno nada menos, sabe que el reto es permanecer. Permanecer más allá de 2020, las elecciones que encaraba el PSOE, hasta este momento, como quien se dirige al matadero. Antes de la moción de censura su plan era dedicar estos dos años a afianzar un proyecto que permitiera convencer a los votantes de que el suyo sigue siendo un partido de gobierno. De izquierdas, pero llamado no a romper sino a reformar. El cambio, no la ruptura. La carambola máxima le ha procurado la ocasión de hacer justamente eso, pero con toda la potencia de fuego que da tener ya el gobierno.

El objetivo ahora es permanecer. Y para ello tiene detectado Sánchez que la vía es sintonizar con corrientes mayoritarias (el feminismo, la igualdad, la infancia, si no para cambiar mucho las cosas, sí al menos para tener gestos) sin espantar a los votantes que están en posiciones moderadas.

Llegarán las curvas. Por supuesto que llegarán.

Pero el Pedro Sánchez gana por goleada, ante esa parte de la sociedad a la que no entusiasma, al Pedro Sánchez de hace una semana.