OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Los 25 años de Onda Cero son sólo el punto de partida"

Estamos de cumpleaños en Onda Cero. Veinticinco años de emisión ininterrumpida —-y de renovación también ininterrumpida—- que empezaron tal día como hoy, de 1990, y que dan paso, a partir de este momento, a nuestros segundos veinticinco años. Dicen que el tiempo se nos va pasando cada vez más rápido a medida que crecemos: para un niño una semana es un mundo; para un adulto, un año no es gran cosa; para una radio que ha crecido tanto como ésta, veinticinco años son el punto de partida, el precalentamiento.

Carlos Alsina

Madrid | 26.11.2015 08:07

Algunos estábamos aquí cuando se encendió por primera vez la bombilla roja de un estudio lleno de micrófonos verdes, otros se han ido sumando a lo largo del camino y muchos entraron y salieron, y volvieron a entrar, y todos fueron dejando aquí algo de cada uno de ellos. Pero déjenme que les diga que más allá de los muchos nombres de locutores famosos que han compartido aquí micrófono, la prueba de que ésta es una historia larga cargada de futuro es que nombres como Lizarraga y Vélez, Ricardo y Juan Carlos, a los que tanto debemos —-y a los que tanto añoramos—- por haber puesto en pie lo que hoy tenemos, siguen escribiendo hoy nuestra historia, en la persona de sus hijos, Vélez y Lizarraga Juan Carlos y Luis—-, que escucharon hablar de esa cosa de la radio, lo de Onda Cero, en casa siendo unos críos y que hoy se encargan de contarles a ustedes lo que pasa. Aunque no se lo crean, en Onda Cero estamos empezando. Siempre estamos empezando en la radio. Lo que nos sucedió ayer ya es historia. Lo que está por sucedernos hoy, nunca en realidad lo sabemos.

La perspectiva de los acontecimientos históricos la va aportando el paso del tiempo. ¿Saben cuál era la principal noticia de la que hablamos aquel 26 de noviembre de hace un cuarto de siglo? Atención: tambores de guerra. El debate en Europa, también en España, era sobre el conflicto militar en Iraq. La primera guerra de Iraq, que no se llamó así, sino guerra del Golfo. Con un Bush presidiendo los Estados Unidos de América —el Bush breve, el padre—- y un Sadam Hussein -antes laico y adornándose ahora en la prédica religiosa— que había invadido Kuwait por las bravas.

La pregunta que el diario El País le hacía a intelectuales de aquí y de allá era ésta que luego ha vuelto a plantearse tantas veces: ¿existe la guerra justa? ¿Lo es si viene avalada por las resoluciones de la ONU? La mayoría respondía que hay que agotar primero todas las posibilidades diplomáticas, pero que así como fue necesario hacerle la guerra al nazismo, puede llegar a serlo hacérsela a otros movimientos invasivos y totalitarios. Y aún se les preguntaba más: si una guerra en el Golfo Pérsico podía ser antesala de una confrontación mayor por venir, entre Occidente y el Islam, las sociedades de raíces cristianas y el mundo árabe. Esa misma pregunta que resurgió arrolladoramente diez años después, con otro Bush en el gobierno y un fanático llamado Bin Laden que envolvió su campaña, política y violenta, contra los gobiernos de Arabia Saudí y los Estados Unidos en la cómoda bandera de la guerra santa. En el nombre de dios se recluta mejor que en nombre de un jeque multimillonario.

De nuevo estos días arrecia el debate. Sobre si existe la guerra justa y necesaria y si es Estado Islámico, esta organización que combina el adoctrinamiento en la versión más extrema de la ley islámica con la conquista de territorio en Iraq y Siria y la comisión de atentados en cualquier país al que le declare la guerra, si es Estado Islámico la prueba de que la fuerza militar es, en ocasiones, necesaria para derrotar al enemigo.

Francois Hollande, presidente de la república de la Francia reiteradamente atacada por Estado Islámico, sigue de gira afianzando alianzas. En Moscú con Vladimir Putin. Aparcando sus muchas diferencias —-pelillos a la mar, incluida Ucrania—- y conjurándose para destruir al Daesh. El verbo que utilizan Hollande, Putin y también, en la distancia, Obama es éste: destruir. “No se trata de frenarlo”, dijo Hollande hace una semana, “se trata de acabar del todo con ellos”. A Putin no hace falta animarle para entrar en Siria con la máquina de arrasar porque ésa ha sido siempre su forma de responder a las amenazas y porque Rusia, en Siria, siempre ha estado. Que ahora vaya a desplegar misiles antiaéreos para proteger sus aviones de los turcos es sólo un paso más en la presencia militar rusa y en la internacionalización de esta guerra. O, en rigor, estas guerras que se están librando, todas a la vez, en una Siria de la que han huido cuatro millones de personas. Con Angela Merkel lo tuvo más difícil el presidente francés. Alemania se resiste (fruto de su propia historia) a desplegar sus tropas fuera del territorio nacional, y aunque ha prometido el envío de seiscientos cincuenta militares a Mali, no pasa de ser el cumplimiento de un compromiso previo con el que Merkel despacha la petición de Hollande sin concederle, en realidad, nada nuevo. Todo el apoyo político pero sólo apoyo político —-y orillando también las sonadas diferencias que han tenido estos dos gobiernos respecto de la acogida de refugiados—-.

Lo que distingue la posición española de la de los otros socios europeos no es la pobre respuesta que se da a la petición de ayuda de Francia —-vamos a ver qué dice el primer ministro italiano—-, sino el aplazamiento de esa respuesta: la decisión mariana de diferir esa respuesta a después del veinte de diciembre. Transmitiendo el mensaje de que nuestra política exterior, y el grado de implicación en las operaciones europeas, está también supeditada a quién y cómo ejerza desde enero el gobierno.

En ausencia de Rajoy y Sánchez, que tienen hoy otros compromisos, Ciudadanos y otros partidos —-UPyD, UPN y el Partido Aragonesista—- se suman al pacto antiyihadismo. Un acuerdo para combatir el adoctrinamiento fanático y el reclutamiento de yihadistas que nada dice, como sabemos, de intervenciones militares en el califato criminal de Al Bagdadi ni de participación, en esas intervenciones, de soldados españoles. El pacto es un mero compromiso de mantenimiento de medidas legales que ya fueron aprobadas. Y ni siquiera todas. Porque la cadena perpetua para terroristas islámicos ya dijo aquí Pedro Sánchez que será derogada si el PSOE llega al gobierno.

El consenso es más formal, y sobre el papel, que real y de consecuencias prácticas.