MONÓLOGO DE ALSINA

Monólogo de Alsina: "No hacen falta traductores para Juan Vicente Herrera"

A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. Juan Vicente Herrera no necesita intérpretes. Herrera no es el chamán de una tribu africana que habla un dialecto derivado del swahili. “Nafurahi kukutana na wewe”. ¿Qué ha dicho? Que tiene mucho gusto en conocerte. Herrera es un señor de Burgos, de piel muy blanca, que habla un castellano muy correcto. No le hacen falta traductores.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 27.05.2015 08:13

Ayer dijo lo que dijo. Se puede coincidir, discrepar, criticar que lo diga ahora y no lo hubiera dicho todo antes, pero traductores no le hacen falta. El esfuerzo de algunos altos cargos del gobierno por explicar que, en realidad, no dijo que Rajoy no deba ser candidato, no fue un ataque contra el líder del partido, no puso en cuestión la gestión del gobierno, el esfuerzo revela únicamente que el latigazo de Herrera, es comprensible, ha dolido.

A una pregunta directa, “¿es Rajoy el mejor candidato posible?”, la única respuesta que en Génova habrían aplaudido es “sí, por supuesto”. Y la respuesta —lo vivimos aquí en directo—- no fue ésa. Tampoco fue Rajoy no debe presentarse”, es verdad. La respuesta fue: “presidente, dale una vuelta”. Y es suficiente. Es más que suficiente para confirmar que no es verdad que toda la dirigencia del PP esté convencida de que el mejor candidato posible es el actual presidente: hay una parte que sí y hay otra parte que, como poco, está en la duda. Tampoco debería ser un drama admitirlo. Rajoy se ve como el mejor candidato posible y algunos compañeros suyos, como Herrera, no lo tienen tan claro. Como Herrera o como Pedro Sanz, que dijo ayer que todo lo que dice su compañero de Castilla y León siempre es sensato. El zasca más gordo que soltó ayer Juan Vicente Herrera no fue, en realidad, esto de “mírese al espejo”, sino la enmienda a la totalidad del discurso, o el argumentario, fabricado entre Moncloa y Génova. “Hemos abusado del discurso de la recuperación, no hemos entendido el efecto que eso tiene en los millones de parados que aún existen, no hemos sabido ver el enorme daño que los casos de corrupción nos han hecho”. En resumen, no es que nuestro mensaje no llegue a los ciudadanos, es que el mensaje es incorrecto y la actitud con lo que emitimos nos hace francamente antipáticos. Enmienda a la totalidad del argumentario. Ciertamente, a toro pasado y conociendo ya la floja cosecha en votos.

Miren, hace ahora un mes, el 23 de abril, día del libro, les dije aquí, a esta misma hora y evocando la Biblia, que Cristo, con bastante mejor ojo que la mayoría de los dirigentes políticos, vio venir que sus apóstoles acabarían negándole antes de que terminara de cantar el gallo. “Hay barones del PP”, les dije entonces, “que tienen la sensación de estar viviendo un permanente jueves santo, la última cena en bucle, anticipo de la pasión y sin atisbo de que vaya a obrarse el milagro de la resurrección que predica Génova”. Los barones, decíamos entonces, no niegan aún a Rajoy porque ni hay masa crítica para una operación recambio ni está en la cultura del partido descabalgar al líder máximus. Pero empiezan a ver que esto pinta feo. Que el batacazo puede ser gordo y que, a partir de ahí, puede acabar sucediendo cualquier cosa. Anhelan un revulsivo, un algo que les permita pasar del pesimismo a la ilusión renovada.

El comentario de aquella mañana gustó muy poco en el entorno más próximo al presidente del PP, soy consciente de ello porque se encargó el entorno de que así se supiera. Si cualquier comentarista político hubiera dicho que el Partido Popular ha abusado del discurso de la recuperación, ha pecado de arrogancia y de suficiencia y ha de mirarse en el espejo y preguntarse si no habrá llegado el tiempo de hacer cambios, en Génova (y en Moncloa) le habrían tachado ipso facto de enemigo del PP, va a por nosotros, ay que nos tiene manía. Pero si todo eso —-todo eso mismo—- lo dice Juan Vicente Herrera, el sensato Herrera, el prudente Herrera, el prototipo popular de hombre mesurado y razonable, la encarnación (así lo ha presentado siempre Rajoy) del…sentido común —el sentido común, siempre acabamos ahí—, entonces cuesta mucho presentar la descripción de lo que está pasando como una operación malvada, una maquinación, una campaña, para perjudicar al presidente.

El batacazo que los barones se temían se ha producido. Responsables son, en primera instancia, todos ellos: los que se presentaban a las urnas. La estampida que ha empezado ya —-Fabra, Herrera y Bauzá dando paso al siguiente—- es la primera consecuencia lógica de una muy mala noche electoral. Pero asumida la pérdida de poder territorial, en lo que están ahora quienes aún tienen puestos de responsabilidad en un partido con cientos de miles de militantes es en preguntarse, y en preocuparse, por la continuidad de su partido. Es ahora que pintan bastos cuando los cuadros medios del PP —-mirándose al espejo, como diría Herrera—- recuerdan que el partido es eso, una asociación de muchos miles de personas, no una mera extensión de Rajoy, o de Cospedal, o de Aguirre, o de Juan Vicente Herrera. La responsabilidad de lo que le pase al PP no está sólo en la Moncloa y en Génova: lo que sea el partido es cosa de todos sus dirigentes y sus militantes. Tiene razón el secretario de Estado del gobierno que, en conversación ayer con algunos periodistas, dijo que lo importante no es moverse por moverse, sino saber hacia dónde se mueve uno. Ésta es, en efecto, la pregunta que con toda razón se hace hoy el PP —-no sus líderes máximos, sino su militancia—-: hacia dónde vamos.

Cuando el poder territorial se escapa de las manos y el único horizonte es u oposición o retirada, se van soltando las lenguas. Ya no se ve tan necesario cerrar filas con lo que diga el líder porque es el líder quien pone y quita cargos y candidatos. La pérdida del poder territorial tiene como efecto directo en la calle Génova que a la dirección nacional, y al presidente, se le ve como menos poderoso. Y los mismos dirigentes que se aplicaron voluntaria y disciplinadamente al silencio de los corderos recuerdan de pronto que es posible tener criterio propio. Y no sólo eso, expresarlo.

Esperanza Aguirre, que siempre tuvo opiniones propias y gusto por expresarlas, está en una operación propia de reinvención de si misma como heroína de la lucha contra los bárbaros y refundadora del partido que ella misma dirige desde hace once años. Voy a refundar el partido, dice tratándose de refundarse a sí misma. Sostiene ahora la lideresa caída que ella volvió a la política para impedir que gobierne Podemos. Es curioso que diga “volver a la política” quien nunca la abandonó, y más curioso que reescriba ahora su historia situando a Podemos como la causa de que regresara. No consta en la hemeroteca que fuera ése el motivo de que pidiera ser candidata. Consta, eso sí, que deseaba ser alcaldesa y demostrar que ella y sólo ella podía conservar Madrid para el PP. Porque yo lo valgo y Cifuentes es una anécdota.

Aguirre juega con habilidad las pocas cartas que le quedan ofreciéndole, así lo dice, la alcaldía de Madrid al PSOE y Ciudadanos. Es un planteamiento ficticio porque la alcaldía de Madrid no la tiene Aguirre. Ni la alcaldía ni la llave para tenerla. En Madrid la llave la tiene el aspirante que mayor batacazo se ha pegado, Carmona. Si él quiere, o si su grupo quiere, la alcaldesa es Carmena. Y si quiere, o si su grupo quiere, la alcaldesa es Aguirre. O puede intentar incluso ser alcalde él, como sugiere Aguirre. Pero a la lideresa del PP madrileño sólo le queda esperar a que el PSOE decida qué quiere hacer con sus nueve concejales. No tiene fuerza para más. Y tampoco tiene fuerza ya para refundar ningún partido.