OPINIÓN

Monólogo de Alsina: ¿Seguirá negociando el 'malabarista' Sánchez al finalizar la legislatura?

De Massimiliano Truzzi creo que no hemos hablado todavía en este programa y ya va tocando. ¡El mítico Massimiliano Truzzi! Polaco huído a Turquía y afincado finalmente en los Estados Unidos. Donde estudió historia y filosofía y se codeó con escritores, profesores universitarios, periodistas y destacó como ajedrecista. Un intelectual, vaya. Cuya fama, en realidad, se debió al oficio con el que se ganaba la vida: que era el de ¡malabarista! Truzzi era una de las grandes estrellas del circo de los Ringling, Barnum and Bailey. Era capaz de mover a la vez nueve bolas, o lanzar seis platos al aire mientras hacía botar una pelota con la cabeza, o su número más famoso: hacer rodar una bola, sobre la que se apoya un tubo que sostiene a la vez otra bola, por el filo de un cuchillo que sostiene ¡con su boca!

Carlos Alsina

Madrid | 01.02.2016 08:07

El público se quedaba pasmado ante la habilidad del artista. Nunca habían visto a un hombre capaz de tener en tan precario equilibrio tantas cosas a la vez. Y con una pierna levantada y otra pelota en la puntera. Impresionante. El gran Massimiliano Truzzi, entre cuyos discípulos se encuentran Anthony Gatto, Patrick Dempsey y…Pedro Sánchez.

El famoso malabarista español que se ha especializado, con el cuchillo en la boca, en el número de los platos chinos. En cada nueva actuación, añade un plato más girando sobre una vara de madera. Cuántos platos será este hombre capaz de tener girando a la vez, cada uno en su palo, antes de que se le caigan todos haciéndose pedazos.

No es el candidato socialista, oiga, es el candidato malabarista. Estuvo ensayando toda esta última semana: un plato con la mano derecha ---Ciudadanos---, otro con la izquierda –-Podemos---, uno con la punta del pie —-el PNV, digamos—, otro sobre la rodilla —IU, pongamos—- y ahora, atención al golpe de efecto, tres platos más con sus tres varas de madera apoyados en frente mientras mira al cielo: uno por Susana, otro por Page, otro por Vara. Más difícil todavía.

Así acudirá a ver al rey el martes Pedro Sánchez. El único dirigente político que se personará en el palacio de la Zarzuela sosteniendo con cada una de las partes de su anatomía un plato chino. Y cuando el rey le pregunte “¿pero dónde vas así, hombre?”, él responderá la verdad: mientras mantenga los platos girando, todos los platos a la vez, majestad, no corre peligro de desahucio. La entrevista con el monarca tendrá que hacerse, obviamente, de pie porque como se siente se van los platos al carajo.

Ya va llegando la hora de Pedro Sánchez. No de ser presidente —-que vaya usted a saber—, sino de recibir el encargo de intentar serlo. Ya que Rajoy no quiere, porque sigue sin querer, que pase el siguiente. La oportunidad de Sánchez para probar que esta historia que le viene contando a todo el mundo, lo del pacto a tropecientas bandas, es un hecho posible y no sólo una forma de ganar tiempo. Si el rey le hace la encomienda, empezará una negociación para la que tampoco hay fecha límite y que empieza por Ciudadanos. Si para tener un encargado de intentar formar gobierno se nos han ido cuarenta días, para tener candidato a la investidura se nos pueden ir cuatro años. Se acabó la legislatura y Pedro seguía negociando.

El cónclave de los cardenales del PSOE este fin de semana terminó sin presencia de los antidisturbios. Aunque tengan sus diferencias y se caigan mal unos a otros —uno a otra, en resumen, y la otra al uno— son gente civilizada que no anda acuchillándose en público —-pero sí en privado—. Pese a toda la literatura periodística que se ocupó, con aires shakespeareanos, de este comité federal en el que los barones iban matar al príncipe, ni el secretario general sale malherido ni tan siquiera sale atado de manos. Le han dado vía libre para negociar con quien le parezca bien —-salvo el PP, que en el cordón sanitario al primer partido de España están todos—-, se han comido el sapo de la consulta a la militancia —la última bala que se guardaba Sánchez, y de la que hablamos aquí varias veces la semana pasada— y han puesto fecha a un congreso cuyo desenlace está supeditado a que prospere o no una investidura antes de mayo.

Sánchez sigue cortando el bacalao porque aún no ha fracasado en su intento de ser presidente. Los veteranos y algunos barones calculan que acabará estrellándose, pero tampoco es que hayan demostrado, ni los unos ni los otros, un ojo clínico particularmente atinado en los últimos tiempos.

Y Sánchez sigue cortando el bacalao porque estos barones de los que tanto se habla, y a los que se caracteriza —-todos a una— como contrarios al pacto con Podemos ni son unánimes ni están, en realidad, en contra de ese pacto. No lo bastante, al menos, como para tomar postura en público y enfrentarse al criterio de su secretario general. De Podemos todo lo que se les ha oído es que son arrogantes, que hablan de sillones y que pretenden elegir ministerios. Nada más. Ni sobre su programa económico, ni sobre su idea de Europa, ni sobre su proyecto de estado. El único pecado que le ven a Podemos es que van perdonándoles la vida cada vez que hablan.

Susana Díaz, que pasó por el comité federal sin pena ni gloria —otro tren que marchó—, dijo a pulmón lleno que ella no soporta más…a Pablo Iglesias. Que era como arrearle al de Podemos la bofetada que hubiera querido propinar a Sánchez, zurriagazo, digamos, por persona interpuesta (persona con coleta).

De modo que la suerte de Pedro Sánchez aún está por echar, pero tomemos nota de que se ha emancipado públicamente, y con cierto regodeo, del pope socialista Felipe González Márquez. Donde Felipe dijo expresamente que Podemos ni es progresista ni es reformista, Sánchez insistió en incorporarles a su lista de partidos reformistas y progresistas con los que quiere negociar. Con los que va a negociar. A la vez con Podemos, con Ciudadanos, con el PNV, con IU y con quien se tercie. Todos los platos chinos girando a la vez. “Majestad, si usted me lo pide yo lo intento”. “Tú mismo, Pedro, pero intenta que no parezca un circo”.

Déjense de Gramsci, de Felipe y de la historia del pensamiento político. Es la historia del malabarismo lo que se está escribiendo estos días.