OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Aznarismo o los viejos profetas de influencia menguante"

En otros tiempos, una declaración de la esposa de Bárcenas diciendo que ella jamás habla de trabajo con su marido; que tienen una vida personal llena y que nunca supo que Luis tuviera cuentas en Suiza —eso es no tener secretos en la pareja y lo demás es tontería—, habría generado todo tipo de opiniones en el colectivo profesional al que perteneció Bárcenas toda su vida: la política.

Carlos Alsina

Madrid | 24.01.2017 07:50

Claro que en otros tiempos la presencia del matrimonio Bárcenas en el estrado del juicio de la Gürtel habría provocado escalofríos en la planta noble de Génova. Y ahora, sin embargo, ya ven. Fue Bárcenas y presumió de su buen ojo para los cuadros y la bolsa, fue Rosalía y presumió de no haber sabido nunca nada de nada de nada y ya está.

El juicio sigue y ni se le movió un pelo a la dirección del PP en su sede madre.

Los tiempos cambian. Viejos huracanes se han quedado en brisas intrascendentes. Viejos profetas de voz atronadora no pasan ahora de opinadores que se confunden con el paisaje, líderes carismáricos de influencia menguante.

Aznar mantiene su tirón entre el público puramente aznarista. Entre aquellos que le tienen por el mejor presidente de gobierno que nunca tuvo España su palabra sigue siendo casi sagrada. Los asistentes a su conferencia-admonición de ayer le escuchaban entre la admiración y la devoción. Bien es verdad que estos aznaristas de pro han dejado de ser representativos de la base militante del PP, donde Rajoy, que es quien manda ahora y quien ha logrado aguantar en la Moncloa, reina sin nadie que le tosa.

Aznar, emancipado de su presidencia de honor, va elevando cada semana un poco más el tono. Endurece el verbo. Incrementa el grueso de sus palabras. La de ayer fue desvertebrar. La España desvertebrada. Del España se rompe de otros tiempos a este España se desvertebra de ahora. El país debilitado y decaído. El impulso reformista, agotado. La juventud traicionada y cargada de deuda y déficit público. La brecha social, la brecha política y la brecha territorial. España de brecha en brecha y con un presidente de gobierno al que ve con fuste para cambiar el paso.

Puigdemont se ha subido al avión para predicar hoy en Bruselas. En una sala del Parlamento europeo y en un acto que no organiza el Parlamento sino la Generalitat de Cataluña. Esto funciona así: unos eurodiputados afines a la causa reservan una sala, el gobierno autonómico tira de presupuesto público, le suelta 125.000 euros a una empresa de publicidad para que le promocione el acto y, a ser posible, le llene la sala de gente entusiasta. No vaya a parecer que algo tan relevante como la inminente república independiente catalana no despierta interés ni a las trescientas y pico personas que caben en ese recinto. Lograr eso que tanto enorgullece al independentismo —-el eco internacional del pulso al Estado español—- cuesta dinero. Y Puigdemont lo gasta con gusto. Él y sus dos mosqueteros en esta formidable aventura de hoy: Junqueras, el vicepresidente con aspiraciones de presidente, y aquel señor que fue cabeza de lista de Junts pel Sí a las elecciones autonómicas de hace año y medio, eso es, Raúl Romeva, el golpe de efecto de Artur Mas que presume de conocer mejor que nadie las instituciones europeas porque estuvo allí diez años haciendo historia.

¿Para qué servirá, en fin, que Puigdemont haga su sermón independentista en Bruselas? Pues para que los medios hablemos de ello y para que se monte la polémica política de siempre. Los partidos que están contra el referéndum ilegal que pretende Puigdemont subrayan que nadie le va a recibir en Bruselas porque ningún gobierno europeo se va a tomar en serio un proceso independentista como éste. Los promotores del referéndum se declaran torpedeados y acusan al presidente del Parlamento europeo, Tajani, de contraprogramar la esperadísima conferencia de Puigdemont montando una recepción a todos los diplomáticos en Bruselas a la misma hora de la prédica. ¡Juego sucio!, dicen. O sea, la nada.

Igual lo más interesante que ha provocado el viaje evangelizador del president es la división de opiniones en el gobierno de España. Donde la ministra de Sanidad, Monserrat, que es catalana, ve motivos para criticar a Puigdemont, el ministro de Exteriores, Dastis, considera perfectamente legítimo que vaya a Bruselas, con cargo al presupuesto autonómico, a explicar su plan para romper con España por las bravas. "Perfectamente legítimo". Ésta debe de ser la famosa diplomacia.

La pareja Puigdemont-Junqueras, por cierto, no tiene todavía amarrado el apoyo de la CUP a sus presupuestos: está en fase de ir cediendo a las exigencias cuperas poquito a poco y sin hace mucho ruido, pero cediendo. En síntesis, nuevos impuestos para sacar dinero a particulares y compañías y más partidas de gasto público aunque no terminen de cuadrar las cuentas.

Donald Trump cumple la primera de sus promesas de campaña: saca a Estados Unidos del acuerdo comercial que firmaron hace un año doce naciones del Pacífico: Australia, Canadá, México y Japón entre ellas. El tratado fue una iniciativa del gobierno Obama pero estaba herido de muerte ganase quien ganase las presidenciales. Tanto Trump como Clinton habían manifestado su intención de revisarlo porque entienden que no ha sido beneficioso para los intereses de los EEUU. Trump va un paso más allá y sostiene que en todos los acuerdos comerciales quien paga el pato es su país porque los demás siempre mantienen sus aranceles de todo tipo.