OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Muchos refugiados empiezan hoy en Viena a hacer planes de futuro"

Para usted, y para mi, el de hoy es un día normal. Un lunes corriente, de madrugar, ducharse e ir a trabajar. Para estas personas no lo es. Para estas madres, padres (y para estos críos) que anoche llegaron a la estación de tren húngara desde la que le hablo…

Carlos Alsina

Madrid | 07.09.2015 08:10

…y se bajaron para cambiar de tren y subir por fin al que los ha llevado hasta Viena no es un lunes normal porque hace meses que no tienen lunes normales. Y sobre todo, no lo es porque éste de hoy viene a ser el día en que por fin empiezan a ver la luz. Empiezan a creer que está al alcance de la mano, tocándolo ya con la punta de los dedos, su nueva vida en Austria, o en Alemania, o en Francia de refugiados.

Ellos son los que lo han conseguido. Llegar hasta aquí y entrar en un país que a diferencia de los anteriores, ni les ha intentado impedir el paso ni ha tratado de disuadirles. Austria les ha invitado a venir —-“Refugees wellcome” decía un jingle ayer en una emisora de radio de aquí— y les ha ofrecido transporte, en autocar, en tren, en vehículos particulares de austriacos que este fin de semana han recorrido la autopista como vigías buscando náufragos, para seguir camino hacia la capital o hacia Alemania.

Los que lo han conseguido celebran hoy tener por delante una vida. Aunque sea una de vida de refugiado. Que no es una vida para tirar cohetes, porque a la dificultad para adaptarse se añade la nostalgia y el desarraigo, pero que es un horizonte. Un poder hacer planes de futuro. Después de tanto tiempo limitándose a sobrevivir, celebrando seguir con vida cada mañana.

Por centenares hemos contado niños este fin de semana. Aquí, en la estación de Hegyesalom. Un kilómetro más allá, en el campo de atención a refugiados que ha puesto en pie el gobierno austriaco con la Cruz Roja. Allí están, por si hoy volviera a producirse una riada de almas, las mantas, las camillas, las cajas con la fruta y el pan, y la leche, las galletas y los pañales. Todo en orden de nuevo, tras este fin de semana en que todo se precipitó, dos mil personas en apenas tres horas.

Les conté a las seis de la mañana que aquí las cosas cambian de una hora para hora. Que ahora mismo, en la estación de tren, lo que se escucha, como comprueban, es…Erika. Anoche, si hubieran estado ustedes en esta estación, lo que habrían escuchado es el trasiego de personas bajándose de un tren para subirse a otro. Las instrucciones de los policías húngaros que explican en qué andén tienen que colocarse y cuánto se calcula que habrán de esperar. Las preguntas que se hacen unos refugiados a otros.

Y a los voluntarios de ONGs que les esperan aquí con agua, bocadillos, galletas. No dejan de ofrecérselos a una sola de las personas que se apean para cambiar de andén, inquietas porque nunca las tienen todas consigo y temen quedar varadas de nuevo. De momento —-porque con el gobierno húngaro nunca se sabe—, los trenes con refugiados van a poder seguir pasando hoy por la frontera camino de Viena. Se espera que sean cientos de personas las que vuelvan a llenar los trenes porque se sabe que son miles las que han cruzado ayer la frontera entre Hungría y Serbia. Informaciones de Hungría siempre son raras.. nunca sabemos exactamente lo que pasa... sabemos que hay mucha gente en Hungría, muchos refugiados .. siempre hay rumores.. y la policía aquí siempre está intentando verificarlos.

Hasta el sábado, como sabrán, aquí las cosas eran distintas. A los refugiados que intentaban subirse a un tren en Keleti, la estación de Budapest, se les decía que siguieran esperando. Y fue el viernes cuando una persona apareció por allí con un megáfono proponiendo hacer el camino a pie hasta la frontera. La riada humana que salió a la autopista M-1, ésta que pasa aquí al lado, con intención de llegar hasta aquí (si hacía falta) caminando.

Las autoridades húngaras optaron al final por enviar autocares a recoger a estos cientos de personas y hacerles el viaje por carretera: desembarcarlos en el lado húngaro, aquí en Hegyeshalom, y señalarles el camino para cruzar caminando.

