OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Personas normales en situaciones extremas"

Ha muerto una costurera. Y un vendedor de cocos. Una bailarina. Y un jugador de fútbol. Ha muerto una cocinera. Un padre de familia. Un hijo. Un pastor. Una enfermera. Y un músico.Entre los pasajeros del barco siniestrado, entre los pasajeros del camión-trampa, entre los pasajeros de la bodega sepultura, —-que me perdonen por llamarles “pasajeros”—- había personas con formas muy diversas de ganarse la vida, o de no conseguir ganársela, porque seguramente ésa fue una de las razones que las empujó a subirse al barco y al camión que ha resultado ser su tumba. Su vida.

Carlos Alsina

Madrid | 28.08.2015 08:11

Nos lo recuerda ACNUR, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, cada veinte de junio: son personas normales que pasan por situaciones anómalas. Gente corriente que no pudo elegir el país en el que nació —-quién puede—, que no pudo borrar la guerra que les persiguió y que no tiene la culpa de haber nacido con el instinto humano de sobrevivir bajo cualquier circunstancia, de seguir vivos, de tener algo que verdaderamente merezca llamarse “una vida”.

ACNUR nos ha recomendado a los medios distinguir entre refugiados e inmigrantes, aquellos que huyen de la persecución o la guerra de aquellos otros que quieren dejar atrás la miseria. Es cada vez más delgada la línea que determina quiénes son unos y quiénes otros, si el sudanés que ayer se ahogó en un barco huía de la pobreza o del genocidio, si la familia siria que intenta llegar a Alemania quiere mejorar su existencia o salvarse de Estado Islámico. A menudo viajan juntos inmigrantes y refugiados, tan parecidos mientras cubren miles de kilómetros, tan idénticos cuando la muerte por asfixia los iguala.

Hace tiempo que en esta historia de emigrados y desplazados que tratan de sortear los requisitos legales y salvar los obstáculos físicos (crisis migratoria lo llamamos), las palabras se nos han quedado cortas. Las palabras, las voces e incluso las imágenes. Aún no se sabe cuántas eran —-ni quiénes eran, ni de dónde partieron, ni nada—- las personas cuyos cuerpos encontró ayer la policía austriaca en el camión cerrado abandonado en un arcén de la autopista. El camión nevera del que no se puede salir (porque no se puede abrir) si la temperatura no es lo bastante baja. Toda esta noche han estado trabajando los forenses para aportar información sobre estas pobres personas (refugiados o inmigrantes) cuyas familias ni siquiera saben todavía que se han muerto. Toda la noche han estado trabajando los servicios de rescate en el Mediterráneo tratando de verificar la noticia que ayer facilitó una de las facciones que controla la costa libia: el hundimiento de un barco con centenares de personas a bordo y decenas de muertos.

Personas normales en situaciones extremas que pagaron muchos cientos de euros a individuos desconocidos que les prometieron conducirlas a la tierra prometida. Meterlos en la próspera Unión Europea. Por Lampedusa, los del barco libio. Por autopista, los del camión frigorífico. Si contratos, sin garantías, sin seguros de viaje. Que me perdonen por llamarlos pasajeros cuando son (o eran) supervivientes en fuga.

La muerte no tiene efecto disuasorio, nos repite cada cierto tiempo ACNUR. Si saber del riesgo de morir en ruta abortara los planes de tantos cientos miles de personas hace tiempo que el tráfico humano se habría agotado por ausencia de demanda. El riesgo de morir en el camino no disuade. Es el riesgo de morir —-o infravivir— en casa lo que empuja a intentarlo.

El gobierno de Austria se declaró ayer consternado. El de Hungría advirtió del rechazo de buena parte de su población a recibir más extranjeros. El de Alemania reclamó ayer de nuevo la solidaridad de las demás naciones europeas. Y la comisión europea, el señor Juncker, niega que él esté mirando para otro lado. Si los jefes de gobierno rechazaron hace semanas su propuesta de reparto de refugiados por cuotas, que no vengan ahora a pedir ayuda. Cada palo que se aguante su vela y al que le toque, que espabile. En esto se resume la actitud de la mayoría de los gobernantes de la Unión Europea. Para estar todos ellos de acuerdo en que ésta es la mayor crisis de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial, no parece que estén transmitiendo con sus actuaciones la sensación de vivir una enorme emergencia. Nada que ver, desde luego, con la profusión de reuniones, informes, cumbres que provocó el referéndum de Tsipras en Grecia.

Consumida en la bodega de un barco; ahogada en un camión; arrastrada al fondo por una embarcación que naufraga, ha muerto una costurera, un vendedor de cocos, un jugador de fútbol (amateur),

un hijo, y una madre de familia.