OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Lo nuevo de esta legislatura catalana es que sus protagonistas ya saben qué pasa si cruzan la línea roja"

El gobierno se declara optimista ante la nueva etapa que ha empezado en Cataluña porque el Parlamento autonómico, en su primera sesión, no ha violado ninguna ley ni ha hecho nada inconstitucional.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 18.01.2018 07:55

"Optimista".

Ha bajado mucho el listón del optimismo este gobierno.

Fuentes de la Moncloa hacen saber lo tranquilo que se quedó Rajoy —no te digo ya Soraya— tras escuchar el tono (el tono parece que ha agradado mucho) del nuevo presidente del Parlamento catalán, este Roger Torrent que ayer, en efecto, no gritó, no blasfemó y no insultó a nadie. O sea, que el tono, pues sí, oiga, fue muy agradable. Y además —de esto tomaron nota en la Moncloa— dijo que, como presdiente, va a defender el derecho de expresión de todos los diputados. Cómo no hacerle la ola a un presidente de Parlamento que promete, perogrullamente, hacer bien su trabajo.

Bien es verdad que donde el optimismo natural del gobierno tal vez quiso ver el compromiso de no volver a pisotear los derechos de los grupos de la oposición, el señor Torrent a lo que se estaba refiriendo era a tener presentes a los ocho diputados que, tan injustamente en su opinión, no están presentes en la Cámara: a saber, los tres a los que el Estado mantiene en prisión y los cinco que están en Bruselas no porque ellos quieran, sino porque están avisados de que recibirían aquí el mismo trato que los otros si regresaran.

El nuevo presidente del Parlamento, en un ejercicio de exquisita neutralidad, ¿verdad?, denuncia la injusticia de que ocho de los que, como él, promovieron la legislatura anterior el ataque contra la legalidad democrática, estén sufriendo las consecuencias de haberlo hecho. Esto es lo que dijo ayer el nuevo, y neutralísimo, presidente de la cámara.

Pero sí, el tono fue muy reconfortante. Ni siquiera gritó ¡viva la República catalana!, como lamentan los cuatro jinetes de la CUP. Ni anunció que vaya a pasarse el Estatuto y la Constitución por donde a él le parezca. Cómo no va a ser optimista el gobierno después de escucharlo.

Hombre, viendo cómo fueron la legislatura pasada las cosas quizá fuera más prudente, ¿verdad?, que la Moncloa aguardara a escuchar no el discurso del presidente del Parlament sino el del presidente de la Generalitat. El discurso de investidura que haga Puigdemont, un clon de Puigdemont o el avatar de Puigdemont. Porque quien sí va a hablar de implementar (cómo les gusta este verbo) la República Catalana, de cumplir el mandato democrático (raca raca) del primero de octubre, del derecho de autodeterminación y del resto del repertorio independentista es quien presente el programa de gobierno. Exactamente igual que pasó en la legislatura anterior. Y será ese nuevo gobierno que presida un señor de Flandes, o el testaferro que él —con su PuigDedo designe—, quien le vaya diciendo al amigo Torrent lo que tiene que hacer con el Parlamento.

La única diferencia, en efecto, entre la legislatura de la infamia y esta nueva que es su secuela, es que los protagonistas de la primera temporada ya saben lo que pasa cuando se cruza la línea roja de la embestida contra el Estado. Y también, que todos ellos, a la vuelta de un año, estarán probablemente amortizados e inhabilitados.

Pero encontrar en esa circunstancia motivo de optimismo son ganas de copiarle a Elena Salgado su legendaria operación brotes verdes, ¿no?, aquel empeño en ver signos de que todo irá bien donde sólo había grietas en la tierra abrasada. Si ayer el rodillo renacido no quiso meterse en el charco de dar por buenos los votos de los cinco de Flandes no es porque le tema al Constitucional. Es sólo porque ayer no los necesitaban para salirse con la suya. Y el día que los necesiten, usarán sus votos y luego se rasgarán las vestiduras porque se los quieran anular.

El relevo necesario, ¿para quién? La renovación por la que dice suspirar Torrent debe de ser ésta que empieza y termina en él.

El jefe de su partido sigue siendo Junqueras.

De president quieren investir a Puigdemont.

Y pretenden que todos los consejeros destituidos recuperen sus puestos.

¿Ésta es la renovación? ¿O está dando una pista de que va a haber sorpresas?

Porque renovación no quieren los ex consejeros que confían en recuperar cuanto antes su despacho con asesores y presupuesto. Renovar es lo contrario de restituir, nuevo verbo favorito de la familia Puigdemont-Rull-Turull. Volver a poner a cada destituido donde estaba.

Pero bueno, oiga, el tono fue muy bien valorado y en el gobierno hay optimismo.

Después de todo, ya llevamos 24 horas de legislatura y todavía ninguna norma ha sido violada.

En las secuelas de las series cambian siempre algunos personajes. De Raúl Romeva, por ejemplo, nadie sabe qué ha sido. Lo peor no es cuando desapareces, es cuando nadie se percata de que lo has hecho.

Pero ayer pareció, por un momento, que en lugar de personajes lo que habían cambiado era de época. Cuando apareció el viejo Maragall con hambre de mítin y le colocó su minuto de gloria al público cautivo. Lástima que no subiera a la tribuna provisto de megáfono, pancartas y un Lluis Llach de bolsillo para cantar La Estaca.

En contra de lo que él se empeñó en que pareciera, el discursito de Maragall (bastante pobre desde el punto de vista retórico, y desde el punto de vista político, y desde cualquier punto de vista), no era un ataque contra el Estado (del que él, aunque no quiera, forma parte), era un ataque a los 57 diputados de este Parlamento que han apoyado la aplicación de 155. Ciudadanos, PSC y PP.

Así como Forcadell se ha reencarnado en Roger Torrent, en Maragall se han hecho carne Comín, Rufián, Tardá y Rovira, todos juntos. ¡Salid de su cuerpo!

La CUP, por cierto, ha dado su segundo aviso.

El primero fue al PuigDeCat este martes: Puigdemont tiene que explicar lo del caso Palau si quiere contar con ellos para la investidura.

El segundo, para Esquerra. Torrent hizo un discurso blandiblú para el gusto cupero. Porque no recordó que el primero de octubre el pueblo proclamó la independencia de la nueva República Catalana.