OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Tantas reivindicaciones ayudan a que el 8M sea arrollador, pero reducen su eficacia inmediata"

En el día siguiente al 8-M. Después de la movilización en las calles de mujeres de toda condición y todos los colores. Después de los paros en los centros de trabajo. Después de que los medios de comunicación nos volcáramos en la cobertura y la difusión de los actos de protesta. Después de que periodistas famosas se apartaran de la pantalla y el micrófono unas porque hicieron huelga del todo y otras porque, aun acudiendo a trabajar, prefirieron no ser vistas ni escuchadas.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 09.03.2018 07:59

La huelga de mujeres, lo hemos comentado estos días, ya era un éxito antes de que ayer empezara la jornada.

Lo era por el eco alcanzado, por la difusión de los motivos, por la presencia en el debate público de nuestro país.

Eso es un hecho.

Como lo es que decenas de miles de personas (doscientas mil según la guardia urbana en Barcelona, ciento setenta mil según la delegación del gobierno en Madrid) inundaran el centro de las ciudades en la tarde de ayer. En toda España y con manifestantes de toda condición y todos los colores.

Las manifestaciones dieron la medida del respaldo —transversal como se dice ahora— que ha tenido este año la jornada reivindicativa.

La huelga como tal, sin embargo, el paro de veinticuatro horas en los centros de trabajo, no alcanzó una incidencia relevante. Y tampoco pasa nada por admitirlo porque una huelga general suele tener un motivo muy concreto, una causa acotada —tumbar una reforma laboral, una ley nueva sobre pensiones, un nombramiento—. Para las reivindicaciones más generales —igualdad de oportunidades, mejores salarios, persecución de la violencia— la herramienta que suele utilizarse es ésta otra: las manifestaciones. Que a la vista está que pueden llegar a ser tan relevantes como parar un país, aunque luego su efecto práctico sea bastante más etéreo.

En Islandia, 1975, cuentan las crónicas que el 90% de las mujeres eligió no ir a trabajar ese día y el país se paró.

En España, 2018, el país no se paró. Más bien lo que ocurrió fue lo contrario: que se movió más de lo que se había movido nunca por esta causa.

Y así como los medios de comunicación, en conjunto, reflejamos ayer con fidelidad el alcance de las manifestaciones de la tarde, reflejamos bastante peor el discurrir de la jornada en los centros de trabajo. Donde la mayoría de las mujeres que decidieron parar —que tampoco, claro, fueron todas— se acogió al sucedáneo ofrecido por los sindicatos: dos horas en mañana o tarde en lugar de la huelga del todo.

Los medios estamos para contar lo que hay.

Sólo que esta jornada de ayer además de contadores fuimos actores. Impulsores de la huelga y de la movilización. Y hemos de tener presente también eso.

Probablemente el sector en el que más seguimiento tuvo la huelga total fue el de los medios de comunicación. Y fueron las empresas editoras las que más facilidades dieron para sumarse a la huelga. Convirtiendo en algunos casos, con gran inteligencia, lo que podía haber sido un problema para ellas en una operación de imagen.

Los medios ayer empezaron por contar cómo en sus redacciones se estaba secundando la huelga y se vio una cierta competición por ver cuál de ellos era más activista. No pasa nada porque eso ocurra siempre que no perdamos de vista que los medios somos sólo un sector de la vida nacional. Y que no siempre lo que pasa dentro de nuestras empresas es representativo de lo que está sucediendo en el resto.

De modo que contemos hoy con naturalidad estas tres cosas:

• Fueron arrolladoras las manifestaciones populares.

• Fueron notables, pero no mayoritarios, los paros de dos horas.

• Y fue muy minoritaria la huelga general de todo el día.

Sumado todo en conjunto, la jornada reivindicativa fue un éxito de movilización y notoriedad. Nada que ver con cualquiera de los ocho de marzo anteriores. Ahora queda por ver si es un éxito también de cambio de mentalidades y a la hora de dar frutos concretos.

Dices: así debería ser, ¿no? Ahora que hemos constatado esta realidad tan reconfortante de que gobernantes y aspirantes a gobernar, legisladores todos, coinciden en que las demandas de las mujeres deben ser atendidas. Es verdad que chirría un poco escuchar a dirigentes políticas que han tenido cargos ejecutivos muy relevantes y durante mucho tiempo decir que es ahora cuando entra la igualdad de oportunidades en la agenda política. ¿Qué han estado haciendo hasta ayer para que no entrara? Pero ayer fue un día de luz y de color. Las dos palabras que más se escucharon en las crónicas fueron nunca antes. Nunca antes había sucedido todo esto. Y usted seguramente pensará que la consecuencia lógica es que ahora venga lo de un antes y un después. Así era España antes del 8 de marzo de 2018, así empezó a ser después de aquel día histórico.

Eso es lo que, me temo, está por ver. Una vez que se enfríe el entusiasmo, una vez que otro asunto nos ocupe a los medios, una vez que intenten investir, en Cataluña, a Jordi Sánchez, a ver qué queda. Porque así como la suma de reivindicaciones —igualdad, salarios, conciliación, no acoso, no abusos de poder, no violencia machista— ayuda a que la movilización sea arrolladora, también reduce la posibilidad de que tenga, de inmediato, un efecto concreto. Las consecuencias prácticas suelen tenerlas no las manifestaciones, fíjense, sino las huelgas generales que triunfan. Aquellas que se convocan con una reivindicación concreta: una derogación, una inversión, una ley, un cese.

Por eso, sin resignarse a que todo siga como estaba, moderemos las expectativas porque este cambio que ahora se demanda no se va a producir de un día para otro.

Un par de borrones en la jornada de ayer. El peor, los abucheos y el afán por expulsar de la manifestación de Madrid a Begoña Villacís, la líder de Ciudadanos.

Y el segundo, el patinazo de Alberto Garzón en su afán por apropiarse de una reivindicación que no le pertenece a nadie.

No sé si están al tanto de esto que Juan Soto Ivars llamó ayer el troleo parlamentario. Albert Rivera publicó un tuit en el que dice 'luchemos por la igualdad de nuestras madres, nuestras parejas y nuestras hijas'. Alberto Garzón replica: 'Éste es el problema de los machistas, que creen que las mujeres son propiedad suya; no son nuestras, son libres'. Cae en la trampa de Rivera, que le estaba esperando: 'Alberto', le dice, 'esta frase sobre nuestras mujeres en realidad la escribriste tú', y le copia el entrecomillado del día que lo dijo.

Por mero afán de divulgación, y para que nadie siga diciendo tonterías: decir "mi madre" no significa que no consideres a tu madre una mujer libre. Decir "mi esposa" no supone que la creas tuya. La esposa, como el marido, necesariamente requiere de que exista la otra parte. No se puede ser marido sino es "de" alguien. No es propiedad, es relación. La esposa es esposa de un señor o una señora. Libre y sin dueño, pero casada con alguien.

Si dice usted "mi compañero opina como yo" tenga usted claro que no se puede llevar al compañero a casa porque no es suyo. Si dice "en mi partido pensamos" tenga presente que tampoco el partido es suyo. Como no es propiedad mía mi vecino. Ni mi peluquero. Ni siquiera mi primo. Ni aunque él quisiera.