OPINIÓN

Monólogo de Alsina: ¿Será verdad que Sánchez quiere barjarle los humos a Iglesias?

El primero que parpadee, pierde. Duelo de gallos en el campamento base. Hoy, por fin —-Iglesias estará contento—- Pedro Sánchez se sienta a hablar con Podemos. No a negociar todavía sino sólo a cambiar impresiones, a sondearse. Sánchez e Iglesias tomándose la temperatura. Tomándose la medida el uno al otro.

Carlos Alsina

Madrid | 05.02.2016 08:08

El segundo, Iglesias, llega revitalizado con un CIS que le pone por delante del PSOE en intención de voto, seguro de ser pieza imprescindible para que el gran malabarista llegue a Moncloa (la sonrisa del destino, lo generoso que es Pablo permitiendo que Sánchez tenga opciones, ¿verdad?) pero apaciguado también Iglesias tras comprobar el mal efecto que tuvo su enfurruñada rueda de prensa del martes y el perfil que ha elegido Propuesto Sánchez para su equipo negociador, tan poco podémico, tan felipista, jordisevillista y rubalcabiano.

El socialista llega al amistosísimo encuentro de hoytodo sonrisas a la puerta, ni media broma en cuanto se queden solos— con el encargo del Rey como gran victoria pero con la misma aritmética que ya tenía: noventa escaños seguros y cuarenta posibles de Ciudadanos que son incompatibles con los sesenta y cinco de Podemos. Y llega con un CIS preocupante para el PSOE que dice que su caída electoral, aunque parezca imposible, aún no había terminado. No se vayan todavía que aún hay más. O aún quedan menos.

Duelo de gallos. Cuánto hay de real, cuánto de fingido, en la disposición de ambos a pactar. Cuánto hay de real y cuánto de fingido en su distanciamiento de estos días: ¿Sánchez tiene tantas ganas de bajarle los humos a Iglesias como va diciendo por ahí, o es sólo impostura de consumo interno para el sector más reacio de su partido a ennoviarse con Podemos? ¿Iglesias es tan hábil estratega, tan astuto, como siguen creyendo los suyos, o lleva un mes y medio reclamando cosas que, en realidad, luego no consigue?

Este viernes nos hartaremos, otra vez, de oír a los dirigentes políticos hablar de lo que la ciudadanía quiere, la ciudadanía espera y la ciudadanía entendería o dejaría de entender. Cada uno de ellos habla como si el único pueblo existente fuera el que le ha votado a él. España quiere, España ha dicho, España espera.

Los que llevan la ciudadanía en el nombre del partido, o sea, Ciudadanos, siguen predicando su mensaje de aquí para allá. De Ferraz a Moncloa y de Moncloa a Ferraz. El casco azul Rivera, al habla. Es el único que se ve con Sánchez, habla con Rajoy y se mensajea con Iglesias. En su condición de mediador (con intereses propios, obviamente) tal vez sea Albert Rivera quien mejor información tiene de cuánto hay de atornillamiento cierto y cuánto de postureo en lo que están diciendo que jamás harán los unos y los otros.

A Rajoy le recordó que allá por el mes de noviembre, cuando el Parlamento catalán se declaró independentista y en rebeldía, el presidente del gobierno se comprometió a coordinar todas las decisiones con Sánchez y con él mismo. Ahora que el Parlamento catalán se ha servido una tacita más de proceso de rebeldía, Rivera ha sugerido a Rajoy que tenga presente aquel compromiso. Porque Rajoy anunció ayer que impugnará las tres iniciativas parlamentarias rupturistas, pero sin habérselo contado antes ni a Rivera —-que no es rencoroso—- ni a Pedro Sánchez, que ya ha exigido a Rajoy que le consulte cuanto haga alegando que él es, nada menos, que el candidato designado por el jefe del Estado.

Hombre, Rajoy, en efecto, debería conducirse con coherencia y comunicar a sus dos aliados las decisiones que vaya tomado, no vaya a parecer que pesa más el dolor de estómago que le provoca Sánchez que la relevancia de lo que está en juego en Cataluña. Pero Sánchez tampoco debería aprovecharse de la decisión del rey para pretenderse algo que no es: no es el futuro presidente del gobierno, ni siquiera el presidente electo, es sólo el aspirante a conseguir apoyos suficientes para hacer posible su investidura. Un futurible. El único presidente de gobierno que sigue habiendo es el que había, en funciones pero el único que hay. El rey no ha designado presidente siguiente, sólo ha propuesto al Congreso que valore el respaldo que tiene este candidato.

A Sánchez lo que le dijo Rivera es lo que éste ya sabía: que está por la labor de pactar un programa de gobierno y facilitar la investidura del aspirante malabarista pero sólo si el marianismo participa de alguna forma en el invento. La operación que venimos describiéndoles desde hace semanas: Sánchez pacta con Rivera, se presenta ante la opinión pública como un hombre de estado capaz de construir puentes, y emplaza luego a Rajoy —o emplazan él y Rivera al PP—- para que aparte sus intereses de partido, su amor propio, sus animadversiones personales, y trague con que gobierne otro. A día de hoy, también lo sabemos, Rajoy dice que no se hagan líos porque eso nunca va a pasar.

Habló Rajoy. Ante sus diputados y senadores y para decir un poco lo de siempre. En el mismo tono y con la misma ausencia de iniciativas o novedades. Y habló Rajoy sin que nadie en el PP le pusiera un pero.

El gran mérito de Rajoy, en este punto de la partida, es mantener a su partido —todo su partido— congregado en torno a él, en vigilia permanente, encendiendo velas y sin que nadie se haya apartado del discurso oficial que dice “Pedro es lo peor, Pedro es el problema”. La cohesión interna de este partido, el estado mayormente silente de sus pesos pesados y sus cuadros intermedios, al cabo de dos años horribilis en los que no han parado de perder poder, es un mérito irrebatible de quien lo preside: Mariano Rajoy. Habrá quien diga —o hay quien dice— que la cohesión propia de los guerreros de Terracota, admirablemente alineados en su arenosa sepultura; habrá quien diga —o hay quien dice— que es la lealtad encomiable de la tripulación al capitán que hizo encallar el barco. Habrá quien diga, en fin, que es el único éxito que últimamente ha conseguido Rajoy, pero la pétrea uniformidad de sus dirigentes es la envidia de los demás partidos.