OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Tsipras nunca va a dejar de pedir que perdonen la deuda griega"

Aún no sabemos si acabará siendo tragedia o epopeya. Pero urge tener a mano un navegador para no perderse en el laberinto de Atenas. Alexis Tsipras está volviendo locos a los gobiernos de media Europa. Y media Europa cree, probablemente, que el loco es el griego. Pero no parece que el primer ministro, por muy imprevisible que parezca, pueda ser descrito, seriamente, como un pollo sin cabeza.

Carlos Alsina

Madrid | 02.07.2015 08:24

Tsipras no es un loco que cambia de postura cada diez minutos. En realidad lo principal de su postura, una vez que empezó a tragar con hacer más ajustes, subir el IVA, retrasar la jubilación (todo esto que, en efecto, hasta hace una semana repudiaba y ahora admite), una vez que abrió la puerta a aplicar políticas de austeridad ancló su gobierno a una reclamación que ya no abandona: el perdón de la deuda griega. O de una parte de la deuda o del principal de la deuda convirtiendo lo adeudado en bonos perpetuos. La renegociación de las condiciones de lo que hoy debe. Ésta es la clave para entender todo el vodevil de ayer, alimentado más por la interpretación averiada que ha hecho Europa de la carta que envió el primer ministro que por el contenido de la misma y las intenciones que la alimentan.

En contra de la impresión más extendida que cundió a mediodía de ayer, Tsipras no cambió de criterio de una hora para otra. Ni transigió, ni se rindió ni pidió árnica. Ayer por la mañana lo que se difundió fue la carta que el griego le había enviado el martes a Juan Claude Juncker. Es decir, la petición del tercer rescate. ¿Qué petición es ésa? Lo explicamos aquí el martes por la mañana: Grecia, como nación del euro que es e independientemente de lo que le pase, tiene derecho a pedir el salvavidas financiero de la zona euro, el MEDE. Y eso es lo que Tsipras hizo el martes: tocar esa tecla y pedir la ayuda. Al hacerlo, aceptaba algunas de las condiciones que le habían estado planteando los gobiernos del euro, cierto, pero añadía —-o insisía—- en su condición de siempre: que se le garantice la renegociación de la deuda.

Se armó bastante lío ayer porque se interpretó esta carta como una bandera blanca. De pronto Tsipras tragaba con todo y se entregaba. ¡Muerde el polvo! Tanto que llegó a rumorearse que iba a desconvocar el referéndum —ahora lo ves, ahora ya no lo ves—- o incluso que iba, en una pirueta marciana, a pedir el “sí” donde antes pedía el “no”. Cantaban victoria en Bruselas. ¡Tsipras des-tsiprado!, decían los menos avezados de los analistas.

Como se vio por la tarde, no era eso. Nunca lo había sido. El gobernante Tsipras no se apea. La llave que desactiva su referéndum es un papel que garantice que la deuda griega será aliviada. Y como la otra parte, el Eurogrupo, dice que aún no toca estamos todos donde estábamos. Matiz: no dice que no vaya a acabar pasando, dice que aún no va comprometerse a ello.Varoufakis le llama a esto señales de que Europa está lista para debatir ya esa revisión, por eso se permite la ironía de decir que, si fueran sinceros, los gobiernos del euro votarían en contra de su propia oferta, votarían “no” porque el papel no incluye (vuelta al comienzo) la reducción de la deuda.

Pase lo que pase, ya está abierta la brecha. La grieta en aquella roca inamovible que parecía ser la moneda única. Abierta la grieta, consumirán todas sus energías los gobiernos en evitar el resquebrajamiento. Quede como quede la pugna entre Grecia y el resto, lo que tardará en cicatrizar (o tal vez no cicatrice nunca) son las heridas que esta semana deja abiertas en la relación entre socios europeos. Tsipras los sigue llamando socios pero los trata como adversarios y ellos le ven a él no ya como adversario, sino como un peligro público que dinamita la precaria estabilidad del euro. Deslealtad, traición, humillación, chantaje. No son términos que describan, precisamente, una relación de confianza entre compañeros de viaje.

En una Unión Europea habituada —al menos formalmente— a pactarlo todo, a pastelear las conclusiones de las cumbres para que todos los gobiernos puedan vender su pescado en casa, el abismo que se ha abierto entre los otros dieciocho del euro y Tsipras tiene muy difícil retorno. Si eso acaba siendo bueno o malo, lastre o espuela para el peso de Europa en el mundo (en este mundo nuevo en que está China, Rusia, la India, nuevos actores con vocación de hegemonía en competencia con los Estados Unidos), si es revulsivo para una integración más rápida o es el virus letal de la disgregación definitiva, eso, a partir del lunes, lo iremos viendo.

La pregunta intriga de la manaña es de qué hablaron anoche en Casa Lucio el rey Juan Carlos y los cuatro presidentes de gobierno? Esta cena no anunciada y confirmada por el gobierno una vez que ya había saltado la liebre. La cena la organizó Rajoy ---fue él quien llamó a Casa Lucio (quería reservar una mesa para cinco, sí, para esta noche) porque coincidieron todos --Juan Carlos, Felipe, Aznar, Zapatero, Rajoy—la semana pasada en el de aniversario de la incorporación de España a la Unión Europea y quedaron en verse ---nos vemos, eh, nos vemos, sí, a ver si nos vemos más, estas cosas que se dicen y que, normalmente, son la forma de decir que hála, a seguir bien y a no verse---. Pero Rajoy les tomó la palabra y sentó a los tres jubilados cuatro a darle al rey (jubilado) un poco de afecto. Pregunta: sabiendo lo bien que se llevan entre ellos, ¿a quién le resultó más incómodo sentarse a cenar con los otros? ¿a Rajoy con Aznar? ¿a Felipe con Zapatero? ¿Aznar con Felipe? ¿Zapatero con Aznar? ¿Aznar con don Juan Carlos? ¿Es Aznar el que peor se entiende con todos?