OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Todos son infantas"

Todos son infantas. No sabían. No preguntaban. No miraban. Se dejaban llevar. Por pura confianza. Se levanta el telón y aparecen Chaves, Griñán y Leo Messi. ¿Cómo se llama la obra? Todos somos Cristina.

Carlos Alsina

Madrid | 31.05.2016 08:13

Cuando el el fiscal Horrach —-caso Noosse negó a acusar a la infanta de delito alguno dando por buena la versión de que ella no tomaba las decisiones (sólo firmaba lo que le ponía delante el marido) se levantó un enorme revuelo social e incluso una cierta furia mediática. Pero cuando la fiscal Raquel Amado se negó a acusar a Leo Messi alegando que el futbolista no tomaba las decisiones sobre cómo ocultar ingresos a Hacienda y se limitaba a firmar lo que el padre le ponía delante, el clamor social no alcanzó a escucharse con nitidez porque, en rigor, nunca se produjo.

La infanta fue carne de coña marinera con su candorosa —y oportunísima— ignorancia sobre los manejos de su amantísimo marido (no hubo programa en el que no se hiciera alguna broma sobre lo ciego que es el amor fiscalmente concebido). El mítico futbolista, por el contrario, siempre fue tomado muy en serio como paradigma del buen hijo que ni se plantea discutirle al padre la forma de aumentar su fortuna (la de ambos) reduciendo a base de trampas los impuestos que ambos pagan. Ya se lo dijo Messi a la juez, como contaba ayer El Periódico de Cataluña: “Firmo las cosas pero no miro lo que firmo; yo confío en mi papá y él me dice lo que hago”.

Hoy comienza en Barcelona el juicio por delito fiscal (con sociedades pantalla y paraísos fiscales) contra Messi hijo y Messi padre. Ninguno de los dos estará presente en la sala porque hoy sólo se abordan las cuestiones preliminares. El jueves se les espera en la Audiencia de Barcelona. A los dos. Porque la fiscalía no acusa al delantero, pero la abogacía del estado sí. A diferencia de la abogada que representaba a Hacienda en el caso Noos, ésta otra no cree que “Hacienda somos todos” sea un eslogan publicitario. Lo que cree es que así debe ser, que si Hacienda somos todos es Hacienda quien debe exigir cuentas a quien dejó de pagar, conscientemente, cientos de miles de euros al estado simulando la cesión de sus derechos de imagen. Messi era la infanta. E Iñaki, su padre.

Chaves y Griñán tampoco supieron nunca nada. Qué iban ellos a saber si nadie se lo contaba. Acudieron los dos ayer al Parlamento andaluz a responder preguntas sobre los cursos de formación y el mangoneo que ahí se produjo: falseando cursos y fingiendo que se daba al dinero el uso al que estaba destinado mientras algunos espabilados vivían del cuento y se lo llevaban crudo.

Algo pudo haber, admiten ambos. Irregularidades. Pero si las hubo, no fue porque ellos dos las toleraran. Como pasaba con los eres: fraude hubo, pero no un sistema institucionalizado para organizar un fraude.

A Griñán le volvió a recordar la diputada del PP Teresa Ruiz Sillero un fantasma del pasado no muy lejano. El caso de quien fue su hombre de confianza en el partido Rafael Velasco, que se quitó de en medio al descubrirse que la academia que había montado en Córdoba su esposa, Antonia Montilla, vivía básicamente de los cursos de formación: el 90% de sus ingresos venía de subvenciones de la Junta por cursos presuntamente inflados. Ayer aparecieron nuevos datos sobre el uso que le daba la señora al dinero de los cursos: nóminas con sueldos elevados para ella, la hermana o el cuñado, como tutores. Y a más a más, gastos por electricidad cargados también a cuenta de los cursos que, en realidad, corresponden a la luz de su casa.

Para esta familia fue una bendición el maná de los cursos de formación. Todo pagado. Sólo les faltó llamar a Telepizza los sábados y cargar la carbonara tamao familiar a la Junta como formación profesional del pizzero. Siendo la familia del numero dos del PSOE entonces, la cosa acabó cantando la traviata y Velasco presentó la renuncia. La encargada de dar la noticia, y de acusar al PP de una cacería, fue una dirigente que luego iría a más y que responde al nombre de Susana Díaz. Le toca, por cierto, declarar a ella.