OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Pedro contra Susana o el talent show socialista 'tu carné me suena'"

Tiritando, mojados y entre nieves llegamos a este último fin de semana de marzo. Cambia la hora el domingo y empezará a amanecer una hora más tarde. Fin de semana colmado de acontecimientos, ya verán.

Madrid | 24.03.2017 08:12

El calendario es implacable, y todo llega. En Murcia también.

A Ciudadanos se le acaba la cera de la vela. Se sacó de la manga aquel ultimátum hace veinte días: antes del 27 de marzo, dijo Rivera, el presidente Pedro Antonio Sánchez tiene que convocar elecciones o irse a su casa. ¿Y si no qué? Si no, habrá moción de censura. Pues estamos, Rivera, a día 24, el lunes se le termina el plazo y Sánchez, el de Murcia, sigue con la muleta en la mano y toreando. A Ciudadanos. Nada peor para una ganadería que criar fama de mansa. Y a Rivera le persigue esta imagen de cabestro descuernado en la huerta. Sánchez, el imputado, tiene tanta intención de rendirse como el otro Sánchez, el resucitado. Y a Rivera le tocará el lunes explicar por qué la moción de censura que iba a presentar ni siquiera llega al registro en ausencia de diputados de otros grupos que se la firmen.

Ciudadanos alumbrará una criatura muerta. La moción es un papel que sólo sirve para envolver pescado: ni el PSOE ni Podemos le van a prestar su apoyo porque lleva incluido el compromiso de convocar elecciones anticipadas. O sea, coronar a un nuevo presidente autonómico pero atarle de manos para que sólo pueda hacer una cosa: apretar el botón de la disolución parlamentaria y llamar a los murcianos a las urnas.

El ultimátum del 27, en realidad, se lo dio Rivera a si mismo en la confianza (hoy frustrada) de que el juez de instrucción, a estas alturas, hubiera despejado ya el horizonte penal del caso Auditorio. Naufragará la moción naranja y airearán una moción propia los socialistas de Tovar que tampoco tiene respaldo suficiente para prosperar: ésta para gobernar los dos años que quedan haciendo tripleta de perdedores con Podemos y con Ciudadanos.

Que le pregunte Tovar al otro Sánchez, el redivivo, qué posibilidades ciertas hay de meter a Iglesias y Rivera en la misma cama. Y cuando tenga la respuesta, que se resigne a la evidencia de que aquí el único que puede descabalgar al barón murciano es el juez que instruye su caso en el Superior de Justicia. Procesándolo.

El tiempo pasa. Marzo se acaba. Y la señora Díaz por fin aterriza en la campaña.

El domingo cantarán los cronistas del talent show socialista —tu carné me suena— el advenimiento, por fin, del susanismo. La llegada de quien ya estaba, Susana. Hecha carne ante sus partidarios después de haber sido el alma de la gestora desde aquel comité federal de octubre, el de la escabechina, la gran boda roja.

Se persona la gobernanta andaluza, en carne mortal, ante su público —entregado— en Madrid este domingo. Con Zapatero, González, Alfonso Guerra y Rubalcaba (cuatro jinetes para el apocalipsis pedrista) en su nueva condición de teloneros susánicos. Susana exhibiendo músculo propio y reclutando, por si acaso, músculo ajeno. Ajeno y curtidito, porque los cuatro nuevos, lo que se dice nuevos, no parece que sean. Ex secretarios generales, barones en ejercicio, alcaldes entusiastas y oficiales de las agrupaciones de provincias. Un recital de poder orgánico. Cuántos votos atrae un despliegue como éste y cuántos votos disuade es un misterio que sólo alcanzarán a resolver, el día que voten, los militantes. Pedro Sánchez, el ex cadáver de aspecto saludable, intentará darle la vuelta al megaconcierto de Susana ganando el festival de Burjassot, que es como Benidorm pero en simpatizante del PSOE. Él también actúa el domingo, sin coroneles cubriendo sus espaldas y con entusiastas del no es no, o del sí es sí, o de cualquiera de estos eslóganes tan trabajados y de tanta enjundia. Se hayan leído o no su proyecto político, lo que Sánchez quiere es que el día de las primarias, le voten. Y si entretanto quieren echarle unos euros en la hucha del Domund con la que está pagando sus misiones, tanto mejor porque vienen curvas y ahora es cuando más gasolina va a requerir para que no le derrape el coche.

En Roma, este fin de semana, los gobernantes de toda Europa celebran los sesenta años del Tratado que fue germen de lo que hoy es la Unión Europea. Juntos, a la vera del Tíber, el primer ministro italiano —cuyo nombre casi nadie recuerda, Gentiloni, gobernante de paso—; el presidente Hollande, en fase política terminal; la canciller alemana, Merkel, en duda a partir de otoño; Rutte, que aún no sabe con quién va a gobernar Holanda; Sydlo, la señora polaca que torpededa a su compatriota Tusk porque le ve poco conservador y demasiado amigo de traer refugiados; y Mariano Rajoy, que comparándose con todos los demás se ve a sí mismo como un corcho que flota en un remanso. Mientras no le pregunte Juncker por la estiba, tendrá un sábado apacible el jefe del gobierno de España. Siempre que no aparezca Dijseembloen a pedirle las facturas de lo que nos hemos gastado en copas.

Roma, con despliegue policial inédito para evitar que algún indeseable con ganas de matar gente se inspire en el asesino británico que mató a cuatro personas en Londres este miércoles. Khalid Masood, el individuo de 52 años, nacido en el Reino Unido, británico de los pies a la cabeza, que agarrándose a la coartada de la lucha religiosa y abrazando la ideología criminal del Daesh agarró dos cuchillos, alquiló un coche en Birmingham, y se fue para Londres a atropellar personas.

Soldado del califato lo ha llamado Daesh.Que es la forma en que llaman estos tipos al terrorista que ven que es de su cuerda aunque no ha tenido vínculo directo con la banda. No ha ido a las academias del terror que tienen los yihadistas por medio mundo ni ha hecho sus prácticas violentas en Iraq o en Siria.

Algo ha fallado, dicen los críticos. El periodismo a la búsqueda siempre de algún culpable al que poder señalar entre nosotros. Algo ha fallado porque un tipo al que hace años se investigó por sus conductas violentas, reconvertido al islam, y que nunca (que se sepa) viajó a Siria ni formó parte de grupo organizado alguno –-un tipo sin asuntos pendientes con la justicia-- estaba en su casa y podía alquilar un coche cuando le diera la gana. ¿Qué se supone que es lo que ha fallado entonces? Oiga, nada. Lo que nunca podremos construir una sociedad perfecta, de personas libres con privacidad y autonomía para moverse como deseen, y que a le vez impida que un criminal agarre dos cuchillos de cocina, alquile y coche y se vaya a Londres a atropellar gente.

No siempre aquello que nos pasa es responsabilidad nuestra por no haber sabido evitarlo.