OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Lo de Colau son ganas de tocar las narices a la Corona"

El chiste es fácil, claro: la señora Colau desahuciando a un pobre jubilado. Dio órdenes la alcaldesa de que retiraran de su presencia a don Juan Carlos. Como si fuera la dirección del museo de cera cogiendo la carretilla para bajarse al almacén la figura de Marichalar, Colau mandó al operario a derrocar la cabeza del monarca. El busto. Del de antes.

ondacero.es

Madrid | 24.07.2015 08:04

Estaban entre hacerle un escrache permanente al busto o enviar al operario con la escalera a que lo descolgara. Y han optado por lo segundo, valerosamente. Hombre, retirar el busto de don Juan Carlos un año después de que él se retirara a sí mismo tampoco parece que sea asumir gran riesgo. Pero algunos lo elevan a categoría de heroicidad, una guillotina de bronce y a deshora. Los concejales coláulicos ven la cabeza de un rey y se entusiasman. Nostálgicos de una época que han vivido en los libros. Dices: la revolución francesa. No. La Barcelona que en 1873 recibió la primera república con carteles que decían: “Municipios autónomos. Estados soberanos, ¡viva la confederación española!” Si el rey Artur sigue viviendo en 1714, ellos quieren vivir en 1873 (un año duró la cosa).

No es heroicidad. Son ganas de tocarle las narices a la corona. Frustrado, en el fondo, el activismo republicano ante la amarga evidencia que, para él, supone que hoy no exista masa crítica en España para tumbar la monarquía parlamentaria. La evidencia que arrojan las encuestas de que si hay una figura pública que ha mejorado su imagen desde que está en el cargo es el monarca. Y que, como dice Pablo Iglesias, si Felipe se presentara a las elecciones, arrasaba.

El rey, en Barcelona ayer, felicito a Ada Colau por su elección como alcaldesa (buen rollo) antes de dirigirse a los presentes, con fondo rigurosamente negro, para predicar las generales de la ley delante de un tal Mas que se hacía el loco. Tampoco es que descubriera el monarca el océano, ni que soltara una parrafada que dejara al personal boquiabierto, se limitó a decir lo que todo el mundo sabe: que la legitimidad de los poderes públicos proviene del cumplimiento de la ley. Que cumplir las normas no es una opción que caprichosamente puede escoger, o declinar, quien preside un gobierno autonómico. No es opcional, Artur, es una obligación que tienes. El mensaje era nítido y el destinatario cabe pensar que también: number four, el profeta. Pero Mas se apresuró a decir después que él no se había dado por aludido. Y es coherente que así fuera, porque si alguien no se da por aludido cuando del cumplimiento de la ley constitucional se trata es el padre del referéndum de cartón, de las elecciones falsamente plebiscitarias y de una lista de bienes gananciales —la candidatura conjunta—- que corre el riesgo de acabar siendo una coña.