OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El nuevo golpe de efecto de Puigdemont: volver el 21D para que lo detengan"

Hay un Jordi del que nadie habla. Y hay otro del que todos los días se sabe algo. Está el Jordi del foulard. Cuixart. Está el otro Jordi, que es Sánchez.

@carlos__alsina | Carlos Alsina

Madrid | 28.11.2017 07:51

El primero no ha hecho ni un ruido desde que está en prisión preventiva. Se adaptó a la vida carcelaria, escribió una carta pidiendo a los suyos resistencia al 155 y no se supo más.

El segundo es el Jordi que acabó con la paciencia del compañero de celda que tenía por la brasa que le dio con el derecho a decidir, Felipe V, el estatus jurídico del Quebec y otra sucesión de asuntos que al recluso en cuestión no le interesaban lo más mínimo. Antes incluso de meterse en la lista del PuigDeCat ya estaba haciendo campaña entre los que no pueden votar.

Luego se supo que Sánchez, acuérdense, había sido testigo de cómo un recluso apuñalaba a otro mientras se celebraba la misa. Con Jordi de cuerpo presente. Y ayer lo que confirmó Instituciones Penitenciarias es que le van a expedientar por haber escondido cartas en la ropa que entrega a su familia para que se la lave en casa. No será Jordi quien confíe en el Estado represor para que lave más blanco. La colada, en Cataluña. Los trapos, como se sabe, se lavan mejor en casa.

¿Tiene prohibido el recluso escribir cartas? En absoluto. ¿Y recibirlas? Tampoco. Se dice que recibe miles. Ni aunque alguna vez le condenaran tendría tiempo para leerlas todas. ¿Tiene entonces algún sentido esconder las cartas en la ropa interior, la sucia, digo? Pues no parece. Este señor puede cartearse con quien le de la gana. Pero…o nadie le ha explicado cuáles son sus circunstancias o le gustan demasiado las películas.

A diferencia del otro Jordi, éste aceptó el contrato que le ofreció Puigdemont para acompañarle en su lista. Aspira a ser diputado —de hecho, lo va a ser, con su fuero y su canesú— y aspira antes a mitinear todo lo que pueda. Para eso tiene que conseguir que le levanten la prisión preventiva. Y en eso está. O en eso están. El Jordi, Junqueras y los ex consejeros del gobierno catalán que no se fugaron por Marsella.

Todos van a aprovechar el cambio de juzgado —la Audiencia por el Supremo— para pedir declarar de nuevo y matizar lo que le dijeron a la juez Lamela. Los mismos investigados que hace casi un mes sólo quisieron responder a sus abogados para quejarse de la falta de tiempo para preparar su defensa aceptarán ahora las preguntas que les quiera hacer la fiscalía y le dirán al juez Llarena que nada más lejos de su intención que cometer algún delito, nada más lejos que proseguir con la declaración de la independencia por las bravas, nada más lejos que fugarse —¿cómo vamos a querer irnos, señoría, si dentro de un mes seremos diputados?—.

A esto antes se le llamaba recular, o de manera más prosaica, envainársela. (Evitemos lo de bajarse los pantalones porque si Jordi se los baja igual empiezan a aparecer cartas que llevaba escondidas). Pero desde hace veinte días a esto se le llama hacerse un Forcadell. O como les decía a las siete, hacerse un Barrufet, porque también Ramona le dijo al juez que ella nunca pretendió cargarse ni la legalidad democrática ni al Estado.

Forcadell como sinónimo de la marcha atrás. Recalculando.

Naturalmente, para darle todos ellos empaque a la inconsecuencia palmaria entre lo que predicaron antes —¡la resistencia!— y esto que prometen ahora —la obediencia a la ley— le han puesto un título pomposo: renunciar a la vía unilateral. Que significa que ya no intentarán imponer su voluntad a la mitad de los catalanes y al resto de los españoles. ¿De verdad que no? Vamos a verlo. Si la vía no es unilateral, ¿ahora qué va a ser, bilateral? ¿Entre qué dos partes? ¿Aceptarán los dirigentes de Esquerra y del PuigDeCat que la soberanía nacional corresponde a todos los españoles y no es troceable? ¿Y que cualquier modificación de las normas requiere de la voluntad mayoritaria de éstos? A día de hoy, y que se sepa, no aceptan nada parecido a eso. Para ellos es irrenunciable que la soberanía la tengan los ciudadanos catalanes. A costa, claro, de que la dejen de tener los demás españoles.

Puigdemont, ya lo avisamos la semana pasada, se cree aún más astuto que Astut Mas, el gobernador de antes. Ya le dijo a Alex Salmond aquella memorable entrevista para la televisión rusa que él sigue siendo periodista y que eso le permite contemplar la política desde el punto de vista de la comunicación. Una mente privilegiada. En realidad lo que significa es que a Puigdemont no se le pueden pedir ni grandes ideas ni reflexiones con enjundia. Lo que sí se puede esperar de él es que haga y diga cosas que hagan que se hable de él. En esto consiste, para él, ser periodista. En saber qué hay que hacer para que te saquen en las televisiones.

Así que después de pasearse los bosques de Bruselas, de cambiar de peinado, de amenazar a Juncker y Merkel con derribar su Unión Europeacon ayuda de los alcaldes de la vara y de soltar toda la basura que se le ocurre sobre el CNI y los atentados de Barcelona y Cambrils, ha empezado a preparar su nuevo golpe de efecto. El retorno. Volver el día de las elecciones, o un día antes, para que lo detengan.

Si vosotros queréis, guiñad un ojo y entenderé que me estáis diciendo ‘vente pa España, Carles, vente pa España, Pepe’. El día que este señor deje de hablar de sí mismo por la mañana, por la tarde y por la noche igual empieza a entender lo que le ha pasado. Y lo que todavía le queda por pasar.

Por cierto, la Junta Electoral le ha dicho a TV3, a su jefe, el activista Sanchís, que deje de mentir. De distorsionar. De confundir. Que cumpla con su obligación como televisión pública y deje de favorecer a los partidos independentistas.

En la televisión autonómica catalana, que con el paso de los años se ha ido haciendo cada vez más gubernamental, se empeñan en hacer creer a sus espectadores que Puigdemont, por ejemplo, sigue siendo el presidente de la Generalitat. Y que está, de verdad, en el exilio. Y que los cuatro valientes que se fugaron con él y están haciendo turismo en Bélgica son, como él, pobres exiliados perseguidos. Y que sus colegas ex consejeros que se quedaron aquí son consejeros encarcelados, que es una forma bien poco sutil de deslizar la idea de que son presos políticos.

En la televisión autonómica catalana se alimentó con fervor la cantinela independentista según la cual había una doble legitimidad, la de la Constitución y la del Parlamento autonómico, y una doble legalidad, la del estado español y la que se aplica en Cataluña. Siempre con la coartada a mano, claro: el comodín del debate. Existe un debate, decían, sobre la legimitidad del Tribunal Constitucional; existe un debate sobre la legalidad del referéndum; existe un debate sobre si puede aplicarse la ley de transitoriedad; existe un debate sobre si Junqueras es un preso político. Y como existe un debate, pues aquí estamos nosotros, para alimentarlo.

La Junta Electoral le ha explicado ahora a TV3 que no hay ni doble legalidad ni doble legitimidad ni doble nada. Sólo hay una realidad, y en ella Puigdemont dejó de ser presidente hace un mes, los consejeros ya no tienen cargo alguno y no existe ningún gobierno en el exilio. Transmitir premeditadamente la impresión de que la realidad es otra se llama manipulación. Y es lo contrario al rigor y la imparcialidad de la que presume el capitán Sanchís.

TV3 podía, o debía, haberse hecho eco del chorreo de la Junta Electoral sin poner ni quitar nada. El título adecuado a la noticia habría sido "La Junta Electoral concluye que TV3 no es neutral". Pero no es eso lo que ha hecho. La noticia la ha titulado en su web de esta otra manera: "Prohiben a TV3 decir consejeros encarcelados o president Puigdemont". Así, agarrando la categoría por la anécdota y jugando a que todo parezca una broma pesada. Estos señores de la Junta Electoral, hay que ver, dándole la razón a Ciudadanos y prohibiendo a los periodistas decir cosas.