Si hubieran estado ustedes aquí el sábado, hacia la medianoche —-hacía frío— eso es lo que habrían visto. Eso es lo que vimos. En medio de la oscuridad, y avanzando por el carril bici que tiene la carretera secundaria, un reguero de personas en marcha. Que empiezan siendo diez y luego ya son veinte, y cuarenta. Y cuatrocientas. Cubiertas las cabezas con gorros y con mantas. En caravana pero con paso rápido. Incluso aquéllos, muchos, que cojean. Un río de personas que caminan de noche. Queriendo alcanzar cuanto antes el puesto fronterizo, que no custodia la policía sino la Cruz Roja.

La oscuridad de la noche acrecienta la sensación fantasmagórica, eran una santa compaña, pero de almas vivas que desean seguir siéndolo. Se acuerdan de lo que comentamos hace dos semanas, personas normales en circunstancias anómalas. Madres con críos en brazos, padres que los llevan en hombros, jóvenes que lideran la marea encabezando la marcha. Medianoche de sábado a las puertas de Austria.

Recién cruzada la puerta, un enorme recinto de suelo de hormigón (bien podría ser un aparcamiento de camiones) ha sido habilitado con vallas para organizar a esta multitud de peregrinos forzosos. Nos contó un policía, perplejo él mismo de lo que estaba viendo, que todas estas personas, toda esta marea que va cubriendo hasta el final el enorme aparcamiento, han llegado en las dos últimas horas. Y que están trayendo autobuses, docenas, o cientos de autobuses, para poder embarcarlas durante la noche e ir llevándolas al apeadero del tren que hay en el pueblo siguiente. A un par de kilómetros, Nickelsdorf se llama.

Dos mil personas llegaron aquí en la madrugada del domingo. Colmado el campamento de Cruz Roja de personas cansadas, nerviosas, desveladas. Queriendo saber cuándo podrían subir a un autocar para seguir camino en Austria. Dos mil personas agotadas. Tendidas por grupos en el cemento. Las mantas, las botellas de agua. Los peluches que han traído a los niños ciudadanos austriacos con ganas de ayudar. Y una maleta rosa. Y zapatos de recambio para quienes han reventado ya los suyos. Y treinta o cuarenta carritos de bebé. Entre otras mil cosas.

Dos mil personas aliviadas por haber llegado hasta aquí pero con la ansiedad de llevar semanas desplazándose. No todo es concordia, no te voy a engañar. Hay discusiones, voces altas, conatos de pelea entre algunos refugiados. Tensiones entre nacionalidades distintas. Iraquíes y sirios. Sirios y bangladesíes. Un hombre que vocea junto al autocar en el que han ido subiendo los refugiados. Dice que han separado a su familia. Que el niño está dentro del autocar pero él y la madre se han quedado fuera. Y una mujer que ejerce de mediadora entre los refugiados de nacionalidades distintas y que les pide que estén tranquilos. “Ya estáis en Austria”, les dice, “dejadnos que nos ocupemos ordenadamente de vosotros”.

Y éste es el pequeño gran milagro al que hemos asistido este fin de semana. Porque si hubieran visto ustedes este campamento desbordado del sábado al que le reventaban las costuras no podrían reconocerlo en esta explanada que se ve ahora. Dispuestos de nuevo en orden los coches de policia, las ambulancias de Cruz Roja, las mantas, los alimentos, los camastros y las camillas. Todo listo por si hoy vuelve una multitud. Lo que el sábado por la noche era una casi una ciudad improvisada, con más habitantes que los dos pueblos más cercanos, el domingo a mediodía volvía a ser un campamento casi vacío. El paisaje después de la asistencia ordenada. Trasladadas cientos de familias a un tren que las llevó hasta Viena o hasta Alemania.

A primera hora de ayer el último de los autobuses partió de la frontera. En él viajaba un grupo de jóvenes que se habían quedado para el final. Viajan sin familia y presumen de aguantar sin problemas el cansancio. Cuando el motor del autocar se puso en marcha, ellos rompieron a…cantar.