OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Rajoy y la mujer socialista invisible han empezado a pactar España"

No ha hecho falta. No ha hecho falta que Rajoy recurriera al argumento patriótico para que el PSOE le pintara el techo. El gobierno ya tiene lo que más le urgía: los votos socialistas para aprobar el techo de gasto y empezar a construir, a partir de él, los presupuestos de 2017. No necesitó apelar Rajoy al patriotismo, los intereses generales, la imagen de país y lo que esperan de nosotros nuestros socios.

Carlos Alsina

Madrid | 02.12.2016 08:00

Le bastó hacer lo que se hace en una negociación: tú me das esto, yo te doy esto otro. Para ser dos partidos tan enemistados, tan enfrentados, con visiones tan distintas sobre lo que debe ser España, han demostrado una cintura para ponerse de acuerdo que tiene a los abogados del consenso maravillados.

El PSOE concede su bendición al techo de gasto y, al paso que vamos, al Presupuesto entero. El gobierno concede:

• subir el salario mínimo, que antes era contraproducente y ahora será benéfico;

• dar cuartelilllo al déficit público de los gobiernos autonómicos, honrados sean los barones;

• subir las cotizaciones sociales de los salarios más elevados, que es como bajar el sueldo a los que ganan más que la mayoría pero sin hacer ruido porque éstos no se manifiestan;

• y, de propina, aceptar que se estudie una reforma de la Constitución, pero más adelante, sin establecer aún qué se reforma y sin compromiso de que llegue a reformarse, en realidad, ni un solo artículo. Esta última concesión es una patada al balón: que sí, que sí, que vamos a verlo pero ya veremos. Como el asunto es relevante y como anda el PSOE huérfano de líder con el que hablar, dice el gobierno que ya llegará el momento.

Rajoy y ese espíritu invisible que toma las decisiones en el PSOE y que desprende a su paso, invisible y todo, un innegable aroma susanista —todo huele a Susana, es la frase más repetida en el partido—, Rajoy y la mujer invisible han empezado a pactar España.

Consiguen dos efectos en uno (y les interesan a ambos):

• Primero, orillar a Albert Rivera, socio preferente para la investidura pero, como empieza a verse, socio prescindible. Basta que ofrezca su hombro Susana para que Rivera queda deshombrado.

• Segunda, convertir a Iglesias en un predicador tan efectivo como estéril. El tribuno que exige, voceando, todo aquello que otros consiguen negociando. Ladra pero no resuelve. Ladran, luego mal no vamos.

Lo más chocante que ha traído este acuerdo de PP y PSOE es la queja de los sindicatos mayoritarios. Que están enfadados no porque se suba el salario mínimo, sólo faltaba, sino…porque no lo han negociado con ellos. ¡Nos han dejado fuera! Han hecho un comunicado que dice que se le "ha hurtado la negociación al diálogo social". Hay que aplicarle el traductor simultáneo al texto: el "diálogo social" es el título que se le puso hace muchos años a la negociación que mantienen gobierno, patronales y dos sindicatos. Caen a menudo en la tentación los líderes sindicales de creer que el hecho de que se intente pactar con ellos normas que afectan a empresarios y trabajadores les convierte a ellos en una especie de parlamento paralelo. Como si la legislación laboral, los impuestos a la contratación, la jubilación, las pensiones, requiriera de la bendición de un poder legislativo en la sombra compuesto por Toxo, Álvarez, Rosell y Garamendi. Y va a ser que no. Las leyes las hace el Parlamento. Incluídas las leyes laborales.

Ya se rebotaron los sindicatos cuando el Parlamento invitó a exponer su visión sobre las pensiones al gobernador del Banco de España, igual se acuerda. Acudió Fernández Ordóñez a dar su opinión y salió aquel ugetista madrileño a decirle lo que tenía que hacer, de esto seguro sí que se acuerdan…

Eso es. Y el que se acabó yendo, con perdón, a su puta casa fue este sindicalista, José Ricardo Martínez. Colocado de consejero en Caja Madrid y con tarjeta black para gastar el dinero que no era suyo. Savonarola cazado en una tienda de lujo.

No existe un parlamento paralelo. A UGT y CCOO les duele no poder apuntarse ellos la subida del salario mínimo, fruto de una negociación política y no de una huelga general.

Para este fin de semana la pregunta es si le pasará esto mismo al primer ministro de Italia. "A Matteo Renzi", dicen sus críticos, "se le está poniendo cara de David Cameron". Convocar un referéndum al que no estabas obligado y ligar tu supervivencia política a ganarlo.

Cuando dices "y si lo pierdo me voy" consigues un efecto perverso: el que está deseando que te largues olvida de inmediato qué es lo que se vota. Ya puede insistir ahora Renzi en que la consulta del domingo no es sobre él que a la bomba le ha puesto mecha él mismo. La pregunta que van a responder los italianos es tan larga —reconvertir el Senado en cámara no legislativa, reducir su tamaño, eliminar duplicidades, devolver competencias a la administración central y eliminar las provincias— que ha quedado resumida así: con Renzi o contra Renzi.

Europa en vilo. Otra vez, oiga. Los partidarios de la reforma profetizan hundimientos bursátiles, plagas egipcias y crujir de huesos si el domingo fracasa el primer ministro. Ya se recurrió al discurso apocalíptico con el brexit y ganó el bréxit. El domingo lo que puede ganar es el renxit, Matteo arrivederci. Europa, de sobresalto en sobresalto.

Está agitada la política europea. Sarkzoy intentó volver y fracasó en el intento. François Hollande ni siquiera lo ha intentado. Hoy la "no noticia" en Francia es que su presidente caduca en mayo. No aspira a cinco años más porque él es el primero en saber que la suya ha sido una presidencia decepcionante. Le ganó a Sarkozy en 2012 con el discurso de la izquierda renovadora que venía a enterrar el austericidio y poner en su sitio a la señora Merkel (el revulsivo europeo, se decía) y menos de un año después ya había defraudado aquellas expectativas.

En primavera llega un nuevo presidente (o presidenta) a Francia. En enero a los Estados Unidos. En Gran Bretaña está por ver cuánto aguanta la señora May. En Alemania sigue hasta el otoño, al menos, Merkel. Y en España en España y sin mayoría parlamentaria, cunde la impresión de que seguirá Rajoy como poco otros cuatro años.