OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Moix resistió lo que pudo pero Panamá se le vino encima"

Manuel Moix, fiscal jefe anticorrupción, presentará esta mañana su renuncia. Le comunicará al fiscal general del Estado, su superior jerárquico, que abandona el cargo por razones personales y en beneficio de la institución, cuyo crédito no desea poner en entredicho. Bandera blanca y a rendirse tocan. Moix resistió lo que pudo pero Panamá se le vino encima. El alambre en el que aún ayer se sostenía malamente empezó a ceder a las nueve de la mañana —ustedes fueron testigos—. La entrevista que ofrecimos en este programa fue la primera pista de que Moix, como fiscal jefe, se iba acabando.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 01.06.2017 07:54

Calculó mal el efecto que ser copropietario de una sociedad offshore tiene en la reputación de un fiscal jefe.

A Moix, además de ustedes y yo, le escucharon en Onda Cero sus compañeros de carrera (otros fiscales que ocupan puestos relevantes), le escuchó el jefe Maza, le escucharon unos cuantos ministros. Y todos llegaron a la misma conclusión que quienes estábamos aquí: que las cosas ya habían cambiado. A lo largo del día el fiscal Moix fue recibiendo indicios suficientes (por hablar en terminología de su departamento), indicios concluyentes de que José Manuel Maza, el fiscal general que es su jefe, no sólo no le va a animar a que siga —resistiremos juntos, mi amigo, esta tormenta que nunca se termina— sino que aceptará de buen grado su renuncia y entregará, aliviado, su cabeza.

Cae Moix. Y al caer, corre el escalafón. El siguiente en la lista de objetivos cinegéticos es Maza. Cazar a un fiscal general del Estado son palabras mayores. Pero visto lo visto ya ha aprendido que si no quiere ver a la fiscalía en el centro del escenario político (o del circo, por recurrir a una imagen más parlamentaria), si no quiere verse en la picota lo mejor que puede hacer es dejar el avispero tranquilo. La pretensión, de Maza, de sacudir Anticorrupción cambiando los procedimientos y fiscalizando (otro término hoy pertinente) fiscalizando más el trabajo de los subordinados naufraga en su primer intento. El hombre al que colocó ahí —un foráneo— para que cambiara las cosas ha durado cuatro meses. Cuatro meses de avispero revuelto.

La cabeza está a punto de ser clavada en la pica. Cargarse a Moix le procurará el aplauso de todos los que suspiraban por quitárselo de en medio. Pero el aplauso dura lo que tarde en conocerse el nombre del nuevo. Más le vale al magistrado Maza, si quiere evitarse problemas nuevos, poner a alguien que guste a sus subordinados. Y que aparque todos los cambios que pretendía introducir el anterior en el funcionamiento de Anticorrupción. Porque, acertados o equivocados, son esos cambios de procedimientos y de modos (un jefe que manda) lo que está en el origen de su caída en desgracia.

Aunque en público no lo diga expresamente, el nuevo fiscal general del Estado cree que hay que embridar a la fiscalía anticorrupción. No para que no investigue, sino para que acote mejor sus investigaciones y no se eternicen las instrucciones de los sumarios. Maza, con Moix o sin Moix, cree que a los fiscales anticorrupción hay que exigirles que fundamenten mejor sus decisiones y limiten las detenciones a los casos estrictamente necesarios. Hay otros fiscales, de otros departamentos, que opinan que en Anticorrupción se peca por exceso: en caso de duda, se detiene a todo el mundo y se acusa de organización criminal a todo el que pase.

Que en el fondo de esta tormenta hay una guerra de poder en la fiscalía no es un secreto. Y que abierta la guerra circulan los dossieres de un lado a otro, tampoco.

La fiscalía tiene un alto protagonismo —por los casos que lleva— en el debate político patrio y en algunos aspectos funciona como una pista más de ese gran escenario. Hay una asociación más próxima al PP, otra más próxima al PSOE, hay campañas para desactivar a fiscales incómodos para la una o la otra parte y naturalmente no es casual que se difunda la existencia de una sociedad offshore ahora que Moix es fiscal jefe de ese departamento y no cuando fue fiscal del Tribunal Supremo. Como no es casual que haya un abogado —lo comentamos ayer— (abogado y ex fiscal) tratando de resucitar dos causas judiciales en las que el sospechoso fue José Grinda, fiscal del 3% por el que Moix no siente la menor estima y viceversa.

Es enternecedor que las asociaciones de fiscales se preocupen por la imagen y la reputación de la fiscalía, pero juegan a lo fácil poniendo el foco sobre las discrepancias entre el jefe nuevo y sus subordinados eludiendo decir ni media sobre la guerra de poder que —ellos lo saben mejor que nadie— se abre en la institución cada vez que cambia el superior jerárquico.

Rajoy tiene carrete para otros dos años, mínimo. Con los presupuestos de 2017 aprobados y el bloque gubernamental listo para repetir la jugada con los de 2018, tiene el gobierno gasolina para llegar hasta finales de ese año y prorrogar, si hace falta, las mismas cuentas para 2019.

Agradecer, se lo ha agradecido Rajoy en las cuentas, como bien saben Urkullu, Quevedo y Ana Oramas. Quito de aquí para ponerlo allí, en eso consiste la tarea de Montoro.