OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "La UE no puede permitir que el Reino Unido haga del Brexit una historia de éxito"

Les voy a contar una historia cortita. Corría el año de 1912 cuando Theodore Roosevelt, al que aquí llamábamos Teodoro y en su país Teddy, fue advertido por su jefe de campaña de que —Houston, Houston— tenían un problema bastante gordo. Habían preparado tres millones de folletos electorales para persuadir a los votantes de que auparan de nuevo al candidato a la Casa Blanca. Ya había sido presidente, pero ahora se presentaba con un partido nuevo, denunciando la corrupción de los dos partidos tradicionales, su servilismo ante los poderes fácticos, él era la nueva política, el Partido Progresista que venía a refundar la política estadounidense.

Carlos Alsina

Madrid | 29.03.2017 08:01

Había que martillear aquel mensaje y había que cuidar la imagen del candidato. De modo que su equipo revisó todas las fotografías que se le habían hecho en los meses precedentes —que tampoco eran muchas— hasta dar con una en la que transmitía firmeza pero cercanía, la seriedad del hombre comprometido con el pueblo. Tres millones de folletos encargaron imprimir con la fotografía en primera plana, un esfuerzo propagandístico muy notable.

Y entonces el jefe de campaña hizo la pregunta que provocó que a Teddy le temblaran las piernas: "¿Esta fotografía de quién es?" "Estás de broma", le dijeron los demás miembros del equipo, "¿cómo que de quién es, de nuestro próximo presidente de los Estados Unidos". Él reformuló la pregunta: "lo que digo es que quién tiene los derechos de reproducción de la fotografía". Oh, cielos, momento de pánico. El propietario de la imagen es…el fotógrafo que la hizo. ¿Hemos hablado con él para negociar los derechos? No, my god, no lo hemos hecho. ¿Qué pasa entonces si nos presenta una demanda?

—¿Qué pasa si nos presenta una demanda? Pues que a un euro por folleto nos puede reclamar tres millones de euros de indemnización, o lo que es lo mismo…que estaríamos en bancarrota. A tomar viento la campaña y a tomar viento el candidato Teddy Roosevelt.

El jefe de campaña tenía fama de ser capaz de dar la vuelta a las situaciones más inauditas. Todos los ojos se posaron en él. Como era un tipo de modos teatrales, él prolongó el silencio dramático cuanto pudo. Y entonces, atusándose el bigote —siempre he querido decir atusar en un programa como éste—, murmuró: "enviemos un telegrama al fotógrafo con este mensaje: Planeamos distribuir tres millones de copias de nuestro folleto electoral ilustrado con algunas fotografías. Excelente oportunidad para fotógrafos deseosos de promocionar su trabajo. ¿Cuánto está usted dispuesto a pagarnos para que elijamos las suyas?" Un día después llegó la respuesta del fotógrafo: "Agradezco la oportunidad que me brindan, yo sólo podría pagarles doscientos cincuenta dólares, ¿creen que es suficiente?"

Teddy Roosevelt nunca volvió a la Casa Blanca. Pero su jefe de campaña quedó como el más ingenioso de los negociadores.

Su anécdota con el fotógrafo la ha recordado ahora un político conservador británico que es articulista del Times, Daniel Finkelstein, para ilustrar cómo debería abordar la señora May, en su opinión, la negociación que comienza esta mañana. ElBrexit.

Hoy le llegará la carta oficial a Donald Tusk, el presidente de la Unión Europea. Estimado Donald, bla bla bla, como sabes el pueblo británico votó que cojamos la puerta, bla bla bla, invoco el artículo 50 que nadie creyó que nunca llegara nadie a invocar y a ver cómo organizamos el desenganche. Tuya afectísima, la sucesora de David Cameron, el del referéndum.

Así va a empezar el Brexit. La negociación de las condiciones en que el Reino Unido dejará de ser parte de la Unión Europea. O dicho de otra forma, cómo se deshacen todos los derechos y obligaciones derivados de su pertenencia y qué nuevos derechos y obligaciones adquieren ambas partes, ellos con nosotros, nosotros con ellos, como país que ya no es Unión Europea pero sigue siendo aliado y amigo. Aliado, amigo y, a partir de ahora, competidor nuestro.

La tesis del articulista es que un buen negociador no piensa tanto en lo que él quiere sacar de la negociación como en lo que le interesa sacar a la otra parte. No sólo cuáles son sus deseos, sino cuáles son sus necesidades. La Unión Europea no puede permitir que el Reino Unido convierta el Brexit en una historia de éxito porque eso equivaldría a emitir un mensaje letal: que interesa más estar fuera que dentro. La Unión Europea necesita que los británicos se lamenten por los efectos negativos de su portazo al proyecto común. Pues bien, si eso es lo que la Unión Europea quiere, que nos escueza salirnos, no tengamos reparos en mostrarnos escocidos. Cuanto más nos empeñemos en exhibirnos como triunfadores menos posibilidades tendremos de ganar de verdad. Lo que nos interesa a los británicos, dice, es poder seguir vendiendo nuestros productos en los países de la Unión en condiciones ventajosas, poder seguir comprando sus productos a precios atractivos, poder seguir disfrutando de la cooperación policial en la lucha contra el terrorismo. Si el precio es que la señora May aparezca ante la opinión pública como demasiado poco exigente, que lo pague.

29 de marzo. La negociación que ahora comienza va a durar como poco dos años. Los encargados de ambas partes deben de estar devorando libros de autoayuda y de gestión del liderazgo. El arte de la negociación. Que no te pase lo que a Donald Trump, que se pasó la vida dando lecciones y acaba de naufragar en su intento de tumbar el Obamacare en el Congreso.

"Ponte en el piel del otro no para asumir su posición, sino para conocer sus debilidades". Haz creer al fotógrafo de Teddy Roosevelt que eres tú quien le está haciendo un favor a él. Tal vez consigas que te pague poco. Pero siempre será mejor que tenerle que pagar tú a él.

Con el Brexit como coartada, el independentismo escocés quiere volver a hacer un referéndum. El Parlamento de Escocia —que éste sí que es parlamento nacional— ha apretado el botón que pone en marcha el procedimiento: encarga a su presidenta autonómica que consiga del Parlamento británico su bendición para que haya otra vez urnas.

El independentismo catalán, siempre a la búsqueda de espejos extranjeros en los que reflejarse, bebe de nuevo los vientos por Escocia. Igual se precipitaron un poco Junqueras y Puigdemont al dar por hecho que existirá ese segundo referéndum. La primera ministra May no esté por la labor —la maldita inmovilista antidemócrata y todo eso—, y en Westminster tampoco parece que tengan prisa. Escocia saldrá de la UE de una manera o de otra: o sale en el pack del Reino Unido o, si llega a independizarse antes, sale primero. Si se independiza podrá solicitar después su ingreso en la UE. La palabra clave es "después". Y la decisión estaría en manos de los países que ya son, o somos, miembros.

Rajoy, convencido de que el proceso catalán ha tocado techo, reunió ayer en Barcelona a trescientos empresarios y directivos para reclamarles que remen en favor de lo que él llama el sentido común. Es decir, la mejora de las condiciones económicas de Cataluña y el abandono de la aventura independentista.

Anunció el presidente una lluvia de inversiones en las infraestructuras catalanas y su apuesta decidida, eso dijo, por el corredor mediterráneo. Se puso él mismo con garantía: un compromiso personal y verificable, les dijo, en ausencia de representante alguno del gobierno catalán y emplazando directamente a la sociedad catalana a ser ella la que haga cambiar el rumbo al gobierno autonómico. Con una mano, los recursos ante el Constitucional, con la otra, los Presupuestos generales del Estado